Nacido y formado en la Argentina, el director Yeruham Scharovsky ha trabajado al frente de la Orquesta Sinfónica Brasileira y se presenta en teatros del mundo, espacios donde aprendió a hablar siete idiomas. Pero su lugar de pertenencia más asentado es la Orquesta Sinfónica de Jerusalén. Con este conjunto que funciona como emprendimiento privado, pero que tuvo sus inicios como representación del Estado de Israel, actúa, junto a 80 intérpretes, en Buenos Aires, en una única función el 15 de agosto a las 20 en el Teatro Coliseo. Antes pasará por Tucumán, y luego, Rosario, San Pablo, Lima y Santiago de Chile. El programa incluye la Primera Sinfonía de Brahms, el Concierto de Mendelssohn para violín, y una breve danza israelí de Marc Lavry.
Scharovsky vive a unos 15 minutos del centro de Tel Aviv, pero viaja seguido a Jerusalén para realizar sus participaciones con la Orquesta Sinfónica.
—¿Cuál es la historia de esta agrupación musical?
—Es la orquesta de la capital, y siempre eso tiene un peso, un significado, una responsabilidad. Fue fundada en una época muy complicada, al principio del país, en los años 50, cuando acá no había qué comer y el país estaba en guerra y en peligro de extinción. En un momento así se fundó la orquesta, lo que relata que el país siempre cuidó y luchó por su existencia, pero nunca renunció a la parte cultural, artística. [La Sinfónica] siempre fue reconocida, pero a la sombra de la Filarmónica de Israel, la orquesta de Zubin Mehta, que está en Tel Aviv.
—¿Quiénes forman parte de la Sinfónica?
—Aquí hubo mucha inmigración de rusos de la Unión Soviética en el pasado, y eso dio una inyección de adrenalina artística. Hoy hay rusos, israelíes y de todo el mundo. La concertino es alemana. La primera trompa, de Costa Rica. Hay un músico de Estados Unidos. Se crea una conjugación de culturas y de estilos.
—¿La financiación de quién depende?
—La orquesta es privada, es una fundación. Antes pertenecía a la radiodifusión nacional, con el 80% de su presupuesto cubierto por la radio, por el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Comunicaciones, cuando la radio tenía su orquesta propia y un teatro-sala, o sea, un teatro, donde, cerrado herméticamente, se grababan fundamentalmente compositores israelíes. Hace un par de años se terminó eso; el mundo cambia. La orquesta pasó a ser una fundación sin fines de lucro; recibe presupuestos estatales y privados. Esta gira está hecha por patrocinadores locales de cada país que invita: parte de la comunidad judía, con un apoyo del Ministerio del Exterior de Israel, como parte de los festejos por el aniversario de setenta años del país.
—¿Cómo se posiciona en relación con el Estado de Israel?
—Nunca oculto que soy israelí, vine aquí a estudiar y me quedé a vivir, tengo mi nacionalidad israelí y viajo con pasaporte israelí. Pero reconozco más y más que mi nacionalidad es el escenario.
Terror y premios
—¿Cuál es la situación de Israel hoy?
—Israel, sin duda, está pasando por un momento difícil, complicado de identidad. No es el país al cual yo llegué en los años 70, pero en fin, son cambios globales, que convierten al mundo en un mundo diferente, mucho más materialista, donde lo que importa es el tiempo, el dinero y la comunicación inmediata. Vivir en Israel [implica] saber lo que es sufrir la amenaza del terror en la propia piel. Pero como músico y como israelí siempre soy muy bien recibido en el mundo. No me pasó todavía, por el hecho de ser israelí, el ser boicoteado o maltratado.
—¿Cómo es su vínculo con Zubin Mehta?
—El es judío, israelí; siempre estuvo en el país, en todo momento de dificultad. En cada momento de guerra que había acá, cancelaba todo y venía aquí para hacer conciertos y reforzar la moral de la gente. Yo le debo mucho al maestro Mehta. Le deseo mucha salud; últimamente hemos escuchado que tiene problemas de salud. Yo nací en Argentina y hasta los 17 años viví allá. Vine aquí de joven, en la época de los desaparecidos, cuando la seguridad personal era muy incierta. Yo en esa época quería estudiar, crecer artísticamente, profesionalmente, y como mucha gente, lo hice fuera del país. Por Mehta, en el año 90, entre decenas de estudiantes de todo el mundo, tuve la suerte de ganar el Primer Premio al Joven Artista del Año, y consecuentemente con ese premio dirigí un concierto con la Filarmónica, por primera vez, ante tres mil personas. Ahí comenzó mi carrera internacional.