La primera escena que grabaron Carla Quevedo y Jorge Román en Monzón, la serie fue la recreación del asesinato de Alicia Muñiz en manos del boxeador. Para reproducir la casa del barrio La Florida de Mar del Plata donde sucedió, en 1988, la producción alquiló una quinta en la localidad bonaerense de Ranelagh. “Ya de entrada percibimos una energía muy rara. Un día vinieron los dueños de la casa, y nos contaron que el padre de ellos había intentado asesinar a su madre, y que después se suicidó esa misma tarde. La madre sobrevivió. Eso fue muy loco, porque estábamos narrando la historia de Alicia, en una casa en la que la violencia machista había estado tan presente y toda esa densidad te juro que se sentía”, confiesa Quevedo, quien se define como una actriz feminista. “Tuvimos poco tiempo de ensayo previo. Nos centramos en el vínculo entre nosotros como intérpretes, asesorados por una coach, y buscábamos las diferentes posibilidades de cómo contar las escenas, en su mayoría fuertes e intensas, antes de llegar al set”, agrega el formoseño de 58 años. La biopic sobre la gloria y ocaso del ex campeón mundial se estrenará el 17 de junio, a las 22, en Space.
—¿Cómo fue grabar la escena del asesinato?
QUEVEDO: Muy difícil. Estuvimos contenidos. Me pasaba mucho la responsabilidad porque era un hecho real, y en el set me pasaba que cuando decían “corten”, quedaba en shock, temblando, y las chicas de make up me abrazaban. Hay un nivel de violencia que, si bien uno está actuando, el cuerpo lo atraviesa y en mí había algo. Y estoy actuando, que no se compara nada con la violencia machista real, y empezás a entender el nivel de calvario y de infierno que viven estas mujeres. Después estuvo el desafío y la presión como mujer de representarlo con la mayor seriedad y verdad posible, no quería que fuera algo superficial televisivo.
ROMAN: Fue la escena que más me costó. Tenía que meterme en las entrañas mismas de la violencia hasta llegar a matar. Fue terrible. Llegaba a casa a las cinco, seis de la mañana, y eran las siete y no me podía dormir. No podía relajarme. Era todo muy intenso. Jesús (Braceras, el director) nos pedía que pusiéramos el cuerpo y que filtráramos lo menos posible por la cabeza. Si teníamos que abrazarnos, besarnos y tener sexo, era con toda la intensidad posible, y donde el fin era un acto violento. Era entrar casi siendo un primate, y tenía esa obligación, y lo interesante es que Carla tuvo la misma intensidad. La escena de golpes, violencia, y muerte me costó un montón, me preocupaba. De cada cinco escenas, tres eran discusiones y peleas.
—¿Qué sabían del caso de Alicia Muñiz y Carlos Monzón?
R: Yo seguía la carrera de Monzón, seguía mucho el deporte en general, era la época de Guillermo Vilas, el Boca del “Toto” Lorenzo, y coleccionaba El Gráfico. Después que se retiró no seguí nada. Cuando sale lo de la serie vi material fílmico del caso, sobre todo de él en la cárcel. No estaba al tanto del juicio y de la persona en la que tuve que meterme de lleno, y acá hay cuatro guionistas que apoyados por los familiares de Monzón, armaron las escenas, los vínculos. También hice boxeo con Martín Coggi, aunque no tenía que boxear porque a esa parte la hizo Mauricio (Paniagua), pero sí me sirvió para la actitud.
Q: Sabía que había sido el primer femicidio mediático del país… Hay prejuicios de la gente de contar la historia de Monzón. Todo el tiempo me llegan críticas que están los carteles de promoción que dicen: “campeón, ídolo y femicida” con la foto de Monzón. Es un gran avance, cinco años atrás esto no hubiera pasado. La gente dice: “Ni campeón, ni ídolo, solo femicida”. Rita Segato lo explica muy bien: pintar a un femicida como un monstruo es peligroso, es tan peligroso como pintar a la víctima como la buena víctima. El femicida lejos de ser un monstruo es todo lo contrario, es un hijo del patriarcado que lleva el mandato hasta la última consecuencia, y no nos tiene que resultar extraño ver a un femicida hiperadaptado a la sociedad y que están idolatrados, que es la imagen del macho, del control de la violencia sobre el cuerpo de la mujer, y en eso tenemos que luchar.
—¿Sufriste algún tipo de violencia machista?
Q: Yo creo que no hay una mujer en el mundo que no haya vivido en cierta medida alguna situación de violencia machista.
—¿En donde te pasó?
Q: En lo laboral. Me pasó de ser tratada con menor respeto en un set por ser mujer, porque si hay un actor reconocido que pide tiempo para hacer algo, por supuesto que se lo dan porque es un genio, pero si lo hago yo, encima que soy joven, soy una hinchapelotas. Si el hombre es exigente, es un capo; si la mina es exigente, es una rompehuevos. Tuve un caso particular con el director de la serie de HBO Show Me a Hero (Paul Haggis) en Estados Unidos, y a quien después le aparecieron denuncias por acoso y violación. No me acosó físicamente, pero si viví situaciones... Me citó a ensayar en su casa. Yo llegaba y era la única, el protagonista masculino no estaba, me ofrecía vino, le decía que no y me lo servía igual, pero yo no me lo tomaba. Y cuando vio que no podía ejercer control machista sobre mí, sea cual fuere la razón, empezó a castigarme en el set, a cortar las escenas que tenía sola. Redujo mi personaje adrede, y terminó siendo un objeto que acompaña al hombre. Fue muy claro el cambio. Esas cosas siguen pasando, pero cada vez van a pasar menos.
—¿Qué le preguntarían a Monzón y a Muñiz si tuvieran esa posibilidad?
Q: No le preguntaría nada. La abrazaría y le diría que lo siento mucho. La verdad es que me parece que no hay nada que preguntarle en base a la violencia que recibió, pero sí le preguntaría su carrera como actriz, ella protagonizó en el Maipo, tenía un sueño muy grande, se desvivía por su hijo. Murió a los 32 años, yo tengo 31, es muy loco pensarlo. Este caso sentó precedentes porque se empezaron a abrir las primeras Comisarías de la Mujer, hizo que se hablara más, y que muchas mujeres se animaran a denunciar. Entonces agradecerle también, ojalá no hubiera sucedido, pero Alicia fue, sin quererlo, clave en el crecimiento de este movimiento feminista.
R: Terminamos de hacer un plano secuencia donde en la mitad del trayecto Monzón rompía cosas, y cuando la vi a la escena, internamente, dije: “basta”. Más que preguntarle le diría eso; que pare. Yo creo que él nunca superó la muerte de Alicia, de no verla nunca más, lo terminó de hundir. Luego del femicidio, también pierde a su hijo, nunca más lo vio a su hijo Maxi, la víctima mayor de todo. Esa madrugada perdió a su mamá y a su papá.
Docencia y cifra alarmante
Antes de que Disney lo seleccione para convertirse en Carlos Monzón, Jorge Román daba clases de actuación en Corrientes capital. “En los últimos años me dediqué a entrenar actores, también en Paraguay y Brasil. Filmé acá una película, Un Gauchito Gil, de Joaquín Pedretti, y después en Paraguay filmé Matar a un muerto, de Hugo Giménez. Me apasiona la actuación, pero me gusta la docencia, y antes de ser actor estudié y me recibí en la carrera de Ciencias de la Educación entonces, la parte de la docencia me tira mucho” –afirma Román.
—¿Qué le admiras a Monzón?
ROMAN: Que haya salido del lugar donde estaba. Vivió una vida de 14 hermanos, de una pobreza absoluta. El tenía raquitismo cuando llega al boxeo. Cuando boxeaba era disciplinado, se levantaba temprano, iba a entrenar. Entonces, admiro esa capacidad de trabajo y de lucha. Al mismo tiempo, tener una familia, y la relación que tenía con sus hijos, sobre todo con su hija Silvia (fruto de la relación de Monzón con “Pelusa” García). Silvia y su hijo Agustín, vinieron al set justo mi último día de rodaje, teníamos una escena en un auto con Carla, una escena tensa en un auto, y fue emotivo el encuentro. Cuando me vio se generó un silencio, me saludó, y me abrazó, apoyó su cabeza en mi hombro y sentí algo muy fuerte.
Carla Quevedo vive en Hollywood donde toma clases de actuación y concurre a castings. El jueves presentó su libro de poemas Me pelée a los gritos con el mánager del spa. El orador del lanzamiento fue Fito Páez. “Quise que me presentara alguien que haya encontrado en la literatura otro mundo, y fue un sueño que lo presentara Fito”, responde.
—Carla, vivís en Estados Unidos, ¿la cantidad de femicidios es igual a la de la Argentina?
QUEVEDO: No. Los números de la Argentina son realmente alarmantes. Femicidios hay en cualquier parte del mundo y me ha pasado, por ejemplo en las marchas que fui en Los Angeles, caso la del 8 de marzo, que hablando con una directora americana le comenté que cada 35 horas en la Argentina hay un femicidio y ese dato a ella la shockeó, se quedó helada, y comenzamos a pensar en un proyecto al respecto que se llame “35”.