El cine ha incluido el striptease en emblemáticas escenas, como la de la homónima película protagonizada por Demi Moore, con caño incluido y todo, o con Kim Basinger y Mickey Rourke a ambos lados la cortina americana en Nueve semanas y media.
Esta vez es la danza la que toma las leyes del género y las resignifica desde una mirada contemporánea. Quien imaginó esta revisión del “arte de desnudarse” —como lo define— es Diana Theocharidis, coreógrafa y directora del Teatro de la Ribera. Allí, en pleno La Boca (Av. Pedro de Mendoza 1821), de viernes a domingo a las 19 se desarrolla Strip+tease = 4 desvelos, donde, una tras otra, se suceden obras de veinte minutos en las que cuatro coreógrafos —Maricel Alvarez, Florencia Vecino, Pablo Rotemberg y Carlos Trunsky— toman libremente elementos del striptease. Theocharidis, que oficia de curadora, explica.
—¿Cómo surgió la idea de este espectáculo?
—Siempre me parece estimulante que varios artistas o pensadores comenten o hagan una obra partiendo de un mismo tópico. El striptease roza temáticas, como el desnudo en escena. En las artes plásticas, el desnudo siempre estuvo aceptado; en las artes escénicas es más conflictivo. Es una forma totalmente desprestigiada, que nunca alcanzó la categoría de género artístico. Linda con la vulgaridad, la sofisticación y la pornografía. También puede ser controversial en este momento, porque remite, sea hombre o mujer, a un objeto de deseo. En la historia del striptease hay cuestiones en torno al poder y a la persona que se ofrece como objeto a cambio de dinero.
—¿Cuáles son las coordenadas básicas del striptease?
—El striptease es el arte de la postergación, porque el intérprete hace todo ese número para atizar, provocar el deseo. Pero sabe que, cuando se sacó la última prenda, se acabó el juego. Es un juego sexual que termina con un apagón. Deja el deseo encendido: no hay un acto sexual al final del striptease. Con la última prenda se satisface el deseo de ver, que es muy importante, pero no el acto sexual. El stripper, como la protagonista de Las mil y una noches, busca una dilación, esperando qué se va a sacar, en qué orden.
—¿Qué vínculo hay entre esta propuesta y el desnudo o casi desnudo, como en “Bailando por un sueño”?
—Dentro de esos números siempre hay perlas y gente talentosa involucrada. Esos números comerciales alimentan el género del striptease y hacen que, en el imaginario de la gente, esté el típico número televisivo comercial o de cabaret. “Bailando por un sueño” está en el imaginario colectivo. Cuando la gente venga a ver Strip+tease = 4 desvelos, se va a poner en tensión esa idea, esa imagen, esa memoria que trae, porque ninguno de los cuatro artistas está haciendo un número de cabaret en un cabaret sino en el Teatro de la Ribera. Y los números de striptease no duran veinte minutos. No se ve un striptease habitual sino con un corrimiento, a través de cuatro visiones fulgurantes. Aunque algunos artistas están acostumbrados al desnudo en escena, no es lo mismo desvestirse provocando, porque muchas veces el desnudo en el escenario está muy lejos de ser erótico.
Cuatro formas de desnudarse
Strip+tease = 4 desvelos implica una apuesta del CTBA por un proyecto ambicioso, en el que interviene un grupo de artistas numeroso y multidisciplinario. Actúan la cantante y pianista Carmen Baliero, y los bailarines de los interludios son Nico Insfrán, Mario Medina y Agustina Biscayart Abram. La escenografía es de Magalí Acha; la iluminación, de Omar Possemato.
El Strip+tease 1 = Ecdisis, dirigido por Maricel Alvarez, es ejecutado por Ulrico Eguizábal Catena, inconfundible por su altura, delgadez e inquietante presencia escénica. El striptease aquí es asociado con el proceso de muda o cambio de piel que sucede en muchos animales.
En el Strip+tease 2 = Impuesto rosa, la bailarina Florencia Vecino se autodirige y cruza el mundo del desnudo, el erotismo femenino y la cultura pop.
En Strip+tease 3 = El cisne salvaje, Pablo Rotemberg dirige a Pablo Emilio Bidegain y pone el foco en el proceso de desnudarse de un cuerpo masculino.
Strip+tease 4 = Burlesque se acerca más a los cánones del género; el coreógrafo Carlos Trunsky convocó a Fanny Bianco y Mariela Anchipi, quienes además de tener trayectoria académica en el canto y la danza forman parte del circuito del varieté, donde a menudo hay striptease.
Para Theocharidis, “al espectador se le dirige la atención, pero en los veinte minutos ocurren tantas cosas que uno se olvida de que vino a ver un striptease. Me gusta pensar que es un viaje en el que uno se deja transportar por distintos caminos, pierde la ruta principal y después vuelve”.