Llega a la cita en su bicicleta plegable y esto marca ya un rasgo de César Brie. Asume que es descendiente de galeses, italianos, holandeses, ingleses y franceses: “Descendemos de los barcos”, dirá con una sonrisa. Este argentino con algo de acento italiano tiene huellas de una Bolivia que aún le duele. Se formó junto a Iben Nagel Rasmussen del Odin Teatret de Dinamarca y luego fundó y dirigió el Teatro de los Andes en Bolivia, durante veinte años. Hoy quiere quedarse a vivir aquí y desea que sus hijas italianas también puedan venir muy a menudo a este suelo. Llegó para presentar varios espectáculos de su autoría y dirección, en casi todos también actúa, junto al grupo que ha conformado en Banfield. Estará en El Galpón de Guevara, Santos 4040, Timbre 4 y en el Centro Cultural Recoleta. Presenta La voluntad (fragmentos para Simone Weil); El paraíso perdido, Fui y ¿Te duele?
—¿Por qué llevar la vida y la obra de Simone Weil al teatro?
—Son muy pocos los que la conocen. Murió muy joven a los 34 años en Inglaterra y casi no se consiguen las ediciones de sus textos. Para mí es la más grande filósofa del siglo XX. Vivió toda su vida arriesgándose, luchó en la Guerra Civil española y siendo judía fue a la Alemania nazi. Trabajó en dos fábricas, donde la echaron por inútil, lo hizo para entender cómo se trabajaba allí. De allí surgen sus textos más impresionantes sobre la libertad y la opresión social. Los pude leer en francés e italiano, no sé si están en español. Tiene uno de los mejores ensayos sobre la guerra de Troya (La Ilíada o el poder de la fuerza).
—¿Por qué creaste el espectáculo “¿Te duele?” sobre la violencia familiar?
—Es un mal endémico, atraviesa a todos los estratos sociales y no cambian los porcentajes de Italia o Bolivia, sólo se ven más. Creo que se agravó por la liviandad en las costumbres sexuales. Hoy todos acceden a la pornografía por internet, un niño vio más que yo a mis treinta años. Hay una idea de libertad, las mujeres lo son más, las técnicas amatorias son conocidas y machistas, buscando el placer del hombre. Hoy en día no hubo un crecimiento cultural en el mismo grado que esa libertad. Me parece que esa violencia deriva cuando el hombre se siente abandonado y no quiere que su “objeto” vaya con otro.
—¿Puede el teatro modificar la realidad?
—Es como todo arte minoritario, pero puede crear belleza y sintetizar. Las políticas que gobiernan al mundo son de exclusión. Estoy muy desencantado. No creo en los partidos políticos, sí en las democracias escandinavas. Habría que impedir los monopolios, sobre todo en los medios de información. En Argentina muchos hacen teatro, encuentran un lugar para expresarse y es uno de los grandes rescates del anonimato. Por eso siempre va a estar en crisis y jamás morirá. Desde que me fui de Bolivia en 2010 quise volver. Hace mucho que dejé de creer que el único teatro es el mío, aquí hay grandes talentos y aprendo con ellos.