El mensú, Canción del jangadero y El cosechero son parte de la poesía que ha construido un retrato de la naturaleza y de los habitantes del litoral argentino. Las letras y músicas de Ramón Ayala han sido tomadas por Mercedes Sosa, Horacio Guarany, Ramona Galarza, Eduardo Falú, Jaime Dávalos, Alberto Cortez, León Gieco, Teresa Parodi, Soledad, Juan Carlos Baglietto… y hasta por el Che Guevara. Este compositor, cantante y artista plástico nacido en Misiones giró, durante años, por Tanzania, Kenia, Uganda, Chipre, Líbano, Abu Dabi; cantó en España y en Italia; en París, se reunió con Atahualpa Yupanqui. El 10 de marzo cumplirá 80 años; de palabra dice que cumplirá 90; luego reconoce que nació recién en 1937, aunque acota “tengo cincuenta, es decir, sin cuenta años”.
El azar de la vida y las ideas de los programadores lo hicieron coincidir con Elena Roger, durante la 27ª Fiesta Nacional del Chamamé, que se realizó entre el 20 y el 29 de enero en Corrientes. En una misma noche, al mismo escenario, primero subió la actriz y cantante, que supo ser Edith Piaf, Eva Perón y Lotte Lenya, consagrarse en los mayores teatros de Europa y Estados Unidos, y ahora hacer proyectos con Daniel “Pipi” Piazzolla y su banda, Escalandrum. Luego, Ayala hizo lo propio con cuatro de sus temas: El señor de los campos, Canto al río Uruguay, Retrato de un pescador y Arriero de peces, y en medio, con todo su carisma, hizo chanzas y bailó galante y sensualmente con dos mujeres del público. Ella, antes de animarse, con su lírica y potente voz, a Lunita de Taragüí, de Edgar Romero Maciel, y a Niña del ñangapirí, de Julián Zini y Ricardo Tito Gómez, confesó: “Es la primera vez que canto chamamé”. Y antes de todo eso, PERFIL los reunió para esta charla.
—¿Qué vínculo tienen con el chamamé?
AYALA: Yo nací con el chamamé. Anduve [en Buenos Aires, a donde llegó siendo niño, luego de sus primeros años en Misiones] en esas bailantas que les llamaban “bailes de puloil”, porque las chicas que iban allí eran chicas de la limpieza, de Corrientes, Misiones, Formosa y Paraguay. Yo estaba muy contento con ellas, porque eran auténticas. Y el que las discriminaba así no es auténtico. Ellas venían ansiosas de escuchar la música de su tierra, y de bailar. Yo tocaba la guitarra y cantaba en el Monumental de Flores, en Nazca y Rivadavia, cuando tendría 17 años. Cuando vos estás en una selva gris, una selva de cemento, el río Paraná, color de león, es un estallido, una explosión. Mi tierra, estas palmeras, el sonido del aire, el idioma guaraní, el resplandor de Brasil… todo eso forma un clima que está latiendo en uno.
ROGER: Me gusta mucho el folclore, pero debo decir que soy muy ignorante de los autores, de las canciones. Entonces, que nos hayan invitado a este festival, a mí y a otros que no somos del palo, es un regalo, porque me invitan al conocimiento.
—Sus trayectorias tienen mucha proyección internacional. ¿Cómo viven su argentinidad y su carrera en el exterior?
A: Por ejemplo, con respecto a mi vestimenta [siempre se presenta en escenarios con bombacha, camisa, botas, rastra y sombrero de ala ancha], el gaucho o el paisano es el rostro del país. La gente parece que tuviera cierta prevención a vestirse como es su propia tierra. El hombre fue parido en una región, pero anda pensando en otra región que nada tiene que ver ni con el idioma, ni el olor, ni el sabor, ni la geografía. Entonces, anda fuera de órbita. Es un envase de un país determinado como la Argentina, con un contenido extranjero. Por dentro también está corrompido, enajenado; se va borrando su propia identidad; es uno más, un ser anónimo.
R: Cuando uno va afuera, se enriquece, comprende otras culturas y aprende a valorar su país. Pero así como para mí fue enriquecedor irme a Broadway, es muy enriquecedor venir a Corrientes. Nueva York es una ciudad muy capitalista. Broadway me parece a veces como Once, llena de cosas: comprar, comprar, comprar. Aunque Londres es como la cuna del teatro, tanto allí como en Broadway el teatro es una industria. El arte es muy bello, pero el estilo de teatro es arte para ganar dinero. Yo no hago arte para ganar dinero. No sé si se llama arte eso para ganar dinero; es otra cosa. Después, cuando terminé de hacer Evita, en vez de hacer un disco que tuviera que ver con algo inglés, Vientos del sur tuvo que ver con algo argentino, que ligaba las dos culturas. Yo quería llevar mi cultura a los ingleses; ya estamos inundados de cultura de Estados Unidos o de Inglaterra. Valoro mucho lo argentino y me parece que hay que saber de la cultura de nuestras raíces. Por eso, festivales como el de chamamé son tan importantes, porque permiten que una persona como yo, porteña, pueda interesarse por la cultura de otras provincias. Al ser portadora de voz argentina, puedo transmitir ese tipo de música afuera.
—Ramón, ¿cómo es la anécdota con el Che?
A: Cuando fui a Cuba, me encontré con el Che y en ese momento también estaba Salvador Allende. Ahí me enteré de que el Che Guevara cantaba El mensú en los fogones de la Sierra Maestra. Yo no me había podido imaginar que este prócer para la eternidad había puesto el oído y los ojos en una canción de Ramón Ayala. El Che había sido engendrado en el Alto Paraná; el padre tenía un obraje; con la madre tuvieron que tomarse una barca cuando se acercó el parto y llegaron hasta Rosario. Luego, con su madre, volvió a Misiones. El creció en ese ámbito. Después se enteró de que había una canción que nombraba esa tierra, una canción que denuncia la brutal explotación del mensú, que es el mensual, el mensualero. Y esto coincidía con los ideales del Che, que también son los míos. Nadie tiene el derecho de apropiarse de nadie. El hombre es libre.
El 27º Festival de Chamame
Transmitido por la TV Pública y organizado por el gobierno de Corrientes, en la ciudad capital, el 27º Festival Nacional de Chamamé fue también la 13ª Fiesta del Chamamé del Mercosur. Sobre el escenario Osvaldo Sosa Cordero, dentro del Anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola, flamearon las banderas de la Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay, junto a la infaltable imagen de la Virgen de Itatí. Con entradas a $ 100, a menudo se cubrió el máximo de la capacidad, de 15 mil espectadores. En un clima alegre sin desbordes de alcohol ni violencia, niños, adolescentes, adultos y adultos mayores compartieron música y danza. Si de bailar se trata, hubo coreografías del Ballet Oficial y del siempre imponentemente profesional Ballet Folclórico Nacional. También hicieron su número los invitados Cinthia Fernández y Gabo Usandivaras. Y una pareja que hace años brinda una postal inolvidable: Plácido Martínez y Margarita Vignolo rondan los 70 años, se llaman Los Incansables del Chamamé y están, con sus arrugas, su entusiasmo y sus trajes típicos, en cada Festival. Actuaron algunos niños y adolescentes y el joven talento de Alan Guillén; asimismo, consagrados en países vecinos, como el uruguayo Ricardo Panissa, que cantó Canción de verano y humo, de Jorge Cafrune, y el brasileño Luiz Carlos Borges. Hubo tiempo para acercamientos exquisitos y originales, como los de Juan Falú junto a Marcelo Moguilevsky, quienes hicieron Juan Payé, un rasguido doble de Osvaldo Sosa Cordero, con guitarra y clarinete. Por su parte, el lujo sonoro llegó también con Raúl Barboza, con Opus 4 y con Luis Salinas. Cuatro voces femeninas presentaron su interpretación personal en el momento que se llamó “Chamamé mujer”: Elena Roger, Soledad Villamil, Hilda Lizarazu y Valeria Gómez. Asimismo, Raúl Lavié hizo Pueblero de Allá Ité. Y con gran despliegue sonoro llegaron Lito Vitale, Juan Carlos Baglietto y sus músicos.
También hubo tiempo para topadoras del folclore, como Los Nocheros y el Chaqueño Palavecino. No faltaron Los Alonsitos ni Antonio Tarragó Ros.