El director catalán Albert Boadella fundó en 1961 Els Joglars, una emblemática compañía de teatro independiente de España y de Europa toda, con marcado sesgo político. En 2009 se volcó al ámbito escénico público y comenzó a dirigir los Teatros del Canal dependientes de la Comunidad de Madrid. En 2012 dejó la dirección de Els Joglars. Actualmente se encuentra en Buenos Aires: en el Teatro San Martín, presenta su obra, coproducida con los Teatros del Canal, El pimiento Verdi, donde la ficción enfrenta a amantes de Verdi y amantes de Wagner. El artista barcelonés, nacido en 1943, conversa aquí, sobre temas como lo privado y lo estatal, lo argentino y lo español, la libertad y la censura.
—¿Cómo es que llega “El pimiento Verdi” a Buenos Aires?
—Hay una relación entre la Argentina y los Teatros del Canal, cuyo intendente viaja a buscar cosas aquí [en octubre, por ejemplo, llevará a Madrid La Celia, con Ivana Rossi, y Escenas de la vida conyugal, con Darín]. Ha estado Master Class, con Norma Aleandro; ahora vamos a tener El cabaret de hombres perdidos [dirigido por Víctor Conde]. ¡O sea que hay un tráfico! Así como van muchas cosas para allá, era interesante que viniera algo para acá y pensamos en El pimiento Verdi.
—¿Qué percepción tienen del teatro argentino en España?
—Tiene el prestigio de grandes actores y directores y está asociado como un teatro con cariz psicológico y como un teatro social. En Buenos Aires, la gente puede tener o no dificultades económicas, pero va al teatro. No se puede decir lo mismo de algunos países europeos.
—¿Tiene actores argentinos favoritos?
—Yo no soy de citar actores, sino más de citar directores. Veronese me gusta mucho [ahora mismo está en los Teatros del Canal con Bajo terapia]; también, Gustavo Tambascio, que vino a hacer su Frankenstein al Canal.
—Usted es reconocido por sus obras con fuertes críticas políticas, como las que hizo a Jordi Pujol, ex presidente de la Generalidad de Cataluña. ¿Cómo aparece esto en “El pimiento Verdi”?
—Hombre, no sería ésta una de mis obras más politizadas. Sin dudas. Pero en mi teatro, siempre tengo algo que decir desde el punto de vista contemporáneo. Aquí el tema es más musical que político, aunque hay planteamientos sobre la responsabilidad del artista. ¿Es Wagner responsable o corresponsable de que los judíos fueran a las cámaras de gas con su música? Cuando eso sucedía, él estaba muerto desde hacía años. Pero ¿existe alguna responsabilidad en su obra que permita esta inducción posterior? Lo que los artistas hacemos tiene una repercusión pública, y puede ser aprovechada incluso en contra de lo que hemos hecho.
—¿Por qué dejó su compañía independiente y cómo trabaja en el teatro estatal?
—Dejé la compañía a otra dirección. Los años que me quedan de vida activa los quiero dedicar a mi frustración personal: hacer cosas con orquestas, con cantantes. Sobre mi etapa como dramaturgo, pienso que ya he dicho y hecho todo lo que tenía que decir. Yo estaba por la libertad que significa una compañía independiente. He pasado totalmente al otro lado, al teatro público, que también es una experiencia positiva, porque el Estado tiene que proteger creaciones que serían imposibles sin la ayuda del dinero público, como la ópera, las orquestas, el teatro infantil y las nuevas propuestas vanguardistas. Pero el teatro tiene que lograr ser independiente de los gobiernos, no de las ayudas que estos gobiernos están obligados a dar. Tiene que haber instituciones intermedias que garanticen la transparencia y la imparcialidad, porque el dinero público es sagrado.
—¿Hay autocensura en el arte?
—Sí, puede haberla, por motivos de prudencia. Un ejemplo, no sólo europeo sino internacional, es el islam, que significa un riesgo de muerte para un artista, pues existe un ejército no regular sino terrorista. Los artistas que puedan pensar en hacerle una crítica se autocensuran. Si no lo hacen, en París hemos visto lo que pasa.
“Le tengo pánico al populismo de Podemos”
Albert Boadella es un apasionado del debate político. Así reflexiona: “Mi posición en relación con Cataluña es la misma que en relación con Córcega o Irlanda. Cualquier intento de secesión en la Unión Europea sería un retroceso social y humanístico. Las fronteras no son sólo de aduana, sino de solidaridad. Cataluña piensa que, por ser una de las regiones más ricas, no debería pagar por encima de otras regiones de España. Esto es una actitud insolidaria. En todo caso, no tiene que ver con la izquierda y la derecha, porque en la Europa actual los términos de izquierda y derecha están desapareciendo. El gobierno español tiene aciertos económicos y errores sociales muy importantes. Sí estoy en contra de los intentos de convertir el diálogo social en populista. Mis enemigos son los impostores. Le tengo pánico cerval al populismo, a los dirigentes que prometen cosas que no pueden cumplir y que incitan los bajos sentimientos de los ciudadanos, la insolidaridad, la xenofobia, en función de los propios intereses de esos dirigentes. En España esto es Podemos, un partido muy peligroso que puede sumir a España en un auténtico caos”.