ESPECTACULOS
Hugo Arana

“El éxito no tiene nada que ver conmigo”

El actor estrena en pocos días Los tutores, una comedia satírica ambientada en el ámbito educativo. Confiesa que aún hoy le recuerdan la publicidad de los escarpines.

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Historia. Reconoce que fue a estudiar teatro con Augusto Fernandes cuando soñaba con ser estrella del cine. Ganó popularidad con los escarpines. | aballay

Tiene una memoria prodigiosa, se acuerda años y nombres que apabullan. Actor y director, pero esto último solo a pedido, según afirma Hugo Arana. Sabe que conquistó la popularidad gracias a un célebre aviso publicitario, pero tiene el don de no creerse famoso. Ahora vuelve a los escenarios de la mano del mismo autor con el que conquistó grandes críticas. Será el 11 de enero en que se conocerá Los tutores, obra ganadora de Contar 3, concurso organizado juntamente por Aadet y Argentores para que los dramaturgos nacionales estrenen en las mejores condiciones de la avenida Corrientes. Estará en la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza, con dirección de Daniel Cúparo.

—¿El éxito de las publicidades te hizo menos prejuicioso?

—El teatro siempre me sostuvo. El aviso lo pasaban treinta veces por día, en los cuatro canales. A los quince días subía a un colectivo y me aplaudían. Si no fuera por el teatro, hubiera corrido el riesgo de haber caído en la tontería. Estaba en el año 1970 en el taller de Augusto Fernandes y una compañera me dijo que Juan José Jusid estaba buscando a un actor para una publicidad de vino (Crespi). Me negué rotundamente. Pero vi que Ulises Dumont hacía un aviso de calefones y Norman Briski, de hojas de afeitar. Eran dos actores muy conocidos y admirables, fueron ellos los que hicieron que manipulara mi conciencia. Así fui a la prueba y durante cuatro años grabé avisos hasta que llegaron los escarpines. En 2016 me dieron una estatuilla porque es la publicidad más recordada de la televisión argentina. Todos me preguntan por ella.

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—¿Por qué decidiste estudiar con Augusto Fernandes?

—Fui actor para trabajar en cine. Me gustaban las películas y no había visto teatro hasta que a mis 22 años me anoté y empecé a estudiar. Empecé a preguntar y me anoté en su taller en 1969. Hicimos mucho entrenamiento, pruebas, junto a Lito Cruz (se emociona) y armamos grupos con Inda Ledesma, Carlos Moreno, entre muchos otros.

—El humor televisivo en los programas de Hugo Moser, con personajes como el Groncho y Huguito Araña en “Matrimonios y algo más” en la década del 80, ¿tampoco te modificó?

—El éxito o la fama no tienen nada que ver conmigo. Voy a jugar, me divierto y me critico mucho. Así como crece el oficio también se amplía la mirada y el sentido crítico. No uso la palabra “carrera”, no busco correr nada, ni a nadie, prefiero “profesión”, que es de profesar y tiene que ver con la fe.

—¿Cambia la relación con el público si se hace una comedia o un drama?

—No es un invento mío, pero trato de poner el foco en el otro, ése es el refugio. Si me concentro en el actor o la actriz que tengo enfrente me protejo de andar actuando. El público ve todo. Si el otro está en tus mismas condiciones de relajación no hace falta actuar, el otro ya está modificado. Es muy fácil de olvidar y el peligro es caer en la ilustración.  

—¿Cómo es el vínculo con los directores?

—Depende, pero por lo general es muy bueno. Busco no invadir espacios. Si siento algo en particular, les pido ir a tomar un café a solas, para charlarlo. Como en la vida, hay un abanico de todas las posibilidades y uno intenta adaptarse a cada realidad. Es fundamental la presencia de un director, la mirada de afuera es muy necesaria.

—¿Y Hugo Arana director?

—Lo hice cuatro veces. La primera fue a pedido de Darío Grandinetti, quien quiso que lo dirigiera en El cartero (basado en Ardiente paciencia de Antonio Skármeta), espectáculo que hicimos junto a Nicolás Cabré en Mar del Plata en 2000. Después Locos de contentos, de Jacobo Langsner, con Mario Pasik y Marta Betoldi. Siempre que dirigí fue porque algún compañero me llamó, porque me sigue divirtiendo más ser intérprete.

—¿Cambió mucho la televisión?

—Añoro las grandes novelas. Aquellas que se hacían en Canal 7, ensayábamos quince días con actores de la talla de Norma Aleandro, Héctor Alterio y la dirección solía ser de Sergio Renán. Extraño ese formato y esos textos de la literatura universal. Como no se podía compaginar había que grabar todo seguido de manera perfecta. Tuvimos muy buenos programas, Argentina vendió formatos y guiones a todo el planeta.

—¿Y el teatro?

—Habría que poner que el teatro en Buenos Aires compite en cantidad de espectáculos con Londres y Nueva York, pero eso no figura en ningún titular, porque no es nota. Si bombardeás a una comunidad con malas noticias la debilitás, la fragmentás, no tiene futuro, tiene angustia y hacés lo que querés con ella. No porque el teatro salve al planeta, sino porque ayuda a reflexionar.


Lito Cruz y ‘la leona’

Conmovido por la muerte de Lito Cruz, Hugo Arana lo recuerda: “Con él hice mucho laboratorio. Por eso no tuve ganas de ir al cierre de Cuéntame cómo pasó. Me pusieron un asistente ya que debía hacer de un español. Fueron muy pocos capítulos. Mi personaje había sido novio de Herminia (Leonor Manso), los padres no los dejan casarse y queda embarazada. Como él no asume la paternidad, ella se viene a la Argentina. Mi papel llega a Buenos Aires buscando a su hija, que interpretó Malena Solda”.

Cuando se le pregunta por La leona, no duda y se apasiona. “Fue una novela premonitoria –subraya–, se escribió en 2014, se grabó en 2015 y se conoció en el 2016. Era un grupo de personas que querían mantener su fuente de trabajo. Mi personaje, Pedro, era muy noble. Todo el equipo fue maravilloso. Sabía que eran solo veinte capítulos y que después me moría, no me mataban. Tuvimos un gran boicot y a pesar de eso tuvimos mucho público. Acusaron a Nancy Dupláa y Pablo Echarri de ser kirchneristas y no había que mirar la novela. Fue una coproducción de El Arbol, donde estaba Martín Seefeld, amigo personal de Macri”.