"No te asustes si aparecés tirado en una zanja”. “Te voy a prender fuego la casa”. “Te vamos a matar”. “No te metas con Justin que la vas a pasar mal”. La catarata de amenazas que recibió Mariano Peluffo en su cuenta de Twitter sorprendió al conductor, que apenas había tratado de “nene” a Justin Bieber y se había tomado el atrevimiento de escribir su nombre “Shastin”, como chiste fonético.
Esa fue apenas una de las consecuencias de la llegada del cantante de 17años a la Argentina, en la trasnoche del lunes 10, llevó a primer plano las peculiares características de un gran grupo de fanáticas, autodenominadas “beliebers”, un juego de palabras entre el apellido del ídolo y el verbo inglés “believe”, que significa creer.
Los dos shows de Bieber en el estadio de River, con lleno total y entradas agotadas en pocas horas fueron el clímax de una histeria colectiva adolescente, que actuó casi con el manual no escrito de barrabravas para chicas: amenazas, mails desafiantes, turbas en hoteles y canales de televisión, y operativos de seguridad extremos, son el lado B del fenómeno Bieber.
“En la posmodernidad, las celebrities toman estructuras de los ídolos religiosos de antaño. Son un elemento clave de la cultura de masas, canalizan impulsos y deseos de las energías colectivas y se impregnan
de 'lo sagrado'”, analiza el sociólogo Matías Romani.
“Se reproduce la irracionalidad fanatismos tienen una carga de cierta histeria. Cualquier ofensa o cuestionamiento al ídolo se considera profano, y produce reacciones ultraviolentas”, agrega.