ESPECTACULOS
Alejandro Awada

El hombre que nunca leyó el Corán

De origen sirio-libanés, a los 30 se casó con Melanie Alfie, judía, con quien tuvo a Naiara (12). Alfredo, en Sos mi vida, dice que en Arana encontró a un gran amigo y que Oreiro es extraordinaria. Por Menem, se diferenció de sus padres.

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CUERDO. Awada jura que no se ubica el lado de la razn ni de la locura. Acepta el dolor y espera que pase. Apuesta a la alegra. | Cedoc

"Nada resulta superior al destino del canto. Ninguna fuerza abatirá tus sueños, porque ellos se nutren con su propia luz”. Con estas frases se lo escuchará a Alejandro Awada empezar a recitar El destino del canto, de Atahualpa Yupanqui, la noche del martes 23 en el Festival folklórico de Cosquín. “Habla del sentido de que el artista sea artista y trabaje al servicio de la tierra y del pueblo”, dice el actor que comulga con el compromiso del arte con la gente.

Vestido de pantalón y mocasines blancos, Awada habla bajo y pausado, con énfasis bien salpicados en el discurso de conversador entrenado. Repetirá inconteniblemente la muletilla “¿sabés?”, abusará con placer del verbo “aprender” y romperá de improviso su ritmo compacto con alguna carcajada desbocada, un vestigio tal vez de otras épocas en la que se dejaba invadir por reacciones intempestivas. “Aprendí a contar hasta mil. Se aprende mucho aceptando el dolor en lugar de gritar. Esa, ésa –subraya–, la aprendí.”

En el balance de 45 años cumplidos el 18 de diciembre, Awada se define “hombre feliz”. Profesionalmente, el éxito lo acompaña. El martes termina Sos mi vida, la tira en la que interpretó a Alfredo, el amigo de Martín (Facundo Arana), un rol que superó la ficción para transformarse en real. “Tengo el honor de haber ganado un gran amigo. Y de haber trabajado con Natalia (Oreiro), una artista con todas las letras y una mujer extraordinaria: es bella, inteligente, sensible y con un enorme compromiso con las causas nobles”, elogia.

Del prime time de Sos mi vida pasará desde marzo o abril a transitar la hora de la merienda con Mujeres de nadie, un cambio que lejos de ponerlo nervioso, dice comprender. “La jugada es ganar la tarde”, arriesga aludiendo al rating de Canal 13 en esa franja que, aún, le es adversa.

Nacido en cuna privilegiada (su padre es empresario textil), desde este lado del muro podría preguntarse por qué no se relaja y toma distancia de tanto trajín diario. Pero desafiando la lucha de clases, se declara un simple trabajador: “Amo a mi familia y ellos a mí, y cuento con su apoyo. Pero yo vivo de mi laburo y ni remotamente puedo prescindir de él. Tengo un manguito ahorrado pero se cae el país de vuelta y en seis meses me quedé menos cero como en 2001. A los 60 años a lo mejor pueda irme a una chacra y actuar de vez en cuando”.

Hace poco recibió un premio de la comunidad sirio-libanesa como paisano destacado. “Soy un pura sangre criado en la pampa”, dice este nieto de inmigrantes de religión musulmana por ambas ramas. “No estoy circuncidado ni me crié siguiendo ritos. Mis padres no son practicantes pero sí muy creyentes, especialmente Abraham, mi papá, que es musulmán y adorador de la Virgen de Luján y una vez cada tanto la va a visitar”, cuenta.

La infelicidad para Awada tuvo fin: se terminó a los 27 y empezó, por los 30, su temporada feliz, en el exacto momento en que conoció a la madre de su hija de casi 13 años. Su ex, la dueña del pasado milagro, se llama Melanie Alfie, es bailarina y coreógrafa, de ascendencia judía y a los 8 meses de embarazo soñó que el nombre de su hija sería Naiara, un término mapuche que significa “la más bella de la tribu”. “No sé si es correcto pero para mí vale porque así es mi hija”, destaca sobre la nena que duerme en su casa tres veces por semana.

A Omar Chabán, su compañero en la no estrenada El tigre escondido (Luis Barone, 2003), lo conoce hace más de 20 años. “Tuve la fortuna de criarme en Einstein y en Cemento. Es un tipo interesante, inteligente, con quien daba gusto cruzarse, un ratito ¿no? Después de Cromañón –reflexiona–, Chabán se transformó en otro Chabán. Fue una tragedia de la que toda la sociedad es responsable".

En Ay, Juancito (Héctor Olivera, 2004), el no peronista Awada fue el presidente Héctor Cámpora. “Juan Pablo Feinmann, el guionista, me dijo: ‘Cuidalo, es el tío’, y yo lo entendí y me siento orgulloso”, aclara. En cambio, hay un vínculo con otro presidente, Carlos Menem, que nunca lo alegró. “Hubo una comida en la casa de mis padres donde fue ese señor, pero yo no fui. Sigue siendo un tema que nos diferencia”, reconoce.

Nunca leyó el Corán pero confiesa estar hoy leyendo la Biblia. Como en un tribunal, piensa largo qué va a contestar a la hora de elegir entre poner la otra mejilla o exigir el ojo por ojo: “Ninguna de las dos. Adhiero a tomar conciencia y tratar de comprender. Cuando me siento mal, me encomiendo a mis amigos, acepto el dolor y espero que pase”.

Loco en el ciclo Verdad consecuencia y psiquiatra en la obra Días contados, Awada no se ubica ni del lado de la razón ni en el de la locura. “Una es aburrida y la otra duele mucho. Estoy del lado –arriesga– de la alegría.”