Con el inicio del tercer tramo de este relato, que en Argentina empezó a tener su pequeña tradición, sus seguidores, se inicia lo que en el mundo fue la última vez que se vio a este personaje –a este analista– plagado de problemas. En Argentina, el programa cosechó, en su edición anterior, varios premios y acaba de ser nominado nuevamente a ocho Martín Fierro. Y este año contará con nuevas adquisiciones, como Cecilia Roth y Julieta Díaz. En la versión que se realizó en Estados Unidos, HBO agregó una temporada más a las dos que se habían creado inicialmente en Israel. ¿Por qué? Siempre una respuesta se puede encontrar en razones comerciales. Pero otra, intrínseca a la historia, debe buscarse en los motivos narrativos; en lo que todavía había –y hay– para contar. Hasta ahora, Guillermo Montes había descubierto que su mujer, harta de sus “ausencias presentes”, lo engañaba; que cumplió cincuenta años; Guillermo tuvo que hacer el esfuerzo de oír los reclamos de sus hijos, entrar en un proceso de enamoramiento con una paciente, morir de celos y tomar del cuello a un paciente que lo desafió en su consultorio, abandonar su casa y vivir solo por primera vez en su vida, y también, de algún modo, sentir que lo había perdido todo.
En la segunda temporada, Guillermo atravesó uno de los peores momentos que le habían tocado vivir cuando, convencido de nada le había quedado, va a ver a Lucía –que desde entonces pasó a ser su analista– y confesarle con ojos vidriosos que se sentía un fracaso como terapeuta y que estaba planteándose la posibilidad de dejar también su profesión. Derrotas narcisistas, fisuras de analista apasionado y contratransferencial. En esa reducción a cero, en esa deconstrucción de todo lo que alguien creía que tenía y perdió, de todo lo que creía ser y no era, se cerraba el segundo momento de la historia. Casi con la ilusión adolescente, a los cincuenta y un años, de mirar una chica en un café y regalarle un libro sobre un corredor entusiasta y metafórico para seducirla.
Narrativamente hablando, habían quedado cosas pendientes. La historia de una crisis, esa reducción a cero, el resquebrajamiento, debía conducir a otro aspecto del que –quizá– todo relato deba hacerse cargo. Y que no tiene que ver con la resolución de la crisis, que banalizaría la envergadura de la cuestión. Pero sí, con qué se hace con ella. Guillermo solo, perdido, existencial y adolescente, aún no ha logrado ubicarse en perspectiva. Bien, esa perspectiva faltante es lo que aportará la tercera temporada. Los hijos, los padres, la herencia, lo que alguien puede dejarle a alguien y lo que se recibe aún sin haberlo elegido ni demandado. La carga de un legado, el peso de un mandato, incluso el mandato de los genes. Un adolescente contestatario dejado a la intemperie por sus padres, una madre narcisista y en pánico, un hombre otoñal, principista y desarraigado. Serán los nuevos pobladores de las cuatro paredes del consultorio. En esta ocasión, Guillermo estará rodeado por espejos que le devolverán diferentes versiones de su propia identidad. Imágenes de lo que es, de lo que ha recibido y de lo que dejará. La tercera temporada habla de qué hacer con lo inevitable. Aquello que llega y que no se ha elegido, pero que opera como un patrón frente al que uno debe ubicarse. No se elige lo heredado, pero sí la posición que se adopta frente a ese legado. Este será el Guillermo Montes en la tercera temporada. Desde el pánico frente a eventuales enfermedades que le desatan una paranoia sobre la fragilidad humana del tenor de las que ha mostrado tantas veces Woody Allen, hasta la reparación del vínculo lastimado con sus hijos.
La tercera temporada tiene que ver con la construcción de un hombre nuevo que no está seguro de tener las piezas adecuadas para semejante empresa. Como siempre, el inventario de lo que sucede dentro del consultorio, espejará y distorsionará lo que sucede en todas partes. El deseo, la envidia, el miedo, la fragilidad. En terapia es la simulación de lo público en la privacidad de un cuarto. Y si la segunda temporada dejó el espacio abierto para una reconstrucción, en la tercera, las cosas no parecen estar dadas para que eso ocurra. Justamente el sentido del relato será explorar, tentar un camino. Por lo general, el inicio de una historia abre un hiato frente a su conclusión. Siempre hay una conexión faltante, ésa es la función del cuento como construcción. Más grande la brecha, más fecundo el proceso narrativo. En esta tercera etapa, En terapia deberá hacerse cargo de una posibilidad, en principio, remota: que un hombre en ruinas pueda alguna vez renacer como un hombre nuevo.
*Director, guionista y adaptador de En terapia.