Ironía, humor sutil, melancolía y precisión estética son algunas de las marcas de Alfredo Arias, siempre atento al pasado y presente de la realidad nacional. Este director francoargentino, quien va y viene entre su Argentina natal y la Francia que lo cobijó desde la última dictadura militar, ahora realiza una doble temporada en la sala AB del Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551): Comedia repostera, una ficción sobre la cocinera Petrona C. de Gandulfo, escrita por él, y actuada por él mismo y Alejandra Radano, va los martes, viernes y domingos a las 20.30; y Deshonrada, el imaginario interrogatorio policial a la actriz Fanny Navarro luego de la muerte de Juan Duarte, que escribió Gonzalo Demaría, con dirección de Arias, y con Radano y Marcos Montes como actores, va los miércoles, jueves y sábados, también a las 20.30. Para Arias, hay razones para unir estas obras: “Se trata de un díptico sobre dos mujeres argentinas, que comparten un momento alrededor del peronismo. Doña Petrona lleva adelante la idea de transformar a la clase media en una clase repostera rica. En el otro polo, Fanny Navarro, personaje olvidado y castigado de nuestra historia: a través de esta obra he querido reparar la injusticia que tuvo que vivir; fue destruida primero por el peronismo y después por la Revolución Libertadora. Me pareció que su fanatismo no podía ser combatido con fanatismo. En el fanatismo, alguna de las dos partes tiene que tener compasión de la otra porque, si no, no se termina nunca la destrucción y la historia no puede avanzar”.
—¿Encuentra vinculaciones entre estas obras y la Argentina actual?
—Sí. Sobre Juan Duarte, se duda si su muerte fue asesinato o suicidio. Hoy, en el episodio de la muerte de Nisman, también existe esa ambigüedad, que será eventualmente indescifrable. En nuestra pieza, se narran las interpretaciones oficiales y no oficiales de la muerte de Juan Duarte; parecen un calco de cosas que estamos leyendo ahora. También es interesante reflexionar sobre artistas que acompañan una ideología con fanatismo. Hoy hay muchas personalidades fanatizadas con el gobierno actual. Un artista tiene que tener un lenguaje que le permita atravesar la libertad; es delicado el compromiso de fanatizarse, pero al mismo tiempo no es un crimen; es un pensamiento, una encarnación dramatizada de una ideología.
—¿Cuál es su visión del peronismo en el presente? ¿Hay peronismo?
—Hoy no se puede hablar de peronismo porque el peronismo corresponde a una época muy precisa. La magia ideológica de ese momento es muy particular. El personaje de Eva Perón es irreproducible porque se ubica en un momento en que una marginalidad campera llega a la ciudad y se mezcla con la política. Esa voz encarna a los descamisados. Hoy estamos invadidos por una transformación social muy potente y por una economía virtual que nadie puede controlar. Entiendo lo que el peronismo quiere agrupar, pero el peronismo para mí se terminó.
—¿Qué le atrae de Francia, qué lo mantiene allí?
—Yo me fui de aquí porque aquí se había terminado un período de gran libertad –yo viví el movimiento del Di Tella– y se sintió anunciar la gran catástrofe de la dictadura militar. Yo estoy cobijado por la cultura francesa, que me dio una identidad de argentino. Nunca pretendió que yo fuera otra cosa que lo que soy. Eso ha sido un gesto inestimable para la identidad de la palabra. Además, hay una tradición de teatro argentino en París, que ya viene desde los tiempos de Copi, Víctor García… Hace poco, un director de teatro que se llama Philippe Adrien me dijo: “Nos tiramos encima de cada argentino que pasa, como para atraparlo afectuosamente”.
—¿Qué visiones de la Argentina se perciben desde allá?
—Las noticias no son muy buenas. Son bastante críticas con respecto a lo que está pasando acá. Pero a veces me ha pasado leer cosas muy tremendistas en diarios europeos sobre la situación argentina, y llegar acá y encontrar una situación menos dramática. Y cuando uno llega acá, el contraste de opiniones es blanco y negro: hay gente totalmente favorable al Gobierno y gente que está totalmente en la oposición. Este enceguecimiento no va a permitir resolver bien la historia.
—¿Percibe estéticas diferenciadas entre estas dos posiciones antagónicas?
—No me ha interesado mirar eso. El modo en que el Gobierno quiere contarse y cómo la oposición se cuenta superan toda ambición estética artística. Por eso, los artistas son una anécdota de este episodio.
—Y en Francia, ¿hay estéticas diferenciadas entre la izquierda y la derecha?
—Todo lo que es cultural es más bien una reflexión de izquierda porque, siendo menos conservadora, interroga más la realidad. El pensamiento de derecha es más conservador. Pero el problema más grande ahora es la aparición de la extrema derecha, un partido que propone una adhesión por el miedo. La gente, viendo que el lenguaje político no responde, va a ir hacia ellos. Puede ser muy nocivo.
Critica a los musicales
Durante 2014, se había anunciado un gran musical, Buenos Aires con estrellas, que iba a ser protagonizado por Enrique Pinti y otras grandes figuras, todos bajo dirección de Alfredo Arias. El proyecto se canceló, y Arias cuenta por qué: “El espectáculo no se podía hacer con medios de teatro oficial; había que hacerlo con los mismos medios con que se hace una gran comedia musical. Estaba en manos de T4F (Time for Fun), una casa de producción ligada a una casa madre en Brasil, que produce más bien grandes musicales anglosajones o americanos. Era imposible explicarle la identidad que este proyecto tenía. Es lamentable que no se puedan hacer cosas con identidad argentina, que haya que estar mirando siempre hacia afuera.
Ese espectáculo hablaba de la infancia compartida en ese período, una evocación del mundo del music hall extranjero que venía acá a visitar la Argentina, y desfilaban Marlene Dietrich, Lola Flores, Josephine Baker, María Félix, y cada una daba lugar a una reflexión actual, y la posibilidad de reconstruir la emoción de una niñez colectiva. Más allá de las cuentas y de los cuentos, se ha impedido a la gente poder reunirse alrededor de una memoria compartida. Los sistemas ponen plata para ver Mamma mía, Los locos Addams, pero no para que exista esta intensidad emocional que proponíamos. Mejor no tocar la llaga, mejor seguir tirando papel picado en la cara de la gente, y que piensen en otra cosa. Se cree que la riqueza está en mirar afuera, en vez de explorar nuestra riqueza”.