Este es un año teatral para Soledad Silveyra. Empezó con Lo que nos une y desde hace pocas semanas inauguró una de las nuevas salas del Multitabarís Comafi con Cuerpos perfectos de Eve Ensler, la misma autora de Monólogos de la vagina. Comparte escenario con Andrea Frigerio, Laura Oliva y Florencia Raggi, dirigidas por Manuel González Gil.
—¿Qué te interesó de “Cuerpos perfectos” como para sumarte al elenco?
—Primero el trabajo, quise volver al escenario después de haber hecho una obra difícil para el público como fue Lo que nos une. Apareció Manuel González Gil con este proyecto y con él me une un vínculo muy fuerte después de Made in Argentina. Quería seguir en acción y me encantó el grupo. La autora es la misma de Monólogos de la vagina. Pero aquí toma los cuerpos de un lado un poco más superficial, la obsesión que podemos tener con ellos. El mercado, la mirada de los otros y más que nada la de las madres, grandes protagonistas. Tiene emoción, humor, linda mezcla para las otras actrices, ya que yo compongo a la autora, casi una maestra de ceremonias. Tratamos de transmitir a las mujeres que hay que habitar nuestros cuerpos, que nos dan nuestras energías.
—Tuviste hijos varones y ahora tenés nietas… ¿Es muy distinto?
—Son mundos diferentes, por lo menos desde el abuelazgo, ya que tengo también nietos varones. Con las nenas encontré un universo nuevo, es muy distinto lo femenino a lo masculino. Adoro a todos, pero con las niñas aparece una gran identidad. Me veo de pequeña, aunque siempre la tengo afuera, pude remontarme a mi infancia, la que no tuve y ellas tienen por suerte. Me hice casi sola, ellas tienen una familia. Es maravilloso ver en los otros lo que nosotros no pudimos tener.
—¿Qué balance hacés de “Lo que nos une”, con el que empezaste el año laboral?
—Es positivo. Me encantó hacer la obra, nos fue muy bien a nivel artístico. Es una alegría recorrer un texto nuevo, con un grupo distinto. Somos muy gitanos en nuestra profesión. No esperaba mucho, presentí que era una propuesta muy difícil para la realidad que se vivía, como ahora. Hay una enorme necesidad de reír y distraerse. Un espectáculo que planteaba la muerte de un niño no era fácil, pero fue muy interesante todo el proceso creativo. No te vas con los brazos vacíos, aunque los bolsillos estén vacíos.
—En este 2018: ¿filmaste más que otras veces?
—Filmé la película La panelista, dirigida por Maxi Gutiérrez, donde interpreto a la jefa de producción del programa de chimentos que hace Florencia Peña. Estoy con la serie Carlos Monzón. Fueron dos y tres meses donde se me juntó todo, el teatro y las filmaciones. Hago de la madre de Alicia Muñiz, que interpreta Carla Quevedo, ella vive en los Estados Unidos. Tengo pocas escenas, pero de una gran densidad. Desgraciadamente es un karma que tenemos con nuestros ídolos populares: la violencia o la droga. Tal vez por eso se lo quiere tanto a Lionel Messi, que es tan sano y un buen ejemplo para los jóvenes. Aquel verano de 1988 fue trágico, también murió Alberto Olmedo.
—¿Tenés recuerdos de problemas profesionales?... ¿Sentís que alguna vez maltrataste?
—Tuve episodios con Betiana Blum o con Mariquita Valenzuela, pero fueron pequeños problemas en el escenario. Soy una persona que busca la armonía, más en este trabajo porque ponemos nuestro espíritu, nuestra alma y es necesario que estemos sanos. Hay que saber escuchar, es un ejercicio importante. Tuve una infancia y vida muy duras y a esta altura quiero tranquilidad. No necesito más que estar bien conmigo misma. No es fácil, pero las circunstancias a veces no ayudan. Gracias a Dios pude superar los episodios desagradables que tuve. Tengo este espíritu de luchadora y me respeto, es difícil que me voltees.
— Compartiste varios años de tu vida con uno de los más importantes intelectuales argentinos: David Viñas. ¿Qué recuerdos te dejó?
—Me dejó varios. Fue un curso de historia argentina en cuatro o cinco años. Aprendí muchísimo. Una hermosa relación. No sé si estaba perdidamente enamorada, sentía un enorme respeto y el placer de estar con un hombre tan potente, tan sabio, con un carácter fuerte, contundente. Tuvo dos hijos desaparecidos, él estaba en contra de la lucha armada. Había ganado la Beca Guggenheim y la rechazó. Era muy trabajador, lo veo con la Olivetti y un repasador para secarse la transpiración. Sus amigos escritores ya tenían computadoras, pero él prefería su vieja máquina. Me escribió dos obras. Una sobre Mariquita Sánchez de Thompson y otra sobre Trinidad Guevara. Pero no nos convencían a ninguno de los dos. También le dedicó una carta maravillosa a China Zorrilla, porque él sabía cómo la quería. Deberé buscar todos esos textos.
“Ortega es un excelente productor”. Imposible no preguntarle a Soledad Silveyra por su paso por “Bailando por un sueño”. “Aprendí mucho de mí, lo que puedo y lo que no puedo. (Reflexiona). Hace poco me llamaron para ver si iba un viernes, pero estoy en el teatro. No fue traumático, por lo cual volvería. Yo misma me hice la fama de borracha, hasta que un día en la calle me lo gritaron y me dije:“¿Qué hiciste?”. Fue la responsabilidad mía, por jugar. No es nada del otro mundo. En ese momento lo viví como algo fuerte y duro. Jamás olvidaré ese momento”.
Cuando se le pregunta por qué cree que la ficción 100 días para enamorarse le está ganando en audiencia responde: “Con el teatro hoy no puedo ver el programa. Creo que con Graduados pasó algo parecido. Cuando pega una novela, la gente es muy fiel a las ficciones. Gracias a Dios es un muy buen producto. Sebastián Ortega es un excelente productor”.
“Me encanta poner los pies en el barro. –Subraya–. Lo digo por Un tiempo después, donde me encontraba con temas policiales y también con presidentes. Entrevisté a Cristina Fernández de Kirchner, en ese momento yo apoyaba a ese gobierno, por lo cual lo viví desde un lugar de cercanía. Sabía que la nota se la hacía a una mujer presidenta, no puedo pretender hacer una entrevista desde lo político. Fue una buena experiencia, pero sentí que me había faltado piné. Soy feroz ejerciendo la autocrítica. Más allá de lo que me gané por parte de la oposición de ese momento. Salí enojada conmigo. No es fácil el poder. Con Fernando Lugo, presidente de Paraguay, solo dialogué ese día, pero hubo algo que no me cerraba de él”.