ESPECTACULOS
Vida y obra se unen

El punto cero de la ficción

Inventar un personaje es muchas veces querer convertirse en él.

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Cambios. Para Mariano Pensotti, autor y director de El pasado es un animal grotesco, Cineastas y la actual Arde brillante en los bosques de la noche, ficción y realidad de confunden a la hora de vivir. | carlos furman

Inventar un personaje es muchas veces querer convertirse en él. Otras veces es, por el contrario, exorcizar el miedo de volverse eso. Entre el deseo y el terror se mueve siempre la creación. Frecuentemente los buenos personajes aparecen aunque uno no quiera. Una vez, un amigo historiador me contó algo que le había pasado: mientras escribía su tesis sobre la separación de las dos Coreas, su novia le dijo que quería separarse. Inmediatamente visualizó su divorcio como algo indisoluble de la partición histórica de un país lejano. En ese momento supo que se estaba volviendo un personaje, alguien cuya vida era susceptible de transformarse fácilmente en ficción. Y de hecho yo mismo le robé su historia, deformándola un poco, para convertirlo en el protagonista de una de mis obras de teatro.

Hace unos años hice una obra que se llamaba Cineastas, en la que se representaban las vidas de cuatro realizadores de Buenos Aires y, en paralelo, las películas que filmaban. La idea central era justamente ver cuánto de sus vidas privadas terminaba siendo parte de sus personajes y de qué manera hacer esas ficciones transformaba sus realidades; ahí fue a parar la historia de mi amigo.

Siempre me obsesionó qué cosas de nuestras vidas entran en las ficciones que construimos, pero al mismo tiempo de qué manera nuestras vidas han sido modeladas por las ficciones que consumimos. Todos reaccionamos a las experiencias en función de las obras que nos formaron: somos lo que los libros, las películas y la televisión nos han hecho ser. Uno podría preguntarse si los personajes que inventamos están destinados a preservar para el futuro nuestras existencias efímeras o si, por el contrario, nuestras vidas son una forma en la cual las ficciones se perpetúan, haciéndonos repetir cosas que vimos en ellas.

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En definitiva, crear un personaje implica volver a la clásica pregunta de qué nos hace ser lo que somos y no otra cosa. Somos un género, unas condiciones históricas y económicas, pero somos también lo que narramos, cómo modificamos nuestro pasado cada vez que lo contamos. En los últimos años, la explosión de las redes sociales hizo más que nunca que todos nos volvamos creadores de un personaje, nosotros mismos, al que no paramos de inventarle detalles a partir de material neodocumental que vivimos/producimos para exhibir. La construcción de parques temáticos de uno mismo.

Buenos Aires es una ciudad particularmente apta para la creación de personajes y ficciones. Muchos de sus habitantes experimentan cotidianamente la sensación de que su vida sería mucho mejor si fueran otros, si vivieran en otra parte, al mismo tiempo que transitan por calles o habitan edificios que en muchos casos son reproducciones de otros lugares del mundo. La disparatada idea de ser algo así como “europeos en el exilio”, en lugar de verdaderos latinoamericanos, sigue penosamente presente. Y ya que estamos en el tema, es notable cómo en años recientes los especialistas en marketing han perfeccionado la creación de políticos utilizando los más básicos y simplones elementos que los artistas usamos para crear nuestros personajes.

Por eso me interesa muchas veces mezclar lo teatral con lo cotidiano haciendo intervenciones en espacios públicos. En uno de esos proyectos, un grupo de escritores escribía en vivo historias que imaginaban sobre las personas que observaban en una estación de trenes. Todo lo que los escritores inventaban en vivo se proyectaba sobre las cabezas de las personas en los andenes, como una especie de “realidad subtitulada”. De alguna manera se parecía a lo que todos hacemos cuando miramos a alguien que no conocemos e intentamos adivinar cómo será su vida; el punto cero de la invención de personajes. La idea era justamente hacer visibles todas las ficciones que permanecen ocultas en un espacio público y a la vez descubrir de qué manera actuamos en la vida social; actores secundarios rogando por una cámara invisible que nos registre.

Wikipedia me recuerda que “personaje” viene de “persona”, palabra de origen griego que, pirueta lingüística más o menos, significa “máscara de actor”. Eso me lleva de vuelta al teatro, donde, a diferencia de la literatura, todo lo que uno imagina, fantasea y piensa sobre un personaje luego es encarnado por un actor o una actriz, que la mayoría de las veces, afortunadamente, piensa de ese ser algo completamente distinto a lo que uno pensó. El personaje se vuelve un cuerpo, una forma de hablar, de moverse, de reaccionar a lo que le pasa, y a menudo cambia a lo largo de las funciones. En teatro, el actor y la actriz son tan creadores del personaje como el autor, un caso particular de creación compartida, y casi siempre es muy extraño ver en carne y hueso lo que uno imaginó. Identificación y extrañamiento. Entre el Flaubert que decía “Madame Bovary soy yo” y el Rimbaud que afirmaba “yo soy otro” se mueven la identidad y la ficción.


*Autor y director teatral.

Entre sus obras se destacan El pasado es un animal grotesco, Cineastas, y actualmente en el teatro Sarmiento, Arde brillante en los bosques de la noche.