Manolo Caro es el rey de la telenovela. Corrección: el rey de la telenovela reinventada, enamorada del clásico pero hereje de sus temas, sus personajes, condenas sexuales y torpezas de clase. Manolo Caro es, por supuesto, el creador, showrunner y director de La casa de las flores, la serie original latina de más suceso de Netflix, que estrena su segunda temporada el 18 de octubre por la cadena de la N. Caro es un nacido en Guadalajara que posee cinco largos en el cine y obras de teatro, y que se va configurando como un autor clave en la cultura multiplataforma del siglo XX: su cine, sus obras, sus series (tiene contrato de exclusividad con Netflix) buscan normalizar problemáticas desde la comedia negra, desde saber escuchar redes sociales y seguir a los santos y santas personales (él dirá: “Almodóvar, Jean-Pierre Jeunet”), desde adorar lugares santos de la cultura latina (incluir en La casa de las flores a Verónica Castro, santa patrona del culebrón poderoso) hasta ser alterativo por creer en un mundo nuevo (el personaje que interpreta Paco León, María José, una abogada trans que generó polémica para ser después celebrada). Desnudos masculinos antes que femeninos, disfrute del absurdo pero con tics felizmente clásicos, celebración de todo el espectro sexual y sus posibilidades como relato: Caro ha creado la serie éxito más troyana de la historia del streaming de habla hispana. Y, por supuesto, la más personal. ¿Cómo seguirá entonces su camino como narrador?
—“La casa de las flores” es una serie que busca una propuesta estética muy puntual, mucho más trabajada en otras series. ¿Cómo llegaste a eso?
—Para mí siempre fue muy importante crear un universo, un universo muy particular. Algo que pudiera ser una reinvención de la telenovela y qué también tenga puntos de humor negro, oscuros, hilarantes. Tampoco es que podía basar el proyecto en el realismo puro, porque si no iba a chocar lo que se decía con lo que se veía, ¿no? Tenía interés, por decirlo de alguna manera, de crear un universo paralelo, con una estética muy cuidada, con planos que ayudaban a construir y comunicar esa realidad alterna. Pero que diga cosas de nosotros. Es como desdoblar lo que había para así llegar casi a un pequeño punto de farsa.
—¿Qué es lo que interesa de la farsa en ese sentido?
—Es importante para mí hablar de la doble moral, que muchas veces tenemos que recurrir a la farsa como lenguaje para poder llegar y comunicar en la sociedad que vivimos, que siempre esta llena de lo que no se dice, lo que no nos atrevemos a decir por miedo de lo que puedan pensar de nosotros. Los De la Mora (la familia de la serie) son una familia que se está cuidando de lo que dicen de ellos, lo que los demás opinan y cómo repercute eso en lo que viven ellos hacia adentro y lo que viven hacia afuera. Eso es muy común. Para mí la familia vive en esta tesitura porque es lo que se vive como mejor resguardo, donde se puede decir y hacer sin miedo de ser juzgado.
—Estaba todo diseñado para una primera temporada, ahora viene la segunda y se confirmó la tercera, ¿cómo es vivir con personajes tan particulares en la cabeza permanentemente?
—Muy difícil. Es un reto complicado, es un reto complejo. No los puedes dejar, no los puedes abandonar. Tienes que aprender a vivir con ellos. Tienes que aprender a escuchar, hoy en día, cómo se mira la forma de hacer ficción. Todo siempre latente: la gente que opina de la serie, por ejemplo. Hay personajes que quieres guardarlos en un cajón y la gente quiere que estén, crea un video, se genera cariño. Sientes la cabeza que te va a estallar y quieres escribir otras cosas, pero ahí está, lo están pidiendo porque ya están en la cultura pop de México, de muchos países, de América Latina. Te das cuenta de que lo que tienes que hacer es agradecerles, aprender a vivir con ellos, sacarles el mayor jugo posible y darte cuenta de que es parte de aquello con lo que uno como creador tiene que lidiar.
—¿Cómo se crea la segunda temporada? ¿Cuándo tomás una decisión y sentís que es la correcta?
—Es muy duro, la verdad. Yo vengo de hacer cine, de hacer teatro, donde los arcos dramáticos son muy claros, con un final. Me he encontrado con esta sorpresa a la hora de hacer televisión, de poder experimentar y meter a los personajes en nuevos arcos dramáticos. Supongo que algunos no mutarán, otros sí; habrá decisiones que la gente no aplauda pero yo creo que así es la vida, ¿no? Y de repente nos vemos inmersos en conceptos que son pasajeros para aprender una u otra cosa. Para mí es importante tener claro dónde quiero ir, más allá de que sea difícil. Nosotros queríamos que fuera un éxito. Que hubiera una segunda, y ahora puedo decir que hay una segunda y está aprobada la tercera. Y es un ciclo que tiene La casa de las flores, y que hoy puedo ver con más claridad y llevar a los personajes al límite y disfrutarlo mucho.
—¿Qué es lo que interesa como creador, sobre todo sabiendo que estás con proyectos exclusivos para Netflix?
—Como creador me interesa la verdad con lo que hago. Y en eso puede haber una respuesta vaga, pero tiene que ver con que mi interés, o los temas que me atañen, va creciendo de otra forma. Hoy me interesa hablar, como te dije, de la doble moral, de la familia, del matriarcado, de la figura de la madre. Y de temas que han sido censurados por muchos años y ahora tengo la oportunidad de pertenecer una generación que les puede dar continuidad, que les permita estar sobre la mesa. Quiero que dejen de ser esos personajes caricaturas, como el homosexuales, que son el típico chistoso, dueño de una estética. Claro que lo puede haber pero no son los únicos homosexuales que existen. Mira por ejemplo la trans de María José, de La casa de las flores, abogada penal exitosísima. Las cosas han cambiado y ahora podemos levantar la voz de otra forma.
—En ese podemos levantar la voz hay también personajes distintos, de diferentes identidades sexuales, y en una serie que es éxito de streaming en varios países de América Latina, donde pregona el machismo. ¿Cómo vivís eso?
—Estamos muy agradecidos. Es lo mejor que nos deja esta serie: la oportunidad de que estos temas se muestren, se cuenten, en sociedades que se han constituido por ideas arcaicas, mostrar a la gente que hoy en día las cosas son diferentes y que nosotros queremos cambiar esos conceptos.
Amar a Richard.
—¿Cuáles fueron las historias que te inspiraron, las famosas chispas que prenden el fuego?
—Pedro Almodóvar, Jean-Pierre Jeunet, y no tanto porque esté hablando contigo en Argentina pero cuando vi El hijo de la novia pensé en qué bonito podía hacerse una ficción y qué cosas increíbles podían hablarse en tan poco tiempo. Siempre lo he dicho, mi actor favorito en cualquier habla es Ricardo Darín. Es un lujo verlo actuar como es un lujo ver actuar a una Norma Aleandro, a Leonardo Sabaraglia, a Erica Rivas. Recuerdo hace algunos años la oportunidad de ver Relatos salvajes en un festival de cine y ver que es otro formato, otra manera de contar historias, y esas historias te agarran el corazón, te hacen reír, te hacen sufrir, te agarran el corazón y hacen que te olvides un poquito de la realidad. Creo que eso es lo que nosotros hacemos.
—¿Dónde nace tu sentido de la comedia, que ha creado personajes muy celebrados en esta serie?
—Siempre que me lo preguntan me pongo muy nervioso porque no sé muy bien qué responder, porque son tantos directores que han pasado por mi cabeza y son maestros como Jean-Pierre Jeunet, Quentin Tarantino, o actores que me inspiran, que su comedia me parece hilarante aunque no tiene nada que ver con la mía (por ejemplo, la comedia inglesa). Lo más importante es la comedia oscura, la que no es fácil, la que tiene que ver más con las decisiones de los personajes a que pasen y les caiga un pastel mientras caminan por la calle. Esa comedia nunca la he intentado hacer. La respeto, porque se hace reír mucho ese estilo de comedia más americana, pero yo he intentando irme para otro lado.
—A veces los autores hablan de su obra como algo que cobra vida, que toma decisiones inesperadas o que les habla. Con esa idea en mente, ¿te ha pasado algo similar con La casa de papel?
—La estructura de la narrativa con el personaje de Roberta, que muere en el primer capítulo y se queda narrando la serie, es algo que se fue construyendo una vez que estábamos filmando. Y nos dimos cuenta de que la necesitábamos porque necesitamos que hubiera un personaje que estuviera siendo crítico.