Desde su primera producción, Carmine meo, de 1997, vendió dos millones y medio de discos en el mundo, 300 mil de los cuales fueron comprados en la Argentina. Es Emma Shapplin, la cantante francesa que combina un estilo operístico con pop y rock. Es la cuarta vez que pasa por nuestro país donde tiene un activo club de fans.
Mientras habla, un par de ojos la siguen atentamente. Es Fudgi San, la perrita que la sigue en todas sus giras: “Su nombre, en japonés, significa Señorita Glicina. No sé quién es más apegada a quién, si ella a mí o yo a ella. Hace un año y medio que la tengo, así que ya ha viajado mucho. En los espectáculos, en general me espera en el camarín. Pero cuando chequeamos el sonido, ahí sí viene al escenario y desde el costado mira, da vueltas”, cuenta su dueña, embelesada con su mascota, quien también da detalles sobre su universo musical.
—¿Cómo describirías tu estilo?
—Tengo tres puntos de apoyo, tres pies. El primero es el que llamo neoclásico, mi manera de cantar en mis dos primeros álbumes: Carmine meo y Etterna. Utilizo mi voz lírica, pero con micrófono y con mucha libertad: puedo gritar, murmurar; uso una paleta muy grande de mi voz. Mi segunda pata –una mezcla algo esquizofrénica, ji ji– es el pop rock: una energía, una escritura, una composición, un desarrollo muy diferente, que también varía si canto en francés o en inglés. Mi tercer apoyo es la ópera. Hace años que estudio ópera, pero recién hace dos años que tomo clases en el Conservatorio de San Petersburgo con Irina Bogacheva, una gran diva. Es el lado más estricto. Eso no quiere decir que mi neoclásico sea cualquier cosa pero en la ópera, sin micrófono y a la distancia, se necesita realmente una técnica muy específica para vocalizar y cantar algunos roles sin cansarse ni lastimarse, además de otra actitud, otro porte. Estoy en proceso de perfeccionarme.
—¿El objetivo es cantar en una ópera?
—Si lo logro, si me aceptan, cuando Irina considere que esté lista, sí. Ella elige las voces de la ópera del mañana, para lo que viaja por todo el mundo. Me sorprendí de que me aceptara en sus clases; eso solo ya es estimulante.
—¿Cómo mezclaste estos estilos?
—La vida fue la que mezcló todo. Desde chiquita estudié canto lírico. Luego en la escuela secundaria y en el período de la rebeldía adolescente, detuve esos estudios. Pero como tenía una voz muy potente y conocí un grupo de chicos de un grupo de rock, me ofrecí a usar mi voz de otra manera. Así pude liberarme del corsé de la ópera, que es muy estricto. Gracias al rock pude tener más libertad, placer, energía, otro lenguaje. A los 18 años, partí un tiempo a Nueva York, donde escuché y estudié rock y blues.
—Cuidás mucho el vestuario, el maquillaje, las producciones. ¿Con qué criterio?
—Soy muy intuitiva. Mi estética se guía por buscar lo que me hace sentir bien. Si en escena llevo un vestido largo, por ejemplo, ese vestido debe ser como una segunda piel, cómodo, ligero. O si es un vestuario pesado, debe transmitirme determinada energía. Si llevo un corsé o un cuello muy largo, me proyecta cierta estatura que sirve para determinada canción. La ropa tiene que corresponderse también con las coreografías que yo misma monto. Es una interpretación personal, aunque a algunos les resulte extraña o injustificada.