Hay que ver a Pilar Gamboa en Petróleo. Su notable performance en esa obra que se transformó imprevistamente en uno de los grandes éxitos del teatro argentino actual –la vieron unos 25 mil espectadores, repartidos en sesenta funciones agotadas en el Teatro Sarmiento– ratifica lo que esta actriz sólida y muy experimentada ya había exhibido en obras de teatro –La terquedad (Rafael Spregelburd), Vigilia de noche (Daniel Veronese)–, películas –La flor (Mariano Llinás), Las Vegas (Juan Villegas), El futuro que viene (Constanza Novick)– y programas de TV –Los únicos, Tiempos compulsivos, el reciente unitario Otros pecados–: un talento singular para la composición y una versatilidad asombrosa que en este trabajo con las Piel de Lava reluce especialmente.
Luego del rotundo suceso en el Sarmiento (donde la obra apareció en el marco de una retrospectiva de toda la carrera del grupo que también integran desde hace más de quince años Elisa Carricajo, Valeria Correa y Laura Paredes) y un paso también virtuoso por la sala Casacuberta del Teatro San Martín, Petróleo saltó al circuito comercial: ahora hay funciones todos los martes, a las 20, en el Metropolitan Sura de la calle Corrientes. Y también funciona de maravillas.
“No hay una sola explicación para que pase esto –dice la actriz–. No nos propusimos a priori hacer algo que sintonice con la época. Petróleo es una fábula revolucionaria simple. Tiene una estructura dramatúrgica sencilla, es un cuentito, el de unos obreros de la Patagonia que un día deciden dejar de trabajar, dejar de producir. Ese argumento está relacionado de algún modo con nuestro laburo en la obra: al ser mujeres que interpretamos roles masculinos, también dejamos de producir género. Pero no fue nada calculado, simplemente pasó porque uno siempre es hablado por el contexto. Las estrategias suelen tener corta duración, saltan a la vista muy rápido. Petróleo es una obra que hicimos gracias al feminismo, está claro. Pero no porque hayamos querido estar deliberadamente a tono con un contexto”.
Lo que Petróleo ratifica es el interés que empezó a despertar el teatro independiente local –que a esta altura cuenta con una monolítica tradición– entre los productores del circuito comercial. Ahí están como pruebas categóricas los casos de obras como El loco y la camisa y La fiesta del viejo. “Creo que el paradigma empezó a modificarse –señala Gamboa–, aunque me sigo preguntando por qué el teatro comercial no recurre más a los autores argentinos. Casi siempre prefieren éxitos probados en el exterior, como si la fórmula se pudiera repetir automáticamente. Es erróneo pensar así, deberían animarse a asumir más riesgos”.
Y si de riesgos se trata, el que abordaron las cuatro actrices de Piel de Lava interpretando papeles masculinos en su última obra no fue menor. Un salto al vacío con resultados sorprendentes que cosechó muchos elogios de la crítica y apoyo de un público masivo. “Trabajamos sobre los estereotipos de la masculinidad, pero cuidándonos de no caer en la parodia –subraya Gamboa–. Yo detesto la parodia como género, me parece horrorosa. Siento que tranquiliza a todos: al que actúa y al que observa. Nosotras usamos esos estereotipos de otra manera, los pensamos a partir de pasarlos por el cuerpo. Porque hoy está más claro que nunca que el género es una ficción absoluta, una decisión cultural, una performance. Para mi generación esto puede sonar un poco extraño, pero el género es pura actuación. Sin embargo, nadie discute que yo haga un personaje femenino, pero es medio una locura que haga de varón. Eso se acabó. Para las nuevas generaciones, las del género fluido, todos esos prejuicios no existen. Para mí empezó a suceder algo mucho más interesante ahí que en un mundo como el de la política, que no me interpela para nada”.
“No puedo hacer de mi una pyme”
“No veo a la televisión como un enemigo, pero tampoco me desvivo por trabajar todo el tiempo ahí”, asegura Pilar Gamboa. Después de algunos muy buenos trabajos en tiras y unitarios, parecía que la actriz iba a afirmarse como una figura estable en ese rubro, pero lo cierto es que eso ocurrió a medias: lo más reciente, al margen del unitario Otros pecados, donde trabajó con Erica Rivas, fueron sus participaciones en Mi hermano es un clon (El Trece, 2018) y Encierros (TV Pública, también en 2018). “Las tiras son muy vertiginosas porque se va probando al aire lo que funciona y lo que no –argumenta–. Entonces se trata del potencial que tiene un actor o una actriz para sobrevivir en ese universo específico. Hay que lograr cierta efectividad para tener éxito. Eso me parece divertido un ratito, pero todo el tiempo no puedo, porque la actuación se me empieza a desdibujar y cuando ocurre eso no la paso bien. Y tampoco me gustan mucho ciertos rituales de ese mundo. Cuando hice Mi hermano es un clon, algunos compañeros me decían que era un poco fóbica. Pero no era eso. Más bien soy vergonzosa, me cuesta exponerme, salvo cuando actúo. No puedo hacer de mi persona una pyme. Me pierdo, no me sale, no quedo natural. Si ves fotos sacadas con un banner de fondo, yo siempre soy la que está peor”.