Hay personajes que marcan o cuestan más que otros. No importa qué tan grandes o masivos sean, sino su proceso creativo o la conexión con los conflictos que atraviesan. Juana Viale en Mariel espera, la película de Maximiliano Pelosi que se estrenó el jueves pasado, interpreta a uno de ésos. Presente en la casi hora y media que dura el film, la actriz le pone el cuerpo a una mujer que pierde un embarazo de pocas semanas, que debe convivir con la criatura dentro de su vientre y que no puede hacer más que aguardar a que su organismo la expulse. “Leí el guión hace tres o cuatro años. De ahí se corrigió, porque había visto detalles no menos significativos para la peli. Después, cuando ya lo recibí modificado lo hablamos mucho, pero es un libro que va solo. Es un proceso emocional casi natural”, explica. Ella pasó por la angustia de perder un bebé en 2011 y, aunque la historia que cuenta no sea como la que vivió, sabe que sólo una mujer que transitó ese camino puede comprender la magnitud de ese dolor.
—¿Qué tan complejo fue estar en cada escena de Mariel?
—Es más fácil eso que cuando hay un salto y tenés que evaluar qué pasó en el tiempo, de dónde venías. Acá era pasar de página y listo, aunque no se rodó cronológicamente. La demanda es más física, porque estás grabando todos los días.
—¿Y la demanda emocional?
—Sí, pasa. A mí no me pasó lo que le pasa a Mariel, pero hablé con una chica a la que sí le sucedió. Necesitaba que me explicara bien algunos de los dolores que se ven, ese tránsito de cero a cien en el que vas a hacer pis y te rompés en dolor, por más que al ser madre ya conozca lo que es una contracción. También cómo se sentía cargar con ese bebé, llevarlo adentro. Es un tema muy sensible para mí. Más allá de Mariel en sí, hay situaciones de la vida que te marcan. Heridas que están ahí y que quedan. No sanan. Está en uno hacer como que nada pasó o vivir con eso y transitarlo como una cosa muy natural. No sé, a mí no me molesta hablarlo porque lo transito todos los días. No hay uno que no. Mariel es eso, es terrible tener adentro a alguien que sabés que no tiene más vida. Te enloquece.
—Mariel siente culpa…
—Ella siente culpa en los momentos en los que la pasa bien, porque su situación es un presente constante. Si la pasa bien, lo hace con la muerte adentro.
—¿Te pasó eso de sentirte bien, acompañada, pero también sentir culpa?
—No, eso no. Sí sentís que estás bien y de repente saltaste de un piso 11 al cemento. No tengo una culpa, no sabría de qué agarrarme. Mariel era esto de sentirse bien cuando su presente era una mierda.
—¿Cuánto entiende el afuera lo que pasa?
—No, es intransmisible una sensación semejante. No es por hacer una cuestión de género, más allá de que la mujer está formada para poder abarcar vida y el hombre no. Desde que te duelan las tetas cada vez que te va a venir hasta sentir los latidos del bebé o que te está clavando una pata en la costilla o el dolor de una contracción. Mismo una mujer que no es madre. No es lo mismo ponerse en el lugar que haberlo vivido, por eso hablé con esta mujer. Le hice preguntas dolorosas para hacer el personaje lo más preciso posible.
—En general, ¿te sentiste en ese momento acompañada y bien tratada?
—Todos estuvieron ahí. Mi familia, mis amigos, Gonzalo y los suyos, todos estuvieron en todo momento. Mi mamá se había ido a París a la mañana. Esto pasó de noche, de madrugada, así que llegó al aeropuerto y se tomó otro avión para estar conmigo. El exterior, por un sector de la comunicación, se portó horrible, con una falta de respeto enorme. Imperdonable, a veces mis actitudes responden a muchas cosas… Imperdonable al nivel de tener que echar a una fotógrafa del baño de la clínica, porque tenía el plan de sacarme una foto dentro del cuarto… Me angustia un montón. Hay muchas actitudes así. Afortunadamente, en ese momento no me enteré de nada. Le pedí al médico que me tuviera absolutamente sedada, porque mi cabeza no podía asimilar esa situación. No entendía… O sí, porque también están mis otros dos hijos, a los que les tenés que explicar una situación terrible y a la vez ser su sostén. Esas situaciones son una pesadilla.
—Sos parte de una familia muy ligada al cine. ¿Cómo viviste lo que pasó con el Incaa?
—Hay muchos factores que no comprendo en su totalidad, porque empezó con una cosa y se desvió a otra. Me preguntaban amigos y no sabía qué responder. Creo que es necesario, no sólo en el Incaa, que se brinden premios y subsidios para que el arte siga creciendo, porque sin ese apoyo hay chicos que no van a poder progresar nunca. Ni guionistas, vestuaristas o directores podrían fomentar su creatividad. Somos un lugar privilegiado y al Instituto hay que cuidarlo, es la biblioteca nacional de las artes escénicas. Ningún gobierno debería bastardearlo, aunque no creo que esté amenazado como institución. También se necesita transparencia, sea Incaa, Indec, AFIP o la sigla que te guste poner.
—A “La sangre de los árboles” la montaron en un Centro Cultural San Martín hecho pedazos. ¿Cómo está hoy?
—Igual. Estoy ensayando una obra para estrenar en el Festival de Costa Rica y luego en marzo de 2018 aquí (Falta Fedra, junto a la uruguaya Victoria Césperes y otra oriental, Gloria Demassi), y nada cambió. Ayer pasé por el Presidente Alvear y la fachada ya no es nada, está tapiada y no están trabajando… Es una vergüenza. Hay cosas que no pueden aletargarse mucho más. El Teatro San Martín va a abrir el 25 de mayo, pero después vuelve a cerrar… Me da pena.
No vota a Tinelli
—Estuviste con La sangre... en San Sebastián y Caracas. ¿Cómo fue la experiencia en Venezuela?
—Es un país precioso, un pueblo hermoso que te duele, una bomba de tiempo. Hay muchos que tienen miedo de hablar. Vos llegás al aeropuerto y leés: “Aquí no se habla mal de Chávez”. No existe otra cosa que Simón Bolívar, Maduro y Chávez…
—¿Cómo se hace un festival en ese contexto?
—Algunas obras se bajaron por política. Creo que es el festival más antiguo de la región y está avalado por el gobierno. Estábamos todas las compañías en un hotel y no podíamos salir. Te piden que no hables de la situación política porque, como no somos de ahí, no sabemos lo que pasa, pero yo abría la ventana y puedo asegurar que nunca vi algo igual. Más de cien carros hidrantes, policías en motos… En el teatro tenés libertad.
—¿Tuviste contacto con alguien fuera del hotel?
—Hasta el teatro íbamos escoltados, y cuando terminamos la función crucé a la plaza guiada por un aroma terriblemente rico. El parque estaba lleno de policías, a los que me acerqué a preguntarles de dónde venía el olor. Uno de los oficiales tenía un hijo oftalmólogo viviendo acá, la hija de una empleada del hotel se venía… La generación sub 30, si puede, se va. No existe la clase media, con el salario mínimo tenés tres días de comida.
—¿Qué te dejó el “Bailando”?
—Conocer mi cuerpo desde otro lado y entender el baile.
—¿Votarías a Tinelli para un cargo público?
—Lo veo en algo ligado a medios…
—Eso no se vota.
—Entonces no.
—En la película te tratan como a una princesa. ¿Cómo te llevás con esa idea?
—Socialmente me han puesto en ese lugar. No comparto las monarquías (ríe). Soy muy libre.
Mil veces tuve que “hacer de” y me divierte, porque es una vestidura. La acompaño a mi abuela porque ella lo disfruta. Antes no iba. Cuando entendí el juego sí.