ESPECTACULOS
Nuria Espert

“En el teatro, las Brigitte Bardot tienen que hacer revista”

La gran actriz catalana está de regreso en Buenos Aires. A punto de cumplir 80 años, sostiene, ella sola en escena, un monólogo de Shakespeare. Recuerda a Alfredo Alcón con afecto y sentido del humor.

Única. Espert es la actriz catalana más prestigiosa, con trayectoria en el teatro.
| Cedoc

En la Argentina quizás haya espectadores que necesiten una presentación de Núria –así, con acento en la u, por raíz catalana– Espert. En su España, no, porque allí es la absoluta referente para pensar en teatro de calidad. Espert es la actriz por antonomasia. Los personajes femeninos intensos parecen diseñados para ella, que fue Medea, que fue Celestina, que fue Bernarda Alba. Con estas mujeres titánicas recorrió escenarios de Inglaterra, Rusia, Israel, México, y también de la Argentina, donde ha actuado en varias ocasiones. Ahora, a punto de cumplir 80 años –el próximo 11 de junio– está de regreso en nuestro país y se atreve a hacer el largo poema-monólogo de Shakespeare La violación de Lucrecia, bajo dirección de Miguel del Arco. La cita de honor es de miércoles a domingo a las 21 hasta, el 7 de junio, en la Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín.

—¿Cómo es volver a hacer una obra de Shakespeare? ¿Dónde radica la vigencia de este autor?
—Es siempre como regresar a casa. Hice Romeo y Julieta y Hamlet, de jovencita; hice el Próspero de La tempestad, hice La comedia de los errores. Recientemente, El rey Lear. Y ahora, este monólogo maravilloso. Entonces, para mí, Shakespeare es un territorio conocido, pero desafiante, siempre difícil e intenso. Se representa en el mundo entero, en todas las lenguas, traspasa las barreras culturales y los montajes, los buenos y los malos; incluso cuando los espectáculos no salen bien, él siempre brilla con una luz muy intensa.

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—¿Qué particularidad tiene “La violación de Lucrecia”, este temprano poema de Shakespeare, respecto de sus otras piezas?
—Shakespeare presenta y juzga el rapto de Lucrecia con toda crueldad, y consigue que ese espectáculo sea terrible y bello a la vez. La violación es presentada con la carga espantosa que ha sufrido esta muchacha, una mujer jovencita. En el monólogo, tengo ahí al violador, a la narradora, al esposo. El lenguaje es ya el precursor de todas esas bellezas que nos iba a dar Shakespeare después: ya está ahí algo de Hamlet, la violencia de Macbeth, la incontinencia de Otelo.

—¿Cómo se siente, próxima a cumplir 80 años?
—Maravillosamente, tan en forma como siempre. Eso es un regalo que me hace la naturaleza: el regalo de la memoria, de la ilusión. Es un momento de mi vida precioso, maravilloso. Acabo de hacer El rey Lear, como el príncipe, en Barcelona, y el resultado parece la mejor interpretación de mi vida, con lo cual estoy eufórica.

—Ha compartido experiencias con Alfredo Alcón. ¿Cómo lo recuerda?
—El decía que yo era su hermana y yo me sentía como tal. No actuamos demasiado juntos, desdichadamente, pero fueron dos momentos rutilantes de mi vida. La primera vez, éramos ambos muy jóvenes, e hicimos A Electra le sienta bien el luto [de Eugene O’Neill], en un montaje extraordinario en el Teatro Nacional [el Teatro María Guerrero, en 1965]. Ahí nació una amistad que después, ya muy adultos nosotros, se volvió aún más profunda con Haciendo Lorca, dirigidos por Lluis Pasqual: ahí hicimos, yo creo, uno de los más bellos espectáculos de mi vida. Después de eso, nos llamábamos con muchísima frecuencia. El llamaba por teléfono y decía: “¿Está la señora Sarah Bernhardt? Le habla Laurence Olivier”. Siempre nos reíamos. Habíamos vivido montones de cosas divertidas, de esas que pasan entre bastidores y de las que el público ni se entera mientras se desarrolla una enorme tragedia. Nos moríamos de risa hablando de anécdotas de las que ya habíamos hablado veinte veces. José, un grandísimo amigo de Alfredo, de toda la vida, vino recientemente a España, y grabé para él unas palabras para un documental que será en homenaje a Alfredo.

—¿Las grandes interpretaciones, las grandes historias son exclusivas del teatro? ¿Qué pasa en cine y en televisión?
—Grandes dramaturgos han dejado de escribir para el teatro y están escribiendo para la televisión. Cuando eso ocurre, una serie puede ser tan interesante como una buena obra de teatro, si tiene la dirección, los medios y el reparto adecuados. En España, [últimamente] se ha hecho buen cine, muy poco, debido a la escasez de medios, pero con películas más que lindas.

—¿Qué se necesita para ser una gran actriz?
—Una materia prima que viene regalada. Son condiciones que también se necesitan para ser músico, cirujano, gran matemático: viene de nacimiento. Después, se necesita tener mucho trabajo, donde puedas ir perfeccionando y haciendo crecer esa materia prima indispensable. Y después, se necesita muchísima, muchísima suerte. Yo he trabajado como una loca, toda la vida, desde los 13 años hasta ahora. Pero además, he tenido muchísima suerte: he encontrado los directores adecuados, he viajado por el mundo entero, he podido mirar hacia afuera y mirarme hacia adentro, he tenido el tiempo de elegir mis directores, mis compañeros de escena. Aparte de que he puesto todo mi esfuerzo y he entregado mi corazón y mi cabeza al teatro, he tenido una suerte extraordinaria.

—¿Qué diferencia a una gran actriz de una estrella, una celebridad?
—En el teatro, las Brigitte Bardot tienen que hacer revista. En teatro, el camelo no es posible. Llamo camelo a esa cosa que tiene una gran estrella, que es el carisma. Se pone delante de una cámara, la cámara la ama y parece que hay una gran interpretación. Eso en teatro no es así. En teatro, para ser grande, se necesita una verdad última, que en cine no es exigible. Los actores de cine con éxito dicen que lo que aman ellos es el teatro, pero el teatro tiene unas condiciones económicas, de inmediatez y de compromiso, que difícilmente son aceptadas por la gente que protagoniza una película tras otra.

 

Dirección, gestión y política

Además de actriz, Espert también es directora de teatro y de ópera y ha dirigido instituciones de grandes dimensiones, como el Centro Dramático Nacional, de España. Y la política no le es en lo absoluto extraña, sino un ámbito en el que tiene una posición precisa: “Soy socialista, ese es el centro de mi vida, pero no he pertenecido nunca a un partido político. La situación actual en España muestra la aparición –similar a otras partes del mundo– de nuevos grupos tratando de deshacer, cambiar, recomenzar esos dos grandes partidos que son derecha e izquierda: el PP [Partido Popular] y el PSOE [Partido Socialista Obrero Español]. Podemos tiene, de momento, poca estructura, pero tiene mucha fuerza. Y Ciudadanos es una derecha más centrada. Aquellos dos grandes partidos [históricos] están en una situación de desgaste extraordinario. Por un lado, a causa de la crisis tremenda que se ha vivido y que ha maltratado a la educación, a la cultura, a todas las cosas sagradas. Por otro lado, el Partido Socialista tiene problemas interiores, de liderazgo. Asimismo, ha habido una corrupción monstruosa en los dos partidos –en el partido de la derecha más que en el de izquierda–, que ha salido a la luz, como si todo el país se hubiera vuelto loco”.