Hace quince años, Jorge Drexler recorría Montevideo para repartir las canciones que grababa en casete. Todavía no había decidido cambiar la medicina por la música. Hoy, el panorama es muy diferente para este uruguayo refinado y sensible: hace unos meses sorprendió ganando el primer Oscar de la historia otorgado a una canción en español, con Al otro lado del río, incluida en Diarios de motocicleta, film del brasileño Walter Salles en el que Gael García Bernal fue el Che Guevara. Con ese impulso, vendió en todo el mundo más de cien mil copias de Eco, el álbum que incluye el tema; y además ha logrado convertirse en un artista popular que es bien tratado por la crítica, algo no tan frecuente.
Drexler atravesó así la traumática barrera de los 40 en estado de gracia. Pero, como él dice en una canción de 12 segundos de oscuridad –disco recién editado en Argentina–, la vida es más compleja de lo que parece. Se divorció de su mujer, la cantante Ana Laan, y el humor le cambió un poco: “El velo semitransparente del desasosiego un día se vino a instalar entre el mundo y mis ojos”, canta ahora Drexler, en plan de catarsis pública. Si bien el tema de la separación resalta, no es todo lo que hay en el álbum. También están las versiones de Disneylandia, tema del brasileño Arnaldo Antunes en el que cantan Pablo, el hijo de Drexler, y el propio ex líder de Titás, y de High & Dry, hit de Radiohead reciclado en clave de milonga. La lista de invitados incluye a más brasileños (Paulinho Moska, María Rita), una española (la bella Leonor Watling, cantante de Marlango y señalada como el nuevo amor de Drexler) y al argentino Kevin Johansen. Ahora, además, Drexler vive en Madrid.
—Su último disco tiene un despliegue de producción muy diferente a sus modestos primeros pasos.
—Mi primer disco, La luz que sabe robar, salió sólo en casete. Recuerdo que lloré cuando me lo entregaron. Sentí que se abría un pequeño hueco.
—Mirada en perspectiva, aquella experiencia de iniciación tiene poco que ver con la actualidad...
—Antes empezaba por la música, y hoy me concentro más en las letras. Esta vez, las canciones reflejan la seguidilla de viajes que hice el año pasado. Estuve muchas horas en aviones, y escribí en una agenda digital ideas básicas que luego fui desarrollando. Este disco es como un diario de viaje.
En las doce canciones del álbum, la delicada voz de Drexler flota en un entorno sobrecargado sonoramente: guitarras acústicas, dobro, pianos, cuerdas y percusiones conviven con loops electrónicos, repitiendo una fórmula que seduce a una audiencia cada vez más numerosa. La tonalidad general es la del arte de tapa: un azul oscuro que transmite una tristeza nada estridente.
—¿Qué le dejó este nuevo disco?
—En enero estuve en Cabo Polonio –explica Drexler–. Ahí hay un faro que emite destellos cada doce segundos, que no sólo te guía a través de la luz, como parece a primera vista, sino que también lo hace con los intervalos de oscuridad. En la vida, se aprende de los momentos luminosos y de aquellos donde reina la oscuridad, el desasosiego del que precisé hablar esta vez.
Discos terapéuticos. Dice Drexler que 12 segundos de oscuridad funcionó como oportuna terapia postdivorcio: “Me agarró un miedo bárbaro cuando lo terminé, porque es un disco muy autobiográfico. Pero fue irremediable...”.
La saga de discos de este tipo es larga: Blood on the Tracks (Bob Dylan), Over (Meter Hammill), North (Elvis Costello), Honeycomb (Frank Black), Honestidad brutal (Andrés Calamaro), Siempre es hoy (Gustavo Cerati)... Este año se sumó Caetano Veloso, con Cé, de inminente aparición en Argentina. “Cé me da mucha curiosidad y escuché North y me gustó que el foco no fuera sólo la separación, que hable también de su nuevo amor, Diana Krall.”