ESPECTACULOS
Juana VIale

"Es muy lindo contar historias reales"

Desde la suplencia de su abuela Mirtha Legrand hasta ciclos online como Mesaza en casa, la actriz y conductora se ha convertido en una de las voces más activas en nuestro país durante la pandemia. Habla sobre su legado familiar y los duelos. Y la importancia cultural de los míticos almuerzos.

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Variedad. Entre “La noche de Mirtha” y “Almorzando con Mirtha Legrand”, Viale suma otros shows en sus redes sociales: “Mesaza en casa”, con varias entrevistas a diferentes facetas del día a día, “Las recetazas de Juana”, con cocina en vivo y “Sesiones en casa”, con músicos y DJs. | gza. pulpo / cedoc

El 16 de marzo, cuando arrancó todo esto, yo estaba a punto de empezar una película”, cuenta Juana Viale, que si hay algo que ha hecho desde que reemplaza a su abuela en la conducción de La noche de Mirtha y Almorzando con Mirtha Legrand es escuchar y preguntar. Tanto es así que sumó a ese reemplazo estirado tres ciclos desde su cuenta oficial de Instagram: Mesaza en casa (domingos a las 20.30), Las recetazas de Juana y Sesiones en casa (viernes a las 21). Desde ellos, sobre todo desde Mesaza…, Viale genera la versión casi espejada pero opuesta a los famosos almuerzos: gente común hablando de su vida. La misma Viale explica su presente, que parece tomarla a ella también de sorpresa: “Lejos estaba en mis planes hacer un programa de actualidad. Me agarró en el momento más caliente, cuando se comenzó a decretar la situación que ya todos conocemos. Iba a ser dos semanas, entonces, al principio era estar cubriendo. Ahora siento que estoy más al frente de un programa porque básicamente esto sigue. Ya van casi tres meses de conducción de un programa que no es mío”. 

—¿Qué te ha llevado a este instante donde conducís cuatros shows y en todos ellos lo que sobresale es la conversación y hablar? 

—Es un aprendizaje constante. Yo no soy conductora, por esta situación anormal –que como todo ahora es habitual y anormal– estoy donde estoy. En La noche… y los Almuerzos…, hay que comunicar, y como puedo no saber las cosas al cien por ciento es importante la empatía, preguntar, que la gente hable y explique. A diferencia del programa del sábado, el domingo siento que es más necesario transmitir más alegría. No hablar tanto del Covid, donde creo que esta decisión que tomó el Presidente es la más acertada. Pero también creo que se está convirtiendo en una situación de doble filo. Está compleja la cuestión económica. Es loable entonces poder transmitir alegría y distensión, y eso sucede, creo, los domingos.

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—Entre tus charlas con chefs, cocinando, tus conversaciones con grupos de personas (de médicos a artistas) y los programas estás registrando como pocas personas este instante del mundo en Argentina. ¿Por qué esa decisión?

—Porque creo que como todas las cosas en esta vida, y más ahora, tenemos que aprender a reeducarnos, a reorganizarnos dentro de los contextos que conocemos, pero con otros métodos. Pienso que el tema cocina, en el encierro de 24/7, es un universo increíble, y que ahora que estamos en casa hay que cocinar. Y me gusta cocinar y que la gente cocine conmigo. Es conectar. Y eso está buenísimo. Las sesiones de los músicos, al no poder hacer recitales con gente ni festivales, implican poder charlar desde otro lugar, acercarlos a las personas. En Mesaza…, que son las entrevistas con distintos argentinos, se trata dar el espacio a personas que tienen historias para contar. Me encanta ser una herramienta para que eso se escuche, para que cuenten. Es muy lindo contar historias reales. Sobre todo considerando la soledad, la incertidumbre, y esto es el puntapié inicial para algo que quiero que siga más allá de la cuarentena.

—¿Dónde crees que aprendiste a escuchar de la forma que los hacés cuando conducís?

—Tengo dos oídos y una boca, por lo cual tengo que escuchar más y hablar menos. 

—Quiero preguntarte por tu legado familiar, con una pérdida reciente como la de Goldie, la figura de tu abuela Mirtha Legrand y la marca que han dejado en el cine… ¿cómo vivís todo ese legado?

—El legado familiar es un título muy en mayúsculas. Pero yo, al transitarlo, insisto en que podría decir que no me pesa, sino que es algo que es. No quiero restarle valor a lo que han hecho, claro. Es como un productor local que su tatarabuelo vino de Europa, comenzó a plantar limón, y ahora eso es legado familiar. Es algo que se hereda, y entonces no te preguntás por la primera planta. Mi abuela siempre ha sido Mirtha Legrand, mi abuelo siempre ha sido Daniel Tinayre, y mi tío siempre ha sido Josecito (N. de la R.: el fallecido José Martínez Suárez), y mi tía Goldie (N. de la R.: que falleció el mes pasado). Siempre me fue natural. Ese legado tiene lo pintoresco de sus miles de anécdotas. Es un legado hermoso, y construido con mucho esfuerzo y trabajo. Hace poco fue el aniversario del estreno de Los martes orquídeas de mi abuela, que es donde empezó su carrera a los 14 años y no dejó de trabajar nunca. 

—¿Cómo definirías desde tu mirada lo que representa el programa de tu abuela considerando su vigencia e incluso hasta la polémica que genera?

—Los almuerzos tienen 53 años ya. Puede gustar más o menos, puede opinar de una cosa o de otra, pero se han sentado casi todos los presidentes desde que empezó su programa. Una gran parte al menos. Ha tenido figuras como nadie. Jamás se ha censurado a nadie. Tiene una vigencia hoy. Y es crucial lo que dice sobre la Argentina la historia del programa. Siempre fue un lugar para ir a hablar. Puede gustarte más o menos, pero hay algo indiscutible: la que llevó el mando fue la conductora, y ha tenido atrás a Romay, a mi abuelo, a Carlitos Rottemberg, y hoy a mi hermano. Me tocó esto porque soy la nieta. Y eso se puede criticar. Pero no puedo y no quiero negar eso. Me siento muy orgullosa de ocupar ese lugar, con la humildad que corresponde.

—Hablabas del legado del cine de tu familia, y es algo que a veces se obvia, ¿cómo lo vivís vos desde tu rol de actriz?

—Es enorme. Mi abuelo, mi abuela, Josecito. Todos han estado en la historia del cine argentino clásico, el cine argentino de oro, de cuando había dinero y las películas tenían rodajes que duraban meses. Cuando la tecnología no era de avanzada, pero se hacían películas maravillosas, películas que incluso hoy son preciosas. Recuerdo las mesas de anécdotas en casa, los guiones de mi abuelo corregidos con rojo (donde hacía los croquis de las escenografías que estarían en sus películas). Era todo muy hermoso, y te permitía, sin que pudieras ponerle palabras, ver esa forma del cine y su posibilidad de fabricar el mundo. Y todo en la mesa familiar. Los miles de anécdotas, de internas, los grandes actores, los vestuarios. Y hoy tenés que hacer una película en tres semanas porque no hay presupuesto. Antes, en ese sentido, era otra cosa. Una cuenta pendiente que tengo y me gustaría hacer alguna película de mi abuela, una remake.

 

Los recuerdos de Josecito

—Tu tío, Josecito, José Martínez Suárez, fue un director del cine clásico argentino y presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. ¿Qué recuerdos tenés de alguien que fue tan especial en el cine argentino? 

—Todos me hablan bien de él. Yo no conozco una persona que no me hable bien de mi tío. José era un acumulador de anécdotas, y hasta el último día de su vida estuvo contándolas, estuvo contando sentimientos. Justamente el otro día estuve revisando cosas, esto que te hace hacer la cuarentena, y encontré mucho material que yo filmaba con el celular de Josecito contando historias. De su Villa Cañás, de Rosario. 

Hay una anécdota muy hermosa, y me voy a permitir citar sus palabras. Todos los años, desde que era chico, se juntaba con sus amigos debajo de un árbol. En el último viaje que hizo me mandó una foto donde estaba con sus amigos, con quienes de niños se encontraban ahí. Dice: “Querida Juanita, espero que te interese este presente, que es el recuerdo de mi pasado hace más de ochenta años. Bajo la sombra de este álamo en Villa Cañás nos acostábamos cuatro chicos a la espera de ver una nube de tierra que indicaba el arribo de la camioneta que traía las nuevas películas al pueblo. Si la camioneta no llegaba, no habría cine. Volvimos al álamo con los amigos, todos con más de 90 años, para sentir esa sensación. No apareció, ya que la camioneta ya no llega al pueblo. Cuando terminamos de sacarnos la foto, sin vergüenza, los cuatro advertimos que todos estábamos llorando”.