Ricardo Darín vuelve a la comedia. Nunca se fue del todo. Pero la tensión de sus hombres en traje, se transforma en otra en El amor menos pensado, donde junto a Mercedes Morán componen un pareja que descubre que, frente al nido vacío, no quiere seguir su vida en común. Y desde ahí, cruces, otros amores, o enamoramientos, distancias, cercanías y la posibilidad de ver a Darín sonreír, rozando instantes que lo sienten más pleno que películas más cargadas, menos relajadas, menos felices. Una gran variante del estreno del próximo 2 de agosto es que Darín también produce, ahora a bordo de Kenya, en sociedad con Federico Posternac, otro socio y su hijo, el Chino Darín. ¿Qué implica invertir en el cine después de estar años del otro lado? “Si hay algún tipo de cambio se produjo básicamente en lo que es la preproducción y la posproducción. En el rodaje, no. En el rodaje de la mano de Fede Posternak, Chanchi, mi hijo, y la relación que establecimos con la gente de Patagonik, uno mejor que el otro, no sentí ningún tipo de cambio. Fue sí algo nuevo tomar parte en decisiones y caminos previos, estábamos invitados a participar y lo hicimos. Lo mismo en la pos. Es refrescante.
—Desde ese lugar de productor ¿cuánto te preocupa estrenar en una Argentina donde ninguna película nacional ha logrado llegar siquiera a los 600 mil espectadores?
—No sabía eso, pero ahora que lo decís sí. Claro que sí. Básicamente es preocupante por una cuestión de contenidos. Yo soy de los que creen que debe haber todo tipo de películas. Así se nutre una industria. Pero me parece que deberíamos tener cuidado con el impacto que generan la frecuencia con que películas sin ningún tipo de contenido, solo basadas en efectos visuales, nos alejan un poco de un ideal. No es que me moleste ese cine. Pero deja en claro que hay varios frentes a los cuales se debe atender hoy en día. Es muy difícil sacar a la gente de la casa. Tienen un control remoto en la mano y tienen distintas plataformas. Generar magnetismo como para que alguien decida salir de su casa, con sus amigos, con su pareja. Es preocupante que no hayamos llegado al millón de espectadores todavía. Es algo que creo vamos a revertir.
—¿Cómo vivís hoy toda la situación que se dio con las declaraciones de Valeria Bertuccelli?
—Hoy estoy mejor. Va a ser muy difícil que me pueda sacar de la nube que me anda persiguiendo arriba de mi cabeza a mí solo, a la cual cada uno que se le antoje por el motivo que fuere puede hacer referencia en el momento que decida. Va a ser muy difícil lidiar con eso, luchar contra eso. Pero también no me quiero poner paranoico, no me quiero enfocar en eso, porque la pase muy mal por algo así de 15 o 20 días y como ahora bajó un poco la adrenalina de todo eso, uno se permite ser más reflexivo si se quiere. Y entonces no hago otra cosa que pensar. Pensar y trato de ser un poco más prudente e inteligente a la hora de hablar. Las cosas que he dicho en su momento no fueron bien interpretadas. Mejor dicho, fueron malinterpretadas. O tergiversadas.
—¿Hablás de cuando tuviste que salir a hacer declaraciones por este tema?
—Claro. Además, es un momento de gran conmoción social en términos femeninos, por una lucha histórica que vienen teniendo las mujeres y que en este momento está tocando su punto más alto, eso nos da una hipersensibilidad que me aconseja ser prudente porque no quiero ni exagerar con que me siento dolorido, que lo estoy, porque me acusarían de estar victimizándome ni quiero ser paternalista en el sentido de ocuparme de lo que les está ocurriendo a los demás (porque en realidad aparentemente no se han ocupado de cómo esto me ha afectado a mí). Entonces estoy en un “impasse”. Reflexivo. Y esperando que el tiempo ponga las cosas en su lugar. No siempre ocurre, pero en muchas oportunidades el tiempo se encarga de poner las cosas en su lugar y las cosas salen a luz. En eso confío.
—¿Cómo es pelear la cartelera contra tu hijo, el Chino, que está en El ángel?
—La verdad que es ridículo. Son estas cosas que ocurren aquí, aunque también en otras partes. Cuatro películas grandes nacionales se estrenan juntas en un mes. Es una pena. Agosto pareciera ser el mes más buscado para estos lanzamientos. Esto responde siempre al mismo axioma: la dura batalla que tenemos contra los tanques extranjeros. Entonces, cuando nos dejan espacio para poder aparecer, nos olvidamos que hay que compartir con compañeros locales. Es una pena. Ojalá cada película pueda hacer su propio camino. No soy competitivo en esos términos. No necesito que le vaya mal al otro. Sería muy bueno que cada uno que vaya a una de éstas películas, vaya a la otra. Que apueste al cine nacional. Que se compense lo perverso de estar todos juntos y genere un fenómeno positivo para cada una de las otras películas.
—Hay un momento muy fuerte en la película con el personaje de tu papá, Norman Briski. ¿Qué extrañás hoy de tu padre?
—Briski es un actor distinto, inmenso. Es de esos actores que puede hacer suyo un momento. Un momento “briskiano”. El ejercicio de trabajo con él duró un día entero y me llevó mucho a pensar en mi viejo. Cuando vi las tomas y vi la escena montada me acordé mucho de mi viejo. Mi viejo te desafía permanentemente. Siempre quería que pensaras. Siempre insistía con que debía tener un criterio propio. No te subas a lo que digan los demás. Pensá. Revisá. Las normas fueron inventadas por otros tipos que no conocés. Me batallaba mucho en eso y desde muy chico. Lo que vengo extrañando mucho ahora y desde hace treinta años es eso. El testeo. El control. El desafío. La consulta. Su mirada. Te empujaba a tener un criterio personal y propio. Tenía una mirada muy particular que no encontré en muchas otras personas. Lamento que no haya conocido a mis hijos, a los hijos de mi hermana. Que se haya perdido la “abuelitud”. Hubiera sido uno de esos abuelos que sentís que te sacaste la Lotería.
—¿Cuánto de tu papá tienen tus hijos?
—Casi creo que he sido una especie de médium entre lo que mi viejo pensaba y sostenía y a la aparición de mi hijo. Me tocó a los 30 años ser padre, y más allá de lo que uno pueda creerse, calificado o no, la paternidad es algo que se aprende también. El ejemplo más cercano e influyente era el de mi viejo. Eso quise transmitir al Chino. Y creo me salió bien. Lo veo en su eje. Educado, sensible, amable, generoso: lo noto desintoxicado de una serie de cosas que me preocupaban mucho cuando apareció en este mundo. Ahí esta la mano de mi viejo.
“Estamos atados a muchas reglas”
—Tu personaje habla de la libertad cuando se separa, después se cuestiona: ¿qué es para vos hoy la libertad?
—La libertad debería ser la misma a cualquier edad. Pero se ajusta siempre a los contextos que te toca vivir. Definirla acá, en el Four Seasons, en un silloncito, lo más bien, es una cosa, pero quizás un señor que está privado de su libertad por distintas cuestiones puede cuestionarme. Pero para mí está relacionado con la posibilidad de elegir. A veces, no nos damos cuenta que dejamos de elegir, y que vivimos en una esquema preconcebido. Lo más sincero y prudente es que la li-bertad es la posibilidad de elegir. Los ciudadanos del mundo estamos cada vez más restringidos. Muchas veces elegimos cosas que nos son impuestas.
—¿Por ejemplo?
—El consumo. No nos damos cuenta hasta qué punto la información que recibe nuestro ce-rebro permanentemente hace que nos sintamos atraídos por cosas que nos nos movilizan tanto cuando nos frenamos. Estamos empujados a creer que estamos eligiendo.
—La película elude dar lecciones de vida ¿cuánto creés vos en las lecciones de vida?
—Nos guste o no nos guste, recibimos le-cciones de vida. Alguien hace algo ejemplar y se nos presenta como un modelo a imitar. Gene-ralmente las cosas que se acercan a la sensibilidad humana son las que más impacto nos producen porque vivimos en una era en la que la velocidad no nos permite detenernos demasiado. Cuando alguien se detiene, y ayuda a una anciana a cruzar la calle, nos llama la atención. Todos deberíamos frenarnos. Estamos demasiado reglamentados, atados a unas reglas “que decidieron unos tipos que no conocemos”. Hay que luchar para escapar de eso.