ESPECTACULOS
rafael spregelburd

“Esta es una sociedad histérica”

El director, dramaturgo y actor estrena Tres finales en el Teatro Argentino de La Plata. Asegura que impera una visión neoliberal que plantea que el consumo cultural es sólo para quienes puedan pagarlo.

ACTIVO. Spregelburd tiene obras en Argentina, Italia, Bélgica y Alemania, entre otros países. Aquí, trabaja con su equipo en forma cooperativa, cuando pueden.
| Cedoc Perfil
Hace tres años que no estrenaba ningún espectáculo, pero hace más tiempo que Rafael Spregelburd no convocaba a su grupo El Patrón Vázquez. La próxima semana, desde el miércoles 22 hasta el sábado 25, se podrá presenciar su última creación en el país. En el marco de la programación del Tacec (Centro de Experimentación y Creación) estrenará Tres finales, en el Teatro Argentino, dependiente de la Secretaría de Cultura de la Provincia de Buenos Aires. Prefiere definirlo como “tres bocetos a mitad de camino entre lenguajes escénicos (teatro, performance, danza, concierto barroco, y por qué no, mamarracho, ensayo teórico, work-in-progress ya fijo y estancado) como un fascículo perdido de alguna enciclopedia sobre lo contemporáneo: El fin del arte, El fin de la realidad y El fin de la historia.
—¿Por qué desde el año 2009 no trabajabas con tu grupo?
—Mis actores y yo nos fuimos ocupando en trabajos de lo más diverso, a veces juntos y a veces separados. Nuestra voluntad de trabajar juntos sigue intacta, pero muchas veces el cine, las clases, los viajes o incluso la televisión nos van poniendo otras prioridades económicas. El grupo suele trabajar de manera cooperativa (en todos sus sentidos) y a veces eso no es redituable. Así que nos financiamos nuestras aventuras cooperativistas trabajando un poco en otros lugares.
—¿Qué esperás de las nuevas autoridades en los teatros oficiales: Complejo Teatral Buenos Aires (Jorge Telerman) y del Nacional Cervantes (Alejandro Tantanian)?
—Que logren dignificar el trabajo y la calidad de las producciones de esas salas, porque hay que defender los pocos espacios públicos que están quedando, vapuleados por el avance de una teoría neoliberal que supone que a la cultura deben acceder sólo quienes puedan pagarla.
—Tuviste oportunidad de vivir en otro país: ¿por qué elegís Buenos Aires?
—Tal vez pude haberme quedado a trabajar en Alemania, donde mis obras son siempre muy bien recibidas, o en Italia, que es un país récord en producciones spregelburdianas. Pero mi teatro se nutre de raíces muy profundas y muy evidentes que están aquí, en Buenos Aires. Me gusta el teatro que hacen mis colegas en esta ciudad. Me alimento de él. Lo extraño cuando estoy lejos. Y además están –por supuesto– las razones familiares y afectivas, que pesan mucho más que las laborales, al menos en mi caso. Una fórmula ideal es ésta a la que creo haber llegado: escribo mucho para que me estrenen en teatros de otras latitudes, y con eso financio mis producciones porteñas de manera independiente.
—¿Qué circunstancias de tu vida privada modificaron tu mirada sobre el teatro?
—Todas. No hay obra mía que no arrastre, bajo la forma de una distorsión, algún evento biográfico. Escribo para conocer, y para conocerme.
—¿Como ciudadano qué es lo que más te duele?
—Es una sociedad contradictoria. Muy histérica. Se deja engañar muy fácilmente. Levanta las banderas de los opresores creyendo que son las propias. Suele identificarse más fácilmente con los victimarios que con las víctimas. Y todo ello ocurre con una parsimonia y una resignación exasperantes.
—Si en Europa te piden la definición del “ser argentino”: ¿qué responderías?
—Les vendería –carísima, eso sí– una función de Apátrida. Y que saquen sus propias conclusiones