Nacha Guevara es la autora de Nacha en pijama, en el teatro Astros. Todo en la obra es ella, y no (por supuesto). Pandemia, cumpleaños de 80, quejas que solo alguien como ella, con 50 años en el medio, podría decir en voz alta, y también, claro, lecciones -que nunca se plantean como tales- que, volvemos, solo Nacha puede decir, con su camino, y su dedicación, su valentía y su excepcionalidad. Ella misma lo define como algo “muy distinto de lo que yo he hecho. Muy diferente. Si bien siempre he expuesto, y siempre he logrado mezclar (sumando personajes), acá se muestra más la vulneralidbidad. Eso produce emoción adentro y afuera”. ¿Necesitaba Nacha Guevara mostrar esa emoción? “No lo hice para mostrar, no había una urgencia. Me sorprende eso. No fue deliberado. Pero evidentemente estaba ahí, estaba agazapado, quería salir”. Entonces, después de un show que juega con los límites, con su figura, con un cumpleaños de 80 en soledad en pandemia, y con otros itéms: ¿qué es la intimidad para Nacha? “La intimidad es algo sagrado, es un lugar que debe preservarse siempre. Vivimos en la era de exponerlo todo, y creemos que cuanto más miran tu intimidad, más exitoso sos. Es algo sagrado, algo que debe preservarse. Si alguien no tiene eso, es alarmante. Es otro aspecto aterrador de la modernidad. Lo que se ve en escena, como en todo acto teatral, es una realidad aumentada. Si no, no tiene sentido. El teatro es una realidad aumentada, porque si vamos a ver la realidad no necesitamos pagar una entrada”.
—¿Qué querías exagerar entonces en esta puesta y en esta obra?
—Lo ridículo, que por ejemplo aparece en la obra al ver una planta corriendo, o respondiendote, o que se mueva y te desobedezca. Eso no es algo realista. Pero muestra mucho la soledad, sin ser obvio, sin decir “estoy sola”, que es el realismo. O lo mostras peleandote con un cuadro de un gato. Sobre todo en ese período, esa pandemia que mostramos, que todos atravesamos de esa manera. Hay mucha empatía en ese sentido: a todos nos pasó algo parecido en esos días, hay algún momento donde se identifican por completo, porque fue una experiencia colectiva que se vivió.
—El de la obra es un personaje con un doble filo, por un lado cargado de ternura y por otro cargado de enojo ¿cómo lograste que convivan esos dos aspectos, los sárdonico y lo emotivo?
—Por una parte es mi naturaleza como actriz, eso lo tengo, lo que llamarías un actor repentista, que puede pasar del llanto a la risa rapidamente. Eso es una característica. Eso se tiene o no se tiene como actor. Es muy difícil de aprender, y me permite pasar de estados emocionales muy profundos y burlarse de ese mismo estado. A tomar distancia y reírse de sí misma. Por ejemplo, después de cantar “Andate al carajo”, ella corta los zapatos con cuchillos, eso es muy difícil, es una transcición muy omplicada. Una cosa es que el personaje este loco y otra que la persona que lo hace este loco. Hay que tener una mano muy cuidadosa y muchos años en el escenario.
—¿Qué es el arte hoy para vos?
—Es algo esencial, lo que ha sido siempre para mí y para el ser humano. Lo ha sido, esencial, desde las cuevas de Altamira, el expresar algo de una manera diferente, que no es la realidad. Las cuevas de Altamira son esos dibujitos de animales, y son cuevas, que yo estuve, tremendamente inhóspitas, y pintaban el techo acostado. ¿Qué los movía? ¿Cuál era el motor?¿Cuál es la necesidad? Es inherente la necesidad de crear belleza. Y hoy es más necesario algo de armonía, algo armonioso, elevado, que te lleve a un mejor lugar. El arte es la verdad, la verdad de la obra. Puede ser la verdad de una canción, de un cuadro, de una escultura. Pero la verdad no está en la obra, está en el autor de la obra, que la pudo contar. En quien pinta, en quien canta, en quien escribe. No importa lo que cuente, si no, no podría contar, sin verdad no se puede contar, y tampoco buscar resultado, buscar el éxito. El éxito es la experiencia de hacer. Lo demás puede venir o no venir, y nadie tiene la receta. El éxito es ese viaje de realizar lo que uno quería realizar. Eso lo aprendí en el DiTella.
—¿Cuál es tu verdad hoy a la hora del arte?
—El valor del error. El valor de equivocarse. El derecho a equivocarse. En la ciencia y en el arte tiene que haber ensayo y error, o está la mediocridad asegurada.
—Hay un momento que tu protagonista ve la televisión, hace zapping, y pareciera estar enojada con lo que ve ¿te pasa a vos?
—Ahí es un compendio, claro. Está puesto todo junto, pero es lo que vemos y escuchamos todos los días. No me gusta, es más, lo detesto. Por su falta de imaginación, de vocabulario, hasta de ortografía cuando escriben los grafs. Graves. Pero no soy nostalgica, soy ansiosa. Soy más de adelantar el futuro. Es una pavada, igual que estar anclado en el pasado. La verdad es que lo único que tenemos es aquí y ahora, y no hay otra cosa. A los humanos nos cuesta mucho entender eso, por eso siempre estamos anticipando el futuro o mirando al pasado. Es una falta de inteligencia en realidad. No de inteligencia racial, si no una ausencia de conocimiento.
—Haces un saludo muy conmovedor agradeciendo al público ¿por qué?
—Hace mucho que lo quiero hacer. Lo he pensado como canción. En un formato más largo, incluso, contando momentos con el público. Nunca lo podía encajar en un espectáculo. Aquí salió más naturalmente, era el momento de expresar ese saludo al público, a lo que es, a lo significa, a lo que enseña. Todo lo que he aprendido de actuar, lo he aprendido del maestro que es el público. No es con risas o con aplausos que aprendes. Es un lenguaje más sútil, más díficil de describir, que si estas atento, recibís información constante del público. Pero no es racional, no se puede explicar. El público te enseña, en el ensayos aprendes el escenario. Pero lo que encontras, los momentos, las pausas, lo encontras con el público. Por eso es tan antiguo y tan moderno al mismo tiempo. En un mundo donde todo es tan dos dimensiones, esta comunicación humana tiene un valor enorme. Es de lo poco que queda de seres humanos comunicandosé, sin máquinas mediando.
—Dijiste que no eras nostálgica pero ¿hay algo que extrañes? ¿Algo que sientas que ya no está en el mundo?
—Los sueños colectivos, las utopias. Sin utopias es imposible vivir. La utopía es el sueño colectivo. Y eso hace que un sueño imposible se haga posible, como la historia lo muestra. Hay muchos ejemplos de sueños que fueron posibles porque se convirtieron en una ambición colectiva. Extraño que no haya utopía. No sé cuál es el sueño colectivo. Entonces, no sé bien adonde vamos como humanidad.
—¿Qué descubrir en el escenario cada noche?
—En este caso, lo que estoy descubriendo, y me lo devuelve el público, fuerte y claro, que hay cierta parte de niña, de juego. No infantil, ser infantil es ser un pelotudo. Pero recuperar el niño es otro tema. Este espectáculo me da la chance de recuperar a la niña. Ser más relajada, más desprejuiciada, que no me importe si me están mirando. Inocencia y libertad, las dos virtudes que perdemos en el camino.
La vida en escena
—Siento que nunca se celebra del todo tu comedia, que siempre logra estar presente y aquí también. ¿Cómo ves vos esa faceta tuya?
—Es tragicómic el show. Pero un buen actor tiene que tener la tragedia ahí nomás cuando hace comedia, la tragedia atrás, de ahí la dualidad. Hacer una cosa, y que su contardicción este ahí. Si no, las actuaciones son muy chatas. El gran maestro de eso es Chaplin: es el gran formador, el gran maestro de todos los actores del mundo. Esa capacidad de ser lúdico, de jugar, de tener nostalgia, eso enriquice mucho al escenario, mucho más atractivo que sí solo llora. Como dicen los ingleses: morir es fácil, lo difícil es hacer comedia. Nosotros hemos pérdido la comedia, hoy se hacen chistes. Uno atrás del otro, pero la comedia requiere una inteligencia, un sentido del humor, un tempo. Eso no se mide con un reloj, es un instinto. Si cambías el momento no funciona.
—¿Qué aprendiste del arte que no esperabas encontrar ahí?
—El teatro permite aprender a vivir. Las mismas leyes que rigen el drama teatral son las que rigen el drama de la vida. Si el actor es consciente, es una ida y vuelta, entre lo que te enseá el teatro y lo que te enseña la vida. Todo el mundo debería estudiar teatro con ciertas escuelas. Te da conocimiento de vos mismo, de ciertas leyes de la vida, que ahí están, en el escenario, magnificiadas, y te da otra posibilidad que se da en escuelas espirituales más avanzadas, que es observar y actuar al mismo tiempo. Eso en la vida real es díficil, en el escenario también.