Si le dicen que no le conviene hacer algo, no le quedan dudas: tiene que ir tras ello. Lo toma como cábala y se convence de que el resultado será genial. “Siempre me pasó, cuando no se espera nada de mí salgo con más fuerza, arremeto y se les cae la mandíbula”. La carrera de Fátima Florez se desarrolló como un proceso lento que de repente explota. Lo mismo que su cuerpo: hasta los 18 se había recluido en su casa, apichonada, con un físico andrógino y la certeza de no cuajar en el mundo de sus pares. Sufrió anorexia, y cuando finalmente las hormonas se alinearon con el calendario, se liberó y empezó a reinar su otro yo: cuerpo voluptuoso y ganas declaradas de ir por la actuación. Salió al ruedo cantando y haciendo humor, de gira por Perú. “Sabía que me iba a costar porque este ambiente es muy machista, pero siempre creí en mí como producto”, asegura.