ESPECTACULOS
SOBRE TARASCONES

Feas, pobres de alma y miserables

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Dos cosas nos definen como humanos: la risa y la crueldad. Bien distintas, por supuesto, casi se diría que antitéticas. Pero bien humanas. Los animales no se ríen. En todo caso, el único sospechado de hacerlo es la hiena, conocida también por su maldad carroñera. Ataca en banda, nunca sola, y siempre a presas más débiles, generalmente heridas. A veces se ensaña con meros cadáveres. La hiena es más próxima al hombre que el mono.

Tarascones, recientemente estrenada en el Teatro Nacional Cervantes, es una obra de risas malvadas. La escribí sugestionado por un fragmento de un poema italiano del siglo XVIII (Il giorno). Su autor es un oscuro Giuseppe Parini, oscuro al menos para los que hablamos español. Al pasaje en cuestión se lo conoce con el intrigante título de “La Vergine cuccia”, es decir “La Cuzquita Virgen”. Durante un almuerzo aristocrático, un joven vegetariano se jacta de no comer carne, mientras la señora de casa recuerda con orgullo que hizo morir de hambre al criado que se atrevió a darle una patada a su mascota.
El living burgués de Tarascones  es nuestro, de aquí y ahora. Buenos Aires, 2016. En él se reúnen cuatro señoras a jugar canasta y tomar tragos. Entre mano y mano, practican un deporte seudoaristocrático: la cacería. El animal en suerte es la mucama paraguaya. De fondo, el empapelado del departamento evoca la Guerra de la Triple Alianza, episodio fundamental para la pujante Argentina de finales del siglo XIX, con sus soldaditos minúsculos típicos de aquel pintor manco, documentalista, genial, que fue Cándido López. Minuciosa artesanía de la escenógrafa Cecilia Zuvialde.

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Los argentinos no somos seguramente más crueles que otras naciones. Tampoco la maldad es mayor en determinada clase social. Sólo que alguna tiene mejor oportunidad de ejercerla. El poderoso siempre está en posición privilegiada para dar paliza. El débil, para recibirla. La revancha, cuando el azotado toma el látigo, suele ser desmedida, y con razón.
¿Podemos reírnos de la crueldad? Si tengo que responder esta pregunta viendo lo que ocurre en las funciones de Tarascones, diría que no queda otra. Las cuatro actrices (Paola Barrientos, Alejandra Flechner, Eugenia Guerty y Susana Pampín) son herederas directas de las mejores comediantes que hemos tenido (y nuestro país ha sido pródigo en ellas). La dirección de Ciro Zorzoli es de lo más afilada y efectiva, por lo que no da tregua. Y después, está el verso.

Escribí la obra en verso porque me pareció la manera más segura de escapar del naturalismo, que hubiera puesto la pieza entre aquellas típicas “obras de mujeres”. La fórmula fue explotada desde los 80 para acá: un decorado, una noche, un reencuentro, un grupo de mujeres, un pase de facturas. Hay algo de eso, por supuesto. Pero el verso las coloca en un lugar épico por momentos, disparatado en otros.
En cuanto a la risa, no digo ninguna novedad si sugiero que se trata simplemente del reconocimiento. El reconocimiento que tiene cada uno de nosotros sobre la propia maldad en potencia. Es mucha. Entonces, la risa es una forma de catarsis, entendida como Aristóteles propone en su Poética: la posibilidad que tiene el espectador de purgar sus emociones. De no salir a matar él mismo. A veces se purga con la tragedia (llanto), a veces se purga con la comedia (risa).

Las señoras de Tarascones son auténticas cuando muerden. Ahí dejan de lado su hipocresía. No quieren ni a sus perros. El llamado Caso Menditeguy, a fines de los 90, es emblemático. Clara Leloir de Menditeguy, distinguida matrona asociada a una entidad proteccionista de animales, fue expuesta como una dedicada exterminadora de mascotas. Así son las cuatro jugadoras de canasta. Empiezan su ejercicio de tiro al pichón contra la mucama. Llegan al paroxismo, casi literalmente, acompañadas por los refucilos de Eli Sirlin (nuestra iluminadora) y el arpa paraguaya de Marcelo Katz. Se encarnizan con la mucama, pero no se detienen en ella. Siguen contra sí mismas, porque su crueldad es total. Y porque una se refleja en la otra, y esto es insoportable para ellas, que se sienten bellas, ricas y señoras. En cambio, el espejo de sus amigas les devuelve que son feas, pobres de alma y miserables. Entonces se terminan pegando tarascones entre sí. Se arrancan pedazos, se rasgan las ropas (esos fantásticos vestidos de cóctel creados con humor por Magda Banach). Se destrozan. Pero al final se amigan. Volverán a jugar canasta cada jueves, cada viernes, cada sábado, cada domingo. Son nuestros días de función.

*Dramaturgo, novelista, director, ensayista, acaba de publicar El club de los vampiros, autor de  las obras teatrales Tarascones, que se da en el Cervantes, Deshonrada y Té de ceibo, entre otras.