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La lista intenta ser una sintética presentación de “Gracias por volar conmigo”, el libro que acaba de publicar Fernando Peña sobre sus once años de trabajo como tripulante de abordo. Ya desde la primera página, el actor adelanta lo que espera a quienes se animen a recorrer su autobiográfico vuelo literario: “A todos los pasajeros que atendí y a todos los tripulantes que me atendieron”, propone la provocadora dedicatoria.
“Gracias por volar conmigo” lleva el mismo título de una de sus exitosas obras de teatro. “La obra me quedaba chica y sentí la necesidad de escribir este libro, que si bien carece de un peso intelectual lo considero ameno”, explica Peña.
A lo largo de 260 páginas, los recuerdos y anécdotas están ilustrados por fotografías del álbum familiar del actor. Fiel a su estilo, no se guarda ningún secreto ni ironía sobre su propio pasado. En una divertida primera persona, relata el divorcio de sus padres “por una infidelidad en plena luna de miel”, su precoz pasión por los aviones, el primer vuelo de Montevideo a Buenos Aires, los estudios en una academia de Estados Unidos, sus comienzos laborales en Eastern Airlines y, por supuesto, expone con orgullo su sexualidad. “En la dictadura era muy difícil ser homosexual. Eso sí que era ser putos guapos. Eramos putos del novecientos. Nos abríamos camino a hacha y machete y lo logramos. Cuando hace poco vi Secreto en la Montaña recordé lo difícil que era antes manifestarse homosexual. Un chico hoy en día dice que es gay y es casi festejado”, señala.
Entre las anécdotas de sus años como tripulante de abordo, cuenta que en un vuelo de Bogotá a Miami un pasajero le ofreció mil dólares “para que durante todo el vuelo me sentara junto a él y lo escuchara sollozar porque abajo en la bodega del avión iba el cajón que contenía el cadáver de su hermano”.
En otras oportunidades, un pasajero llevó al avión carne cruda y le pidió prestado el horno para hacer un asado, otro señor le solicitó ayuda para “sacarse la bolsa del ano contra natura” y una mujer hizo que la acompañara al baño y antes de entrar se detuvo para que le sostuviera la pierna ortopédica, “porque si entraba con ella no podía cerrar la puerta”.
Peña también describe algunos temas que muchos prefieren evitar, como el del contrabando de mercaderías. “Lo llamamos fato o bagayo y es imposible no caer en ese vicio porque es plata fácil. Lo único condenado por la aduana es la pornografía y las alhajas. Los códigos de este mal son: no mentirle nunca a la aduana en lo que se trae y darle la coima proporcional correspondiente”, revela seguro que con esta explicación provocará más de un dolor de cabeza.
Con una descarnada sinceridad, sobrevuela los años en que trabajaba borracho, drogado, pero muy necesitado del sueldo para el afrontar el tratamiento de su madre. “Somos almitas muy pobres e indefensas y esta vidita de cartón pintado y de jet set nos hipnotiza y acapara sin piedad”, concluye.