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apretujes, ciudades, carcajadas, chistes, cargadas, placeres, hoteles, Londres, Nueva York, Miami,
personajes, novios, miedos, cómplices, etc. etc.
La lista intenta ser una sintética presentación de
“Gracias por volar conmigo”, el libro que acaba de publicar
Fernando Peña sobre sus once años de trabajo como tripulante de abordo. Ya desde
la primera página, el actor adelanta lo que espera a quienes se animen a recorrer su autobiográfico
vuelo literario:
“A todos los pasajeros que atendí y a todos los tripulantes que me
atendieron”, propone la provocadora dedicatoria.
“Gracias por volar conmigo” lleva el mismo título de una de sus exitosas obras de
teatro.
“La obra me quedaba chica y sentí la necesidad de escribir este libro, que si bien
carece de un peso intelectual lo considero ameno”, explica Peña.
A lo largo de 260 páginas, los recuerdos y anécdotas están ilustrados por fotografías del
álbum familiar del actor. Fiel a su estilo, no se guarda ningún secreto ni ironía sobre su propio
pasado. En una divertida primera persona, relata el divorcio de sus padres
“por una infidelidad en plena luna de miel”, su precoz pasión por los
aviones, el primer vuelo de Montevideo a Buenos Aires, los estudios en una academia de Estados
Unidos, sus comienzos laborales en Eastern Airlines y, por supuesto, expone con orgullo su
sexualidad.
“En la dictadura era muy difícil ser homosexual. Eso sí que era ser putos guapos.
Eramos putos del novecientos. Nos abríamos camino a hacha y machete y lo logramos. Cuando hace poco
vi
Secreto en la Montaña recordé lo difícil que era antes manifestarse homosexual. Un chico
hoy en día dice que es gay y es casi festejado”, señala.
Entre las anécdotas de sus años como tripulante de abordo, cuenta que en un vuelo de Bogotá a
Miami un pasajero le ofreció mil dólares
“para que durante todo el vuelo me sentara junto a él y lo escuchara sollozar porque
abajo en la bodega del avión iba el cajón que contenía el cadáver de su hermano”.
En otras oportunidades, un pasajero llevó al avión
carne cruda y le pidió prestado el horno para hacer un
asado, otro señor le solicitó ayuda para
“sacarse la bolsa del ano contra natura” y una mujer hizo que la
acompañara al baño y antes de entrar se detuvo para que le sostuviera la
pierna ortopédica, “porque si entraba con ella no podía cerrar la
puerta”.
Peña también describe algunos temas que muchos prefieren evitar, como el del contrabando de
mercaderías.
“Lo llamamos fato o bagayo y es imposible no caer en ese vicio porque es plata fácil.
Lo único condenado por la aduana es la pornografía y las alhajas. Los códigos de este mal son: no
mentirle nunca a la aduana en lo que se trae y darle la coima proporcional
correspondiente”, revela seguro que con esta explicación provocará más de un dolor
de cabeza.
Con una descarnada sinceridad, sobrevuela los años en que trabajaba
borracho, drogado, pero muy necesitado del sueldo para el afrontar el tratamiento
de su madre.
“Somos almitas muy pobres e indefensas y esta vidita de cartón pintado y de jet set
nos hipnotiza y acapara sin piedad”, concluye.