Los festivales de cine se han convertido en dos cosas: una real alternativa al tsunami de cine generado como punto de venta de franquicias (antes que nada, y si sobra cine –o siquiera aparece–, genial) y su propio y masticable, a lo Pacman, fantasma. Ese fantasma tiene que ver con su caricatura, que no implica tanto la etiqueta “el film de dos horas con la cámara fija” sino sí un extraño ecosistema, que permite que la diferencia entre festival y festival sea más bien sosa, más bien centrada en lugares cómodos a la hora de crear expectativas.
Y, claro, con un ancla bien lanzada en las relaciones ombliguistas de su industria (directores, festivales mismos, distribuidoras y así la lista de satélites). Por decirlo de forma simple: son pocos los festivales que se preocupan por su vínculo con su ciudad, con la visita del público a una sala de cine.
El Seattle International Film Festival es uno de esos pocos. Con una duración casi gimnástica –comenzó el 18 de mayo y continuó hasta el 11 de junio–, es un festival que apunta directamente a su ciudad, a la interacción con el público de la costera y siempre nublada ciudad. A diferencia de otros festivales norteamericanos más conocidos, éste, dirigido artísticamente por Beth Garret intenta antes que ser una olla de presión (los festivales en Estados Unidos suelen ser los sitios donde se compran los films para su distribución local o internacional: quién va a tal o cual estreno, quién escribe después son factores demasiado filosos en eventos como Sundance, SXSW o incluso el canadiense Toronto), ser una fiesta amable de cine.
Desde su apertura, con The Big Sick, la gran comedia romántica indie de la escudería Judd Apatow, hasta el homenaje, con su presencia, a la gran Anjelica Huston, el SIFF sabe entrar en diálogo (la mayoría de las veces) con nuevas vetas del cine, o entender que el cine necesita circular sin la presión que podría darse en otros festivales. La competencia iberoamericana es un ejemplo de ello: películas como la chilena Camaleón o la argentina El invierno, o la chilena Los niños y la brasileña Pendular hicieron de esta competencia una de las más nuevas y menos atadas a cualquier tipo de estereotipo del festival. Incluso otro film argentino de género, como Terror 5, logró un lugar en la divertida WTF, sección de cine más salvaje, más enamorado de la medianoche.
Otra feliz idea del festival implica su vínculo con los actores, con nombres, al menos este año, de la talla de Sam Elliott y, en una charla muy precisa para con su leyenda, con la actriz Anjelica Huston. La ganadora del Oscar fue parte de una charla donde habló de toda su carrera, y que fue la antesala de Trouble, su nueva película. En la misma, Huston habló de cuánto sirve un Oscar a la hora de una carrera y cuánto no: “A veces esos premios generan una idea equivocada, generan antes que un reconocimiento una forma de limitar las posibilidades de un actor, o lo que los rodea. La idea de ‘lo que vende’ en Hollywood realmente puede ser vil. Es un mundo, el del cine, que amo, claro, por sus posibilidades. Pero esas posibilidades deberían mutar, al menos cuando son limitaciones”. Entre otro de los lujos que supo darse el festival se encontró la película Landline, que permitió la visita de la actriz Jenny Slate, un nombre que ha comenzado, por suerte, a pisar fuerte en el terreno de determinado tipo de cine norteamericano.
Niños y cine latino
Si hay una sección que muestra la radical diferencia entre el Festival Internacional de Cine de Seattle y otros es, sin dudas, la sección Film4Kids, o, traducido al criollo, “cine para niños”. En esta sección, con mucha fuerza en el público infantil, se logra lo que no muchos eventos de cine consiguen: hablar con pluralidad a los niños y niñas. Al estreno de un film de animación basado en un éxito de literatura infantil y que desafía la idea de presupuestos colosales para esta técnica en Hollywood como Captain Underpants: the First Epic Movie (se estrena en Argentina bajo el nombre Capitán Calzoncillos) se suman clásicos de los hermanos Marx, como Animal Crackers, nuevos films de animación oriental como Napping Princess, la Toy Story china llamada Tea Pets, o la española no animada Zipi y Zape y la isla del capitán. La competencia iberoamericana permitió una presencia del cine latino distinta, que sale del típico festival especializado y ahora logra estar a la par de otras competencias. A los ya mencionados se sumaron la mexicana La libertad del diablo, la española Que Dios nos perdone, la cubana Santa & Andrés, la brasileña As Duas irenes, y Carpinteros, de República Dominicana.