En el marco de mi tesis de maestría “La dramaturgia multimedia”, me propuse escribir una obra que integrara las tecnologías digitales a la dramaturgia de modo indisoluble y no como un agregado posterior. Con esa premisa comencé a escribir Human Tecno Trans. La primera imagen fue la de una mujer con los ojos vidriosos sentada en una camilla en diálogo con la máquina que la estaba curando. Avancé y aparecieron otros casos, deseos imposibles y curas tecnológicas por medio de clonación, realidad aumentada o ciencia ficción. Eran tratamientos, pero parecían experimentos, pensé en Frankenstein y en los espectáculos de hipnosis, hasta que se develó el poder organizador: una clínica de biotecnología, mezcla del estilo high-tech de Black Mirror y la sórdida estética lyncheana, comandada por un doctor obsesivo con ribetes de presentador circense y un aura de Dios biotecnológico.
Hace unos años, fundé el grupo MUTA multimedia para investigar, experimentar y producir obras escénicas multimediales, con quienes decidimos llevar a escena la obra a principio de este año. Empecé a delinear el dispositivo escénico como un espectáculo de carnaval, que es en realidad un laboratorio, donde se exhiben los cinco casos paradigmáticos de la clínica dentro de entornos mixtos reales-virtuales.
La convocatoria del elenco no era fácil: debían encarnar con potencia y destreza las historias en tensión permanente con la magnitud tecnológica, pero también desdoblar sus cuerpos con actuaciones interferidas por el reflejo de su otredad tecnológica, en contrastes como conciencia y cuerpo, ser humano y ser animado, sexo y género o vida y muerte, para dar cuenta de esos pliegues transhumanos de seres en tránsito, no hacia el superhombre Nietzscheano, sino hacia la fusión humano tecnológica del futuro. Entonces convoqué a Manuel Vicente, Déborah Turza, Laura López Moyano, Verónica Piaggio, María del Mar Juan y a lxs actantes que aparecerían proyectadxs, Lucas Ferraro (residente en Madrid, con quien ensayamos por videollamada) y Graciana Edul. Pero lo interactivo no se reducía a la vinculación de lxs intérpretes con las tecnologías escénicas, alcanzaría también al público a través del registro en imágenes de sus comportamientos neuronales en vivo por medio de unos sensores que maneja el Doctor Calvo.
Los ensayos, como la escritura, estuvieron mediados por tecnologías de comunicación desde el inicio: experimentamos con videollamada, videochat o grabación por circuito cerrado en las primeras improvisaciones hasta llegar a las proyecciones, videomapping y realidad aumentada de la puesta final, ejecutado y realizado por el equipo de diseño multimedia a cargo de Sara Degaetano y Danae Pienica. Se sumó Marcelo F. Martínez a crear la plataforma sonora y Gabriella Gerdelics a diseñar los vestuarios, con quienes trabajamos el concepto de “vientre electrónico en constante mutación”. Luego, el trabajo corporal guiado por Luciana Taverna, el diseño de luces de Víctor Chacón y la realización escenográfica de Laura Cardoso terminaron de ensamblar la conexión entre los cuerpos y las imágenes virtuales.
La tecnología marcaba su ritmo inexorable, el equipo se adaptaba o intervenía, se ajustaban tiempos e imágenes, las proyecciones seguían las emociones, el sonido modificaba las actuaciones y lo multimedia funcionaba como estructura de cooperación entre el ser humano y su entorno, en correspondencia con la noción de “estética inclusiva” de Nicolás Bourriaud. Aunque el espacio se establecía de modo fragmentado, descubrí una red de conexiones lógicas y emocionales entre las escenas, como si cada personaje habitara el borde entre su mundo íntimo y el dispositivo espectacular, en el que cada instante estaría acentuado por la presencia simultánea de elementos heterogéneos en una narrativa que se me presentaba como un montaje de Gaspar Noé, no lineal y vertiginoso.
*Doctorando en Artes UNA, Magíster en Dramaturgia UNA, diseñador Gráfico UBA, artista multimedia y director escénico, Actor, Docente e Investigador universitario.