Estuve tentada en ejercer mi rosarinidad a prueba de balas y salir en defensa del último eliminado
de
Gran Hermano, el rubio leproso
Damián Fortunato.
Estuve tentada, sólo por esa posición natal, porque me parece válido, aunque suene poco
objetivo, defender a alguien con el que sólo me une el hecho de haber nacido en la misma ciudad, y
eso a pesar de su elección leprosa. Al fin y al cabo,
llevo en mi haber un hermano, once primos, un tío y un ex, hinchas
de Newell's, que me aceptaron como pudieron en mi decisión "canalla".
Así y todo, no logro ocultar mi satisfacción por la eliminación de Damián, un participante
que utilizó
como única estrategia mostrarse “como soy”,
como si cada uno de nosotros no fuésemos la sumatoria de seres, como sí a todos cotidianemente no
nos ganasen las contradicciones, como sí cada día no se pueda evolucionar hacia otro lugar. Pero
no, Damián además de izar la bandera rojinegra, lo que es muy aceptable, alzó otra: la del único
jugador que era fiel a sí mismo, como el único jugador que, extrañamente no fue a jugar. Algo que
el público evidentemente no creyó.
Además, Damián pensó que su mejor valor era decir siempre la verdad,
sin percibir que esa sólo podía ser su verdad. Sin entender
que a veces las mentiras son parte de la verdad,
sin tener en cuenta que a veces las mentiras son más digeribles
que las grandes verdades. Otro error estratégico y de vida de Damián.
Más grave aún es la tendencia machista del rosarino, que
entró a la casa sabiendo de antemano que nunca nominaría
hombres, sin si quiera darles una oportunidad a sus compañeras mujeres, que inclusive lo
aceptaron y no cuestionaron su misoginia. El chico, que debe haber nacido de un repollo, no debe
tener hermana y novia, que de hecho las tiene, sólo puede “eliminar” mujeres. Sólo
puede responder a su género, estúpidamente, sin aceptar lo inevitable: que
las mujeres, le guste o no le guste a Damián, formamos parte de
este mundo. Quizás Damián pueda entender a partir de
Gran Hermano, algo tan básico como eso. Ojalá pueda vivir
en este mundo disfrutando de las mujeres, reconociendo lo diferente y amando -y dejándose- amar.
Eso sí, Damián aceptó dentro de la casa al homosexual, porque claro él tiene “amigos
homosexuales”.
¿Qué otra cosa podíamos esperar?