Iñaki Urlezaga ya no tiene su compañía privada, el Ballet Concierto. Desde fines del año pasado se convirtió en el director del Ballet Nacional Danza por la Inclusión, dependiente del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Aquí, el famoso bailarín prioriza su labor como coordinador y coreógrafo, sin dejar de bailar, pero como él declara, “no es la idea que el director sea la frutillita del postre; éste no es el ballet de Iñaki sino un ballet oficial y nacional”. Y como parte de las labores sociales y de difusión, dicta con frecuencia clases a bailarines casi amateurs de todo el país, y así Urlezaga brinda sus conocimientos a altos y bajos, gordos y flacos, jóvenes entrenados y amas de casa que se entretienen haciendo la rutina de barra y centro: “Desde muchos puntos de vista, está buenísimo el proyecto. Le da la posibilidad a mucha gente a que se anime, que conozca, que vea, no importa si tiene dinero o no. Hace poco rescatamos a un chico que vive en Las Flores y ahora es aprendiz en la compañía. La compañía ahora tiene todos los estratos sociales, pero hay una cierta calidad de requisitos o de talentos que se necesitan para poder acceder; no accede cualquiera”.
El grupo de sesenta bailarines, más maestros, técnicos y kinesiólogos, ya recorrió parte del país con un programa de obras cortas en estilo clásico y neoclásico. Lo que sigue es una original idea: convertir en coreografía a la obra de teatro y película Dios se lo pague. El emblemático film argentino de 1948 subirá, como espectáculo de danza, al escenario del Teatro Coliseo los días 19, 20, 21, 22, 24 y 25 de junio, antes de salir de gira por el Noroeste.
—¿Cómo conociste la película y cómo fue el proceso de llevarla a la danza?
—Cuando Cristina hizo la apertura del Incaa TV, Dios se lo pague fue la primera película transmitida, un 24 de diciembre a las 12 de la noche. Me quedé despierto para verla, porque me generaba mucha expectativa. Me enamoré, dije: “Tengo que hacer esto en ballet”. Estoy haciendo el guión desde hace tres años, a partir tanto de la obra como de la película. El estilo es romántico por su lirismo, y expresionista por la época de la obra, que es de 1940. La danza es un neoclásico actoral. Hay técnica clásica, pero está al servicio del guión. El vestuario, de Verónica de la Canal, ha tratado de respetar la época.
—¿Cómo caracterizarías a tu personaje, Juca, un obrero que desciende a mendigo y luego se convierte en Mario Alvarez, un millonario?
—Es un personaje muy dual, con doble vida. Primero es una persona humilde, trabajadora, con recursos escasos para poder afrontar la vida, al lado de su mujer. Es traicionado y vive un accidente que le cambia todo, sale ileso, va preso, pero al salir de la cárcel no tiene ni un techo donde poder dormir. Empieza a pedir limosna como para tomar una taza de leche, y así es como hace una gran fortuna. Esto no es tan ficción, porque he leído biografías de gente que de esa manera vuelve a empezar. Logra una fortuna con la que puede vengarse de la persona que lo hirió tanto, que trató de truncar su vida y le depositó el veneno en la sangre. Se venga, queda satisfecho y logra vivir el amor, como la última experiencia que un ser humano nunca debe olvidar: tratar de ser feliz. La historia es una transmutación desde el origen. Al final, deja una sabiduría inconmensurable. Para un actor o para un bailarín, poder afrontar estos desafíos, estas versatilidades que tienen ciertos textos… a mí me da mucho placer.
—¿Cuál es el atractivo de la película como para hacerla nuevamente?
—Es muy emblemática. Todos los que la vieron la recuerdan. Y las remakes son para cautivar gente joven. Yo tengo esperanzas de que suceda eso. Es una historia tan entrañable, tan real, tan argentina. Aunque también es tan inglesa o tan rusa, porque es muy universal. Muestra la Buenos Aires y su sociedad de aquel entonces, pero habla de los valores humanos. Acá o en la China, bajo el mandato de Putin o de Cristina, la gente sufre por los mismos problemas y se alegra por las mismas razones.
—¿Cómo compararías a la Argentina de la película con respecto a la actual?
—Tiempo atrás había ricos y pobres, era la época del feudalismo, la Argentina previa a la industrialización. Ahora, hay ricos y pobres; eso lamentablemente no sé si algún día se abolirá en el mundo. Pero la Argentina de hoy es mucho más justa comparada con la de la película. La puja de este gobierno ha elevado mucho el estrato social de los que menos tienen. Por ejemplo, parte de las cooperativas sociales que hacen nuestros vestuarios, toda esa gente en 2001 fue al Plan Trabajar. Cuando veo esa gente que está recuperada, digo “por suerte hay gente que ha podido salir de esa crisis tan profunda”.
—¿Te calificarías como oficialista?
—No, yo no me pondría ese rótulo, porque yo soy un artista. Estoy trabajando en un proyecto del Gobierno, pero este ballet, me vaya yo o me quede, se vaya Alicia [Kirchner] o se quede, forma parte de políticas culturales que quedan. Son políticas verdaderas, que exceden la gestión. Yo espero que el día que Cristina termine la Argentina cuente con un ballet más, que es éste. Para los bailarines, fue algo muy difícil de conseguir. Es muy poco frecuente, en países tan emergentes, con tantos problemas económicos, que un gobierno sostenga una compañía de sesenta bailarines. Sí es una decisión política, pero es algo que va a quedar en el tiempo.
Puertas abiertas al ‘bailando’ del futuro
Mientras algunos de sus colegas, como Eleonora Cassano y Maximiliano Guerra, en 2014 aceptaron ingresar al concurso de ShowMatch, Iñaki Urlezaga sigue ajeno a ese espacio mediático. Pero no cierra las puertas para siempre…
—¿Cómo ves el concurso de Tinelli este año?
—Es más de lo mismo. La diferencia es que hay figuras más clásicas, pero me parece que el programa apunta a lo mismo. Un año más. Respecto de lo que hagan ellos [los bailarines clásicos en el concurso], me parece fantástico si lo disfrutan; a mí no me modifica en nada; yo estoy abocado a un proyecto divino: estoy dedicado a la responsabilidad que genera manejar una compañía del Estado.
—¿Creés que alguna vez podrías participar de ShowMatch?
—Yo vivo el día a día. Si después de unos años yo dejo el clásico definitivamente y si tengo abierta la agenda a otra cosa, yo no tengo un prejuicio con el “Bailando”, no es que no lo hago porque diga: “Yo ahí no voy a parar”. Siempre dije lo mismo: con la agenda que tengo y todavía bailando de la manera que lo hago, muy dedicado hacia mi profesión más clásicamente pura, no tengo tiempo de dividirme entre varios lugares. El día de mañana, cuando esté cansado de bailar o de crear, a lo mejor es el “Bailando”, a lo mejor es el teatro, a lo mejor es music hall, es qué sé yo… lo que surja de la inspiración del artista.