La primera escena de Ray Donovan, serie de Showtime que pasa por estos lares HBO y éxito de la temporada pasada, deja todo claro: un deportista de esos que salen en GQ se levanta al lado de una prostituta muerta mientras que en otro rincón de Los Angeles un agente está desesperado porque su Ryan Gosling fue descubierto, a dos meses de estrenar un film de US$ 200 millones, teniendo sexo oral con una travesti. ¿A quién llaman ambos para resolver sus problemas? A Ray Donovan, el fixer premiun de Los Angeles.
Liev Schreiber es el resuelve problemas y “sinceramente”, dice en exclusiva con PERFIL, “es un papel difícil, que siento que no puedo hacer permanentemente: la oscuridad de Donovan se hace agotadora; es un mundo turbio, dentro y fuera de su trabajo”. Schreiber ha sido tanto actor de David Mamet como Némesis de Hugh Jackman en modo Wolverine (plus: es hace décadas el marido de Naomi Watts) e insiste en que “la televisión se ha convertido en un lugar donde se pueden explorar temas pesados, que el cine ya ni siquiera intenta rozar: no todos queremos fantasías XL que creen hablar del mundo mientras sólo agigantan lógicas de fanático de cómics. No es culpa del fanático, obvio, o del Capitán América, pero Hollywood ya no corre más riesgos, ya no se anima a ser adulto, aunque sea tontamente adulto. Y ves series como Los Soprano o Breaking Bad y te das cuenta de que entendieron algo respecto de lo que busca alguien que no usa remeras de Batman de una serie”.
—¿Cuánto hay de rumor real suelto en los casos donde Ray Donovan y su equipo trabajan?
—Siempre nos causaron gracia esas historias: obviamente Hollywood es un lugar donde este tipo de locuras suceden. Pero no creo que haya Ray Donovans, tipos arreglando todo; a lo sumo, muchos tipos arreglando todo. Pero lo tremendo es que un escándalo en Hollywood sólo muestra lo mentiroso de cierto progresismo del que nos creemos dueños: si la estrella de turno disfruta el sexo homosexual, ¿por qué eso haría que vendiera menos entradas en el público heterosexual?
—¿Qué te llevo a aceptar una serie así: en Los Angeles, lejos de tu familia en Nueva York, y no haciendo cine ni teatro?
—Lo que me atrajo fue la oscuridad masculina: el de Donovan es un mundo masculino, donde las mujeres no aparecen tanto en pantalla. Me fascina la idea de que un hombretón, lleno de furia y de violencia, sea también dueño de una vulnerabilidad enorme. Quizás el mayor logro de la televisión sea explorar a esos hombres, quizás hasta es algo natural: ya no querés ver sólo a Corleone, querés entenderlo, o entender ese mundo. Que tipos como el amado James (Gandolfini, el recientemente fallecido protagonista de Los Soprano) hayan creado capas que antes no se veían en un personaje es sólo para mejor, muestra una evolución en nuestra formas de narrar. Podemos ser más inteligentes.
Catálogo de traumas
Ray Donovan, a la hora de hacer la lista de dramas personales, gana por goleada hasta a Breaking Bad: un hermano de Donovan fue violado por un cura de niño, el otro es viudo y tiene Parkinson, él mismo es adúltero compulsivo y, cereza de la torta, no quiere saber nada con su violento padre, terrorífico ex convicto interpretado por Jon Voight. Schreiber habla de volver a colaborar con Voight: “Ya había trabajado con Jon en El embajador del miedo (2004), y fue fundamental: me vuelve loco trabajar con él. Fue increíble verlo otra vez, fue entender qué hace a un gran actor, precisamente, un gran actor: no sólo es famoso, algo colateral, sino que te das cuenta de que es un tipo que sabe exactamente lo que hace en una pantalla. En cualquier pantalla. Estaba tan excitado con su personaje que te daba alegría compartir el set con él. Digo, es capaz de hacer que su personaje le diga a su nieto que está todo bien con el sexo oral homosexual, porque una boca es una boca, pero no así el anal. Y que eso sea complejo y no gestual, no simplemente provocativo, sino algo que lo define”.