En este año, se festejan el centenario del nacimiento de Mario Benedetti (1920-2009) y los cuarenta años de la publicación de su novela La tregua, en 1960. Por eso, la compañía de danza oficial uruguaya, el Ballet del SODRE, bajo dirección de Igor Yebra, acaba de estrenar, este 26 de noviembre, una versión coreográfica de ella. Las funciones, en el Auditorio Nacional “Adela Reta” de Montevideo, se realizan, frente a la pandemia, ocupando solo un 30% de su capacidad. Asimismo, la función del 5 de diciembre se verá online a través de la plataforma del festival chileno Santiago a Mil.
Yedra, bailarín y coreógrafo español, llegó al SODRE, una vez concluido el histórico ciclo de Julio Bocca entre 2010 y 2017. Y aunque su gestión culmina este diciembre, en esta entrevista transmite el entusiasmo por el reciente estreno y por su labor al frente de la compañía de danza.
—¿Cómo ha sido el trabajo de adaptación de la novela de Benedetti, para convertirla en un espectáculo de danza distinto a otros?
—Como en los ballets rusos de Diaghilev: crear un ballet a partir de un texto me parece algo normal. Lo hicimos en El Quijote del Plata [espectáculo de 2019] y lo repetimos ahora. Gabriel Calderón, uno de los dramaturgos más importantes en Uruguay, hace equipo con la coreógrafa [Marina Sánchez]. La tregua es un libro muy pequeñito, que cuenta muchas cosas. No vamos a recrear ni la película de Sergio Renán, protagonizada por Héctor Alterio y Ana María Picchio ni el libro, porque sería imposible. No se trata de utilizar las palabras de Benedetti, pero sí, buscamos la esencia, esa sensación de desasosiego y de salir tocado, que ubicamos en este ballet atemporal, que no se sitúa en ninguna época en particular. Se crearon dos personajes nuevos que no existen, en tanto tales, en el libro, la Rutina, y el Azar o la Muerte, que se han vuelto tan importantes como Martín y Laura.
—Has bailado en numerosas compañías de danza de Europa y de América Latina. ¿Reconocés modos de trabajo diferentes en estos dos continentes?
—He tenido la fortuna de actuar en los cinco continentes del mundo. El ser humano, sus ilusiones y sus miedos no difieren mucho. Sí es cierto que la cultura de las regiones donde uno crece marcan, tanto para bailar como al público. Yo intenté averiguar qué le interesaba a la gente de aquí. Por eso, La tregua, El Quijote del Plata, y dejo para el año que viene un ballet sobre Delmira Agustini. Como europeo, desgraciadamente a veces se tiene una visión muy equivocada de lo que es Latinoamérica, donde la riqueza cultural es enorme.
—¿Qué ballet recibiste de Julio Bocca y cómo pensás la discontinuidad en las direcciones de compañías de danza?
—Cuando hay una continuidad en el trabajo y en las ideas, todo el mundo trabaja más a gusto, con más tranquilidad y con objetivos a medio y largo plazo. Yo me encontré con un Sodre en general, no solo el ballet, en el que había todo tipo de peleas internas; eso está más calmado. Cuando Julio se fue, aquí quedó una especie de orfandad; su trabajo de reconstrucción fue muy importante. Todo el mundo pensaba que esto se vendría abajo y se ha conseguido que no sólo no se viniera abajo, sino que siguiera creciendo y teniendo creaciones nuevas. Creo que el trabajo está realizado correctamente. Ha habido un cambio político y a veces los cambios políticos llevan cambios de rumbo. Ya no son decisiones unilaterales de una persona. Yo ya estoy trabajando, lo que llevo haciendo desde que tengo catorce años; tengo mi escuela de danza en Bilbao y unos cuantos proyectos. The show must go on.
Estrellas y prejuicios
—En tu trayectoria, has trabajado con grandes como Carla Fracci y el coreógrafo Yury Grigorovich. ¿Cómo los recordás?
—Es gente que me ha aportado el amor y el respeto por el trabajo y la profesión, una inmersión casi al doscientos por ciento en la vocación, que es su vida. Son mitos vivientes, frente a los cuales lo único que uno puede hacer es cerrar la boca y fijarse en todo lo que hacen, y en sus fallos también. Mi carrera se ha desarrollado principalmente en los tres ejes del ballet clásico: Francia, Italia y Rusia. En Francia, con Charles Jude, el íntimo y predilecto alumno de Nureyev; en Rusia, con Grigorovich, donde su mujer me recibió y me hizo de comer huevos fritos; en Francia, con Carla, que siempre ha sido la elegancia, siempre una reina.
—Billy Elliot es una película que, aunque tiene algunos años ya, sigue vigente en relación a los prejuicios sobre ballet y homosexualidad. ¿Qué reflexión podrías hacer?
—Si me formulas esta pregunta, es porque el problema existe, ese estereotipo sigue colgado. Pero si alguien hoy en día cree que no existe la homosexualidad dentro del fútbol, yo no me lo creo. También en el fútbol tienen un problema importante, por resolver esa cruz que nosotros llevamos. Muchos niños varones no se puedan dedicar a la danza por todos los estereotipos. Yo tuve que vivir esa especie de bullying, y lo sigues viviendo ya de adulto también.