Es una de las grandes figuras, casi podría decirse protagónicas, del mundo contemporáneo de la ópera, pero curiosamente aún no había actuado en la Argentina. Esa ausencia, por suerte, está a punto de remediarse. El mexicano Javier Camarena cantará por primera vez el jueves 27 de julio a las 20 en el Teatro Colón, no en una obra completa sino en un recital hecho a la medida de su talento, donde lucirá su especialidad en el bel canto: calidad ligada, expresividad, virtuosismo, agudos sostenidos, lo que se ejemplifica en composiciones de Rossini, Donizetti, Verdi. Precisamente estos autores serán interpretados por Camarena junto a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por su compatriota Enrique Diemecke.
—Ahora usted vive un presente en el que es convocado en todos los teatros de Europa y Estados Unidos, pero... ¿cómo fueron sus comienzos en la ópera, cuando no era reconocido?
—Hay pequeñas pruebas psicológicas en el camino de una carrera; puedes desviar la atención de lo que realmente importa. Fue un principio difícil por el proceso de darse a conocer, de crear un nombre, un prestigio. Se sacrifican muchas cosas, pero me siento afortunado de poder vivir de esta carrera.
—El 21 de abril de 2014, usted debió reemplazar nada menos que a Juan Diego Flórez en el Metropolitan de Nueva York y ocurrió lo que casi nunca allí: el público pidió, y el teatro concedió, que usted cantara un bis. Esto, que en principio está prohibido, sólo lo habían hecho Pavarotti y Flórez. ¿Cómo impactó este hecho histórico en su carrera?
—Definitivamente ha sido un antes y un después, sobre todo en el reconocimiento. Al Metropolitan en ese momento yo había llegado con diez años de carrera. Había hecho bises pero sin esa repercusión. El Met es uno de los grandes escenarios mundiales de la ópera y produce un gran eco. Fue muy emocionante, una ovación de casi tres mil personas –algo que se repitió en la función siguiente–, que reconoció a una voz, cargado de emoción, gratitud, por todo lo que quise transmitir a través del aria de Ramiro (en La Cenerentola, de Rossini), quien siente que en su corazón pelean una dulce esperanza y el frío temor.
—¿Qué opina de los cantantes o grupos líricos que tienen proyección comercial y masividad?
—Para todo hay gustos, aunque lo que hacen Il Volo, Sarah Brightman o Andrea Bocelli no es propiamente ópera. Pero le gusta a mucha gente y puede acercarnos al género operístico. Yo hice algunas cosas más populares, muy por gusto personal: grabé el disco Serenata, con boleros y canciones mexicanas de Agustín Lara, de Armando Manzanero, y también el disco infantil con música del compositor mexicano Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri, que yo escuchaba desde niño y que mis hijos escuchan ahora.
—Hay quienes usan la voz para dársela a quienes no tienen voz, hay quienes usan la voz para discutir en ámbitos de intercambio y reflexión… ¿Para qué usa la voz un cantante de ópera?
—Es la forma que tienen mi alma y mi corazón de expresar lo que yo puedo sentir, vivir, experimentar. A la vez, mi voz es el medio para llevar, a los oídos de quien escucha, aquello que quiso comunicar un compositor y, además, a través de ello, ser yo mismo quien vive y quien se emociona y comunica.