Calificación: Muy buena
El cine necesitaba de John Wick. Y John Wick necesitaba que el cine quisiera respirarlo de forma afiebrada, casi cómplice, de sus ganas de ser brutalidad sofisticada, de ser cine de acción de tres piezas noctámbulo. John Wick es un asesino a sueldo, que retirado tuvo que salir a vengar la muerte de su cachorrito. Desde aquella primera John Wick, Keanu Reeves, su avatar en el mundo real, y el director Chad Stahelski, con experiencia como doble de acción, generaron la acción menos rápido y furiosa del mundo: truecan los anabólicos, la música de Pitbull y los autos con alma de videogame por algo que decide verse distinto, y, principalmente, celebrar la acción física, de dobles, de escenas filosas. En un sentido, esa convivencia de ambos mundos define a la acción absurda hoy: de un lado, el Miami y Las Vegas de Rápidos y furiosos, del otro la Nueva York de Wick.
No es una batalla. Son dos formas de crear acción, que definen todo un espectro de posibilidades: donde R&F se asemeja al mundo del catch, el de Wick es un universo de acción seca y cool, donde se camufla comedia mientras la proeza física es la que marca todo el potencial del cine. Y ahí es donde Reeves se ha convertido en el perfecto muñeco de acción, una cruza extraña entre lo que hace un experto en artes marciales y una caricatura digna de cómic ultracool. La misma imposibilidad de Reeves como estrella de Hollywood es la que hace de Wick una perfecta caja negra de sus frustraciones, de sus aciertos, de sus fascinaciones y de sus posibilidades como figura de combate articulada.
En esta tercera entrega, la gimnasia es la misma: Wick versus el mundo. Mejor dicho, Wick versus el mundo nocturno, de neón, de una especie de barroquismo. En los instantes donde eso no sucede, donde se viaja fuera la ciudad, es cuando menos funciona la tercera entrega de Wick. El instinto se mueve a lo Charles Bronson pero los modos son enamorados del cine de acción oriental, de su sentido del espectáculo, de la entrega acrobática de varios de sus profesionales, dando así a John Wick 3 su aura de fiesta en extinción, de club de enamorados de no usar la computadora para crear lo imposible (que acá implica pelear con caballos en plena vía pública).