Es simple confundir un festival de cine con una plataforma laboral o una declaración de principios. Es decir, por un lado, generar programación, funciones de cine, mirando hacía otro lado, menos atento a necesidades, generacionales y artísticas, de la ciudad que contiene al festival de turno (es lógico: cada ciudad suele tener su propio festival de cine).
El otro modelo implica un modo más obsesionado con taclear cierta medianía dogmática que sí reina en hoy recién en el apenas de pie mundo de los eventos con cientos de películas concentradas en unos pocos días (esta variante más “yo salvaré al cine” siempre da vueltas, no importa el tamaño del festival o sus límites reales en términos económicos y de amplificación posibles).
Quizás el mejor festival sea aquel que respira su ciudad, su idiosincrasia, sus límites, los entiende, e intenta mutarlos solo para demostrarle a quienes vayan a las salas que hay felicidad en el arte, que hay vida en el cine, que pocas cosas hacen tanto a una ciudad y sus habitantes como aquello que se produce cuando vemos en una sala de cine un film y como damos nuestros primeros pasos en el mundo pensando en esa misma película, nos guste o no.
Claro que eso es expansivo: en la era de “todo tiene que ser una foto para Instagram”, el cine puede ser mucho y muchas cosas; ninguna de ellas tiene que ver con la comodidad del hogar (un poco ahora, bueno) y mucho con la inventiva de permitir al mundo que recuerde porque el cine es el arte más importante del siglo XX.
¿Qué hace Chicago contra estos modos impuestos en este artículo? Básicamente es una celebración de su ciudad, que entiende lo que quizás “debe” hacer, con aquello que disfruta hacer. Por ejemplo, en su reciente apertura, el pasado miércoles, hubo tres funciones distintas. Por un lado, la gala de The French Dispatch, la nueva película de Wes Anderson, que viene siendo un “grandes éxitos” del famoso director. Por otro lado, una gala de medianoche, con Halloween Kills, para el público nocturno. Y finalmente una apertura al aire libre, en autocine, de The Velvet Underground, el documental de Todd Haynes sobre la famosa banda neoyorquina.
Tres formas diferentes de mostrar que el festival está vivo, y que ha llegado a la ciudad. Ese momento, en un instante donde la pandemia todavía se siente en las salas, es una declaración de principios a la hora de jugar con la ciudad, con el cine, con las posibilidades (aquí hay grandes compañías que dan películas: en Argentina, cuando eso sucede, es simplemente un adelanto de estreno: ¿de qué manera le sirve a un evento argentino tener películas que semanas después estarán en cartelera si ese espacio podría ser para el descubrimiento?
Aquí, Chicago y otros festivales, son eventos privados, no financiados al 100 % con dinero estatal: ¿por qué un festival financiado por dinero del Estado proyectaría una película de Warner, Disney u otros gigantes que dominan la cartelera y hablan poco y nada con nuestro cine cuando no es XL?¿Simplemente porque suena lindo la posibilidad de darla en un cine? ¿Permiten charlas con sus actores o directores (spoiler: la mayoría de las veces, no)?
A Netflix le sobra dinero para dar su grandes películas en una sala de cine, y si su desdén para con su público, el que no usa hashtags, solo implica hacer eso en salas de cine del primer mundo, no es tanto un problema a resolver, si no, volvemos, una nítida e involuntaria declaración de principios).
Chicago entiende cómo funciona el mundo del cine, y entiende su lugar. Así recorre la ciudad, y amplia terrenos. Habla con todos sus espacios, y eso es algo que parece nace de la inteligencia de entender la amplitud de su propia fisonomía.
Hasta el 24 de octubre, de forma híbrida el festival dirigido artísticamente por Mimi Plauche, se muestra en lugares como el mítico Music Box Theater, ChiTown Movies, y varias locaciones más. Si por un lado están las películas más esperadas en estos instantes (por ejemplo, lo nuevo de Ridley Scott, la nueva película con Joaquin Phoenix, la nueva de Will Smith) también se apela a mostrar cine de estudiantes, cine que sale un poco de los canones aduaneros del universo del festival de cine (que sí fuera una disco musical, tendría apenas unas 50 canciones sonando en un mundo donde se hacen miles y miles de melodías).
Entre los visitantes de lujo se encuentra la leyenda Kenneth Branagh, que dará una charla pública. Si, aquí se mezclan Céline Sciamma y lo nuevo de Pedro Almdóvar, con películas sentidas de Chicago y sus músicos. Es un balance posible, sentido y enamorado de su ciudad.
Los modelos de la industria
Una de las variantes más habituales del Chicago International Film Festival son sus días dedicados a la industria. Este año el formato será híbrido, generando tanto presencia en vivo como online. Entre las charlas que han tenido lugar, se ha discutido el eterno problema, y solución, de la compra de films, con títulos como “De todas maneras ¿quién compra películas independientes?” y workshops del universo documental. También es crucial para el evento ayudar a quienes comienzan: por eso hay charlas como “Tengo un gran guión: ¿y ahora que sigue?”. También hay presencia de nombres como Virgil Williams, un guionista que ha ido desde series como ER a películas nominadas al Oscar como Mudbound. O nombres como Brenda Gilbert, la presidenta y cofundadora de Bron Media, una compañia que ha estado detrás de película como Guasón, Judas y el Mesías negro, y muchas más. Ahora mismo de hecho se encuentran trabajando junto a Nicki Minaj en un proyecto nuevo para HBO. Obviamente la agenda del día, que tiene que ver con la inclusión y rodajes en tiempos de pandemia es parte de la agenda. En ese aspecto, también hubo charlas que buscaban entender la lógica de la industria en este particular momento, no solo de covid sino a la hora de que la palabra “contenido” ahora se usa, puaj, como sinónimo para relatos para diferentes medios. De esta forma, y durante varios días (hasta el 17 de octubre), el Festival de Chicago busca reactivar y generar conversación entre agentes, creadores y aspirantes del cine que pueden entender o no el medio, pero que necesitan un espacio de conversación.