Después de pasar décadas trabajando como productor en televisión, decidí vender mi productora y dedicarme de lleno a la ficción. Escribí y dirigí en los últimos años cuatro series y un telefilm para Argentina, una serie para México, dirijo publicidad y escribí dos largometrajes que tengo previsto dirigir en 2017.
Tardé unos años y varios proyectos truncos en comprender que para hacer lo que uno quiere debe antes deshacer lo que uno ya no quiere. Por entonces a alguien se le ocurrió que, al igual que históricamente con el cine nacional, en la ficción televisiva había que apoyar a nuevas voces que no lograban penetrar la materia impenetrable del aire. Así llegaron los concursos de fomento del Incaa y así pude realizar Los Sónicos, Babylon, Las 13 esposas de Wilson Fernández y La última hora. Desgraciadamente todo esto llegó en tiempos revoltosos y los bichos corruptos aprovechan cualquier grieta para esconderse y defecar a sus anchas. Allá ellos; desaprovecharon una oportunidad única de hacer lo que que corresponde: transformar el dinero de los subsidios en buenos, honestos y perdurables contenidos de ficción. Allá ellos y acá nosotros; porque hubo muchas buenas ficciones que se invisibilizaron en medio de la tormenta eléctrica.
Cuando terminé el secundario intenté estudiar cine, pero no había dónde. Estudié comunicación social y me recibí de licenciado. Entretanto me metí en la tele, produje Noti dormi y escribí (con mi amigo Javier Castro Albano, con quien sigo escribiendo) y dirigí unas ficciones surrealistas (Voy a pagar la luz y Poliladron) para ATC, por entonces testaferreado por el Ruso Sofovich. Cuando finalmente estudié cine en la Universidad del Cine con mis compañeritos Llinás, Szifrón, Katz, Stuart, Golbart, Medina, Aloi y siguen los nombres, produje un programa experimental (PNP) que inesperadamente se transformó en un éxito y terminó cambiando la lógica televisiva de las dos últimas décadas con el uso y abuso de los llamados programas de archivo.
Fue divertido hacerlo. Monté una productora con la idea de “ahora sí” producir series de ficción “bien hechas” que ya por entonces había empezado a escribir. No lo logré.
En el ínterin los canales pasaron de manos o quedaron mancos y, por fin, se democratizaron en un mismo concepto: ya no hay más lugar para la experimentación (por lo menos para la vernácula). Y listo; los que que habían sido experimentos (CQC, VideoMatch, PNP, Día D, etc.) se transformaron en clásicos y fueron plagiados hasta la embolia cerebral.
¿Por qué casi todos los adultos del planeta se confabulan para hacerles creer a los inocentes niños que no son los padres sino un señor gordo, viejo y barbudo que vuela en trineo quien les hace los regalos de Navidad? Extraño. De esto habla el guión de La noche mágica, un largometraje que planeo filmar en 2017 con un Papá Noel ladrón y asesino como protagonista. Quizá no haya una respuesta razonable (tan sólo balbuceos como “…la ilusión de los chicos…” o “…la cara de felicidad…”) pero sí parece haber una patología social en los adultos mentirosos: si repito más de cien veces una mentira, un poco me la termino creyendo.
Algo de esto vive hoy en día el mundo de la televisión de aire (gran metáfora involuntaria) al enfrentarse al futuro que ya llegó. Por más que se aferren a vivir en esa burbuja blindada, el “aire” respirable es limitado y se acaba día a día. ¿Qué queda entonces? Lo importante: los contenidos. Lo único realmente importante. Ahora habrá que ver en qué plataforma y formato y en qué día y horario las nuevas generaciones van a decidir consumir esos contenidos.
Como escribió el viejo Bioy en uno de sus cuentos: “Para alcanzar la muerte no hay vehículo tan veloz como la costumbre, la dulce costumbre.” No sé si eludiré la muerte dejando la producción televisiva, pero seguro que mis órganos internos se relajarán un poco. Cuando era muy chico me asombraba que la maestra nunca dejara de jugar a la maestra, que no se relajara y encarnara otro rol por un rato; hay tantos… Nunca pude evitar ver la vida desde el absurdo; lo bueno y lo doloroso, todo toma un tinte absurdo si te alejás un poco, si sólo lo observás (para ejemplo, basta ir a bailar y abstraerse de la música para apreciar esos movimientos espasmódicos de gente que no parece poder dominar su sistema nervioso).
En fin, cada uno es contenido de sus contenidos. Y los contenidos que creo y en los que creo son historias de personas que no existen porque son demasiado poco aburridas y previsibles como para existir, así, a secas.
*Autor, director y productor.