Los documentales de crimenes no son mi especialidad”, dice en exclusiva para PERFIL Patton Oswalt. Es cierto. Su actual stand-up en Netflix, I Love Everything, es una prueba crucial de su existencia e importancia en el mundo de la comedia norteamericana. Crucial, pero, al menos por estos lares, secreta. Oswalt agrega, hablando del documental de crimen real que produjo y que emite HBO todos los domingos a las 23, I’ll Be Gone in the Dark, “pero entiendo la pasión y la obsesión, yo soy así, puedo vincularme con eso. Y Michelle solía ser así.” La “Michelle” de Oswalt no es otra que Michelle McNamara, su esposa y madre de su hija, la escritora y periodista que falleció el 12 de abril de 2016. Y McNamara es la responsable, sin saberlo, de la detección del Asesino de Golden State, un caso con varias muertes y violaciones que había sido ignorado durante décadas y que en la fiebre de los blogs, McNamara convirtió en su ballena blanca. La muerte de McNamara, la cruzada de Oswalt por publicar (en 2018) el libro que su mujer no pudo finalizar y el desarrollo de esta serie dan cuenta de lo particular de este relato: no es un documental de crimen más. Es la prueba de todo lo que implican estos crímenes como relato y como obsesión: la misma McNamara falleció debido a una sobredosis de un opiáceo que era la prueba y muestra de cómo su inmersión en el mundo del asesino de Golden State acrecentó sus antecedentes de ansiedad. No podría decirse, tontamente, que el asesino de Golden State la asesinó, pero sí que su historia es la veta por la cual recorrer la obsesión de los Estados Unidos con los asesinos seriales.
La directora Liz Garbus, nominada al Oscar por el documental What Happened, Miss Simone?, entiende eso que se busca en los documentales basados en crímenes reales: “Estas producciones no necesitan ser de por sí anzuelos, sino que pueden tomarse el tiempo para ser y construir. Aquí era crucial generar eso. Es una historia que cruza demasiadas vidas”. El mismo Patton analiza esa fascinación con estos relatos: “Una de las fascinaciones que creo existen en el público es que estas producciones, estos documentales, siempre presentan una respuesta. Es decir, siempre cierran un misterio, algo horrible: entrás sabiendo que pisás un hielo fino pero al mismo tiempo que habrá cierta resolución. Necesitamos orden, y aquí veremos que hay desorden, caos, pero también sabemos que habrá un golpe de luz, de civilización, que va a triunfar, si tal palabra es posible, sobre el mal. Hay algo de la épica plausible, llevada a cabo por los invididuos, que es reconfortante”.
—¿Cuán crucial fue Michelle para el caso y para lograr que se pusiera detrás de las rejas al asesino de Golden State?
GARBUS: Creo que Michelle logró que un caso que estaba en el aire, congelado, finalmente pudiera aterrizar y salir a la luz. Era un caso fuera del radar, salvo por los sobrevivientes y las víctimas, que siquiera desde la prensa había conseguido ser lo suficientemente notorio. No era muy conocido. Cuando Michelle hizo su artículo le inyectó adrenalina al caso. El policía que investigó el caso incluso se refiere a ella como “su compañera”. Mantener el caso a la luz, que no sea olvidado, es, lamentablemente, la mitad de la batalla.
OSWALT: Cuando Michelle estaba investigando, caminaba por los lugares de los crímenes, escuchaba la música de la época mientras manejaba (ella misma se hacía las listas): se sumergía en los sonidos y el ambiente cultural de la época para que eso pudiera filtrar en su escritura. Ese compromiso, si bien hoy genera algo agridulce en una ausencia que no puedo ni empezar a comprender, creo que solo dejó en evidencia problemas que ya teníamos como pareja. Pero por fuera de nosotros, contar esta historia se convirtió en un tributo a ella, a quienes investigan y a las víctimas. Para mí era la forma de anular al monstruo. Muchas veces el cuco se lleva más que sus víctimas, y eso era lo que Michelle sabía y por eso creo que estos documentales muestran eso.
—Es extraño: por un lado, la historia de Michelle deja en claro la fascinación que generan los asesinos seriales. Por otro, ustedes buscan contar una historia sobre ella gracias a que finalmente apareció el criminal. ¿Qué piensan de ese interés que generan los relatos seriales de los crímenes reales?
O: La fascinación del mundo con los asesinos seriales me cuesta un poco. Pero sé que la fascinación de los Estados Unidos tiene que ver con que aquí son un fenómeno muy grande. Ha habido asesinos seriales en todo el mundo, sin dudas. Pero en Estados Unidos y su territorio grande, y su violación de algunas leyes y derechos, se convierten en el lugar extraño: un país que se cree invencible, que se cree un faro de civilidad, esconde este tipo de crímenes y de personajes. En ese contraste nace la fascinación. No quería alimentar eso, quería que este sujeto fuera, cosa que no fue en su vida, algo que permitiera hablar de la resiliencia, o no, pero sí de la vida de quienes quedan detrás. No implica eso condenar el misterio, pero creo que nos acostumbramos a modos poco humanos de mostrar lo inhumano.
G: Es muy fácil caer en el sensacionalismo con estos relatos. Por eso el punto de vista de los sobrevivientes era crucial para nosotros. No queríamos generar la figura del monstruo, del criminal gigante que hay que capturar: era poner el corazón más la historia, como cualquier asesino serial, de un sistema que sin avalar le permite existir. El sobreviviente es nuestra brújula, nunca vemos los crímenes desde el punto de vista del criminal. No me interesaba ese recurso: creo que es complicado y creo que hay una frontera entre sensacionalismo serio y contar una historia. A veces los espectadores no ven eso, y está bien. Pero como alguien que cuenta, sí sos responsable por esa ética. No hay que usar a quienes te abren su pasado. Les debes mucho.
—Considerando las novedades del caso, y al mismo tiempo lo que pasa ahora en Estados Unidos, ¿podrían decir que creen en la justicia?
O: Creo en la justicia, aunque incluso últimamente no pareciera haber mucha en el mundo. Cuando supe que había sido arrestado el asesino de Golden State, primero se me generó una sensación agridulce, porque Michelle no estaba ahí. Pero después me interesó el orden que quizás traía a las vidas de aquellos que fueron golpeados por este criminal. Quería hacerle las preguntas que mi mujer nunca le había podido realizar y siempre quiso. En su honor, tenía que hacerlas. Pero al parecer él no quiere hablar, incluso aunque acaba de declararse culpable. Creo que lamentablemente nunca se harán esas preguntas de Michelle.
El amor como lupa
“Todavía estoy muy conectado emocionalmente y me sería muy difícil ver todo este material. Puedo verlo apenas un rato antes que empiece a hacerme daño, a consumirme”, dice Oswalt, quien ha vuelto a casarse recientemente. Parte del valor de I’ll Be Gone in the Dark es su sofisticación, que nace de una historia diferente: “Creo que lo que quise hacer es un tributo a ella, a quienes investigan y a las víctimas. Es un documental de crimen distinto. Tiene que serlo. No podía generar algo tradicional que ignore a Michelle”. Pero al mismo tiempo Oswalt aclara: “Lo que digo junto con el primer episodio es un poco engañoso a la hora de hacerte creer que parece va a hablar mucho más de Michelle de lo que lo hace realmente toda la serie. Nuestro vínculo, que se muestre cómo nos enamoramos y nuestra familia, sirve para explicar cómo ella se convirtió en esa investigadora. Cómo su día a día se mete en la investigación, y viceversa, y cómo es la persona en la que se convierte, sus problemas, también configuran la investigación. Suena fatal, y lo fue, pero no quiero que se lea así. Fue también crucial que trabajemos, lo que pudimos, ese aspecto”. Y suma la directora Liz Garbus: “Estamos contando tres historias: la de Michelle y su investigación, la de los sobrevivientes y la captura del criminal, desde la policía. ¿Qué prevalecía en cada momento? Queríamos que conozcas a Michelle, pero al mismo tiempo entiendas el momento cuando los crímenes se llevaron a cabo. Eso produce una riqueza distinta: no solo se trata de la investigación, sino de cómo el crimen llega a cada vida y, en muchos casos, nunca se va”.