Es una tarde cálida, pero el aire acondicionado central en el teatro El Picadero hace respirable la jornada. Cuando faltaban muy pocos días para el estreno, no se palpitaba nerviosismo alguno. Daniel Veronese es el director del espectáculo El Comité de Dios de Mark St. Germain, el mismo que dirigió hace dos años la anterior obra de este mismo dramaturgo norteamericano: La última sesión de Freud. Esta vez la ficción imaginada por St. Germain requiere varios actores y el elenco está integrado por Alejandra Flechner, Gustavo Garzón, Roberto Castro, Gonzalo Urtizberea, Julieta Vallina, Héctor Díaz y Ana Garibaldi.
Las funciones están previstas de miércoles a domingo. Tanto Alejandra Flechner como Gustavo Garzón se prestan al diálogo, donde fluyen distintos temas, desde los médicos, científicos, éticos, políticos, hasta la característica espacial de esta sala. “Vamos a compartir el mismo aire con el público –subrayará Flechner– porque en esta sala estamos muy cerca de los espectadores y es lindo sentir que vamos atrapándolos”. Mientras que Garzón confiesa: “No veo a nadie, siempre me concentro en los compañeros”.
—La obra gira sobre el tema de los trasplantes. ¿Donarían ustedes sus órganos? ¿Están inscriptos en el Incucai?
Flechner: (Duda) No. Ahora lo voy a pensar, creo que nos cuesta imaginarnos muertos. En el texto el tema es a quién se le da un corazón ya donado, propone mirar al que espera la donación, pero no se ingresa en cómo llega allí el órgano.
Garzón: No, la verdad tampoco lo pensé. Pero si querés dejá dicho que sí acepto ser donado. Si después de muertos servimos para algo, es bueno.
—¿Qué personajes harán?
F: Mi personaje es el de una psiquiatra. Hay cirujanos, un sacerdote, un asistente social y la jefa de enfermería. Este es un comité dentro de un hospital privado norteamericano, que debe decir a quién se le va a otorgar ese corazón. Si hay 70 mil pacientes solo tienen 10 mil órganos.
G: Mi papel es el de un cirujano, jefe de este comité.
—¿Qué los atrapó para aceptar integrar el elenco?
G: Me gustó ser convocado por Daniel Veronese y me encantó este planteo de equipo. Hay que olvidarse de lo individual para sumarse a un todo. Cuando leí la obra la sentí como de suspenso, con profundidad y que permitía un juego actoral interesante.
F: Cuando leí el texto me hizo acordar a El método Grönholm de Jordi Galcerán (2005) por el ritmo y el clima que proponía. Siento que es universal la responsabilidad de este comité, son los que toman decisiones trascendentales y nunca dejan de ser personas, con su subjetividad. El poder del médico es grande, una cuando lo consulta deposita en ellos el saber absoluto y siempre vamos con nuestra fragilidad a cuesta.
—¿El texto fue adaptado?
F: En un primer momento Daniel Veronese (el director) quiso adaptarla, pero nuestra realidad es muy distinta a la de los Estados Unidos. En Argentina el tema del trasplante está centralizado a través del Incucai mientras que allí se maneja a nivel privado y cada ciudad tiene su independencia, por lo cual los conflictos cambiarían demasiado.
—¿Se prioriza más el tema de la salud o el de la ética?
F: Cada espectador desde su subjetividad va a enganchar con lo que prefiera. La obra focaliza sobre a quién se le debe dar el corazón y este comité es el que debe decidir. El texto no está adaptado, por lo cual la acción transcurre en los Estados Unidos, pero creo que en cualquier país son sólo algunos los que deciden las prioridades.
G: Es interesante cómo se evalúa con mucho rigor la contención familiar. El que está solo es casi descartable. Hablamos más de los posibles receptores del corazón que de nosotros, sólo se filtra un poco de nuestro pasado.
F: Creo que los espectadores se van sentir más cercanos a los pacientes, los que nunca aparecen y no con nosotros, que somos los que integramos este “comité”. El mayor problema pasa por la falta de corazones, hay pocos y se debe elegir a quien se lo merece más. Una vez que se analiza el tema técnicamente aparece el dilema: ¿quién es cada uno para decir sobre la vida de otro?
—¿Los actores sobre el escenario no tienen cierto poder?
G: Sólo el que mientras hablás no te van a interrumpir y en la vida diaria no te pasa. Tal vez la gente está obligada a mirarnos, pero no mucho más.
F: Es un juego hermoso, es llevar la seducción a otro plano. Envolver al otro, que te siga como si fueras el flautista de Hamelín...
—¿Se filtra el humor?
F: Aparece un humor, un poco oscuro, como es el de los médicos. Ellos naturalizan algo complicado, siempre transitan entre la vida y la muerte.
—¿Qué expectativas tienen al estrenar en Buenos Aires y en verano?
G: Es raro, no hay mucha gente en la calle, pero luego van al teatro. Es parte de la temporada.
F: Antes era Mar del Plata, ahora está Buenos Aires y Villa Carlos Paz. Me gusta la ciudad en esta época del año, porque es lindo circular con menos gente.
—¿Los preocupó este diciembre que tuvimos?
G: Estamos acostumbrados, todos los diciembres hay caos en Buenos Aires y siempre hasta ahora salimos. Somos una sociedad así, un poquito enferma. Preocupa. Ahora mismo está cortada desde hace ocho días la autopista Illia, la que une el norte con el sur, y nadie hace nada: país raro.
—¿La división es nueva?
G: Desde la Conquista del Desierto que estamos divididos. No es nada nuevo. Hay épocas en que se potencia más. Son dos modelos de país, hay momentos en que gana uno y otras en que pierde. Pero no es sólo la Argentina, es el mundo el que está dividido en dos: el liberalismo y los modelos populares. Tal vez nosotros seamos más salvajes, pasionales y esquizofrénicos y todo lo llevamos a lo violento, pero la realidad es general. En Europa conviven más pacíficamente, aquí hay mucho odio y es ancestral. Desde Roca, cuando los dueños de las tierras no quisieron compartir y cada vez que les quieren meter la mano en el bolsillo se arma lío. Es la mirada individual o la colectiva.
F: El conflicto se da en todo el mundo, no sólo en la Argentina.