La medicina es lo que nos enferma. Al transformarse la salud y la enfermedad en mercancías, la cultura sanitaria confundió el fin con un medio idóneo para la obtención de ganancias brutas del 70% y hasta del 90% para la industria farmacéutica, que es hoy la más rentable del mercado.
Los dueños de las “curas” promocionan sus moléculas entre la comunidad médica, que se vuelve presa de los dictados mercantiles, apuntando a formar una generación de profesionales que dependan de los laboratorios,
al incidir en los hábitos de prescripción de medicamentos con estrategias basadas en la mercadotecnia y mediante mecanismos como la propaganda y la recompensa (desde las aparentemente inofensivas muestras gratis hasta ofrecimientos explícitos de retorno).
Es un trabajo de adiestramiento basado en el mérito de la técnica y sostenido por un sistema que ha sido emancipado por el Estado y se rige exclusivamente por normas capitalistas. Los ensayos clínicos, única vía oficial de comparar la eficacia y tolerabilidad de un fármaco y herramienta estatal de control y monitoreo, fueron delegados a la industria farmacéutica, convirtiéndose en un instrumento para la ampliación del uso, el agravamiento de la dependencia de las sustancias y la inyección de nuevos fármacos en el mercado. Asimismo, las farmacias venden sus registros a los laboratorios permitiéndoles auditar cuánto, cómo, dónde y qué receta cada médico.
Tengamos en cuenta que socialmente la medicina se establece como un aparato ideológico del Estado (Althusser), se impone al individuo con independencia de la existencia de enfermedades o la demanda del enfermo, se erige como acto de autoridad dotada de un poder con funciones normalizadoras (certificación médica, aptitud psicofísica, peritajes judiciales, screening obligatorio de algunas enfermedades, certificación de nacimiento y defunción).
Esta legitimación, sumada a la idea generalizada de que el avance tecnológico nos llevará a un progreso ilimitado, consuma el entramado de dependencias entre una sociedad consumista, ejercicio médico irresponsable, sustancias adictivas, organización hospitalaria, obras sociales, industrias farmacéuticas y biotecnológicas, y erróneas e insuficientes políticas del Estado en salud pública.
Los logros indiscutibles en ciertos macroindicadores de las poblaciones no son bálsamos para la paradoja que atraviesa la salud.
Es el desamparo de la mujer y el hombre frente a la falacia creada por la descripción exhaustiva de una enfermedad social para la que, con el aval de ciertos argumentos de la comunidad científica, se propone la correspondiente medicación, y situaciones que no son médicas sino sociales u otras que han sido siempre normales se disfrazan de cuadros patológicos que deben ser resueltos mediante la prescripción de fármacos.
Así, la esfera de acción médica se amplía, abarcando bajo el nombre de enfermedad muchas molestias leves u ocasionales, procesos como la vejez o estados como la tristeza, la euforia, la ansiedad, etc. (estados afilados por la normalización de vida que consumimos). Esta creación de nuevas enfermedades amplía las fronteras a fin de acrecentar los mercados incrementando el consumo de medicamentos, tratamientos y métodos diagnósticos que no son necesarios.
El incremento del mercantilismo mediante el uso excesivo de medicamentos y la solicitud de estudios es tan alarmante como sus efectos iatrogénicos (la iatrogenia positiva de la que hablaba Michael Foucault) por el uso mismo de la medicina, complicaciones de alto peligro para la salud ya que no se conocen las consecuencias sobre casi el 50% de los medicamentos.
Esta profundización en el uso de la ciencia y la técnica, que son mecanismos derivados de la guerra, amplía la tendencia a la escisión teórico-práctica y trata a los pacientes en pedazos, pretende curar los cuerpos de manera fragmentada, rechazando la totalidad para enfocarse en partes de seres humanos, agudizando con el instrumental la grieta humana plasmada en la relación entre médico y paciente.
Se trastocan causas y efectos y, en lugar del tratamiento de la enfermedad, se impone la práctica basada en la eliminación del síntoma, que responde al criterio imperante del modelo médico hegemónico. Esta tendencia al amansamiento se propaga desde una sociedad encandilada por el yugo resplandeciente de las pantallas, hasta la negación de la enfermedad por el ocultamiento de sus síntomas.
La medicalización de la vida y la tecnologización de la salud reproducen una medicina sometida al mercado, relativizando la autonomía profesional, que abandona el arte de curar para dar lugar al arte de producir enfermedades, y hace de los hospitales una fábrica de enfermos mal curados.
El teatro se anima a discutir estas cuestiones teniendo en cuenta la enorme magnitud de intereses que afecta nuestra lucha ya que la verdadera y última causa de lo que enfrentamos es económica.
La medicina. Tomo I es la denuncia del adormecimiento de la vida, de la fantasía que vende que la tecnologización traerá el avance social que pretende obtener con la aplicación de los mismos mecanismos separatistas y excluyentes resultados diferentes.
Los grandes mercaderes de la salud tienen en claro a quiénes deben convencer.
*Actor, dramaturgo y director teatral de La medicina. Tomo I (teatro Caliban, los viernes a las 21).