ESPECTACULOS
Toxico

La particularidad del teatro

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Adaptación. Con la puesta y dirección de Pablo Di Paolo se adaptó la obra de la holandesa Lot Vekemans. Se trata de un relato sobre la pérdida y las formas en las que el duelo modifica quienes podemos ser. | @phcampe

Hace algunos domingos fui a ver una obra de teatro. Tenía pocas referencias. Así que me arriesgué. Tomé el subte, pagué $ 400 por una entrada y tuve que quedarme hasta el final cuando hubiera preferido irme a los diez minutos. Mi novia se quedó en casa. Puso una serie nueva. No le gustó. Cinco minutos después estaba viendo una película. Cuando llegué a casa la encontré absorta frente a la TV. ¿Cómo es que la gente sigue yendo al teatro cuando tiene una oferta infinita y mucho más económica a un click de distancia? Para responder empiezo por otra pregunta: ¿cuál es la particularidad del teatro?, ¿qué lo diferencia de una película o una serie?

Imaginen lo siguiente: una espectadora llega tarde con un vaso de gaseosa gigante, sube las escaleras rápidamente y se tropieza mojando a una señora sentada junto al pasillo. En el cine esto incomoda al público. Pero en una sala de teatro afecta a los actores también. Distrae, interrumpe y atenta con la interpretación. Obviamente el ejemplo es algo grotesco. Pero permite ilustrar un punto; la inmediatez de la relación actriz/espectador. Dentro del escenario, las miradas, la respiración, la quietud, las risas, en definitiva: la comunicación no verbal, está siempre presente, insuflando vida al hecho teatral. Desde el escenario, sentir al público vitaliza la actuación, lo que a su vez repercute nuevamente en el espectador, generando un diálogo continuo entre uno y otro, al punto de que al final, casi no se diferencian. Dicho de otra manera, el teatro se revitaliza cada función porque el elenco –y no el público– se renueva. Y aquí radica la ventaja comparativa del teatro, gracias a nuestra enorme capacidad de comunicación.

La comunicación es también y de una manera menos obvia el tema central de Tóxico. Una mujer y un hombre. Llevan casi una década juntos. Viven en un barrio residencial de Holanda con su hijo pequeño. El es periodista y ella ejerce una profesión indeterminada. Hasta aquí una familia como cualquier otra. Pero todo se desmorona en unos segundos. Una distra-cción, un conductor imprudente y un paseo que termina en tragedia. Después, el duelo por la pérdida del hijo. Cada uno lo procesa de manera diferente e incompatible –él huye hacía el futuro, ella hacia el pasado–. Hasta que la noche de Año Nuevo él toma sus dos valijas y se va, frente a ella, sin decir palabra. Nueve años después un hecho fortuito los reúne. Aquí comienza Tóxico.

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Durante el reencuentro emerge el pasado no resuelto. Hasta que algo cambia y pueden hablar de aquello que silenciaron durante tantos años. Ahora bien, ¿qué lugar ocupa la comunicación en este desarrollo? Volvamos al punto de quiebre de la historia: el duelo ¿Qué nos ocurre en un momento de intenso dolor? Focalizamos, involuntariamente, nuestra atención en la zona afectada. Solo percibimos nuestro dolor, nos aislamos, dejamos al mundo entre paréntesis. Así es como cuando esta pareja sufre la pérdida del hijo, no queda espacio para el otro, cada uno se concentra en sí mismo, silenciando toda comunicación. La salida del protagonista masculino, una noche de Año Nuevo, sin mediar palabra de ninguno de los dos ilustra este punto. Y en el reencuentro, es justamente el cambio en el paradigma comunicacional, desde la aceptación de la diferencia, lo que les permite recomponer el vínculo y en palabras de la dramaturga: “mirar el dolor a la cara”.

Para cerrar: hemos visto cómo la comunicación juega un rol fundamental en distintos aspectos de nuestra vida. Y creo que este simple hecho justifica traer esta historia holandesa a nuestra tierra. En el país de morenistas y saavedristas, unitarios y federales, peronistas y radicales...aprender a comunicarnos es todavía una tarea pendiente.

*Director de Tóxico, que se presenta los viernes a las 21 en Teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378).