Tiene programados los próximos dos años; tiene proyectos que se concretarían hacia 2020 o 2022… Y la promoción de su espectáculo previsto para este mayo en Buenos Aires la hace a mediados de marzo. En el ínterin se hace un hueco para ir al Lincoln Center, donde las estrellas de la danza del mundo le dedicarán una función que él mirará sentado desde la platea: Julio Bocca: Tribute to a Dance Legend, el 14 de abril. Ese hombre con visión de futuro, que sopesa alternativas y hace vueltas de timón en su destino, ese hombre que resulta un irritante enigma para los argentinos —¿cómo es posible que haya elegido Uruguay y no esté en nuestro país?— cumplió 50 años de edad, con madurez, aplomo, disfrute: “Lo que cuesta es mantenerse sin la pancita”, es su única objeción, aunque se lo ve en plena forma, enfundado en sus habituales jeans y zapatillas.
Cuando Julio Bocca se refiere a “la compañía” o “el ballet”, no alude ni al extinguido Ballet Argentino ni a su segundo hogarel American Ballet de Nueva York, ni mucho menos al Ballet Estable del Teatro Colón. Su pensamiento, su energía y su palabra están, desde 2010, centrados en el Ballet del Sodre, con sede en Montevideo, proyección absolutamente internacional y una tercera visita a Buenos Aires, que será del 10 al 13 de mayo en el Teatro Opera, para hacer Hamlet ruso, coreografía de Boris Eifman.
—¿Cómo experimentás, en tanto director, ver esta obra que vos mismo bailaste, por ejemplo, en 2005 en el Luna Park?
—A veces el cuerpo quiere mostrar cositas [Bocca muestra pequeños movimientos con el torso], hacer un poco, y ahí uno se queda duro porque estar arrodillado ya no puedo... Pero sí puedo ir desarrollando el personaje con los bailarines, con todo lo que me dijo Boris Eifman en su momento. Esta obra fue pensada para bailarines que miden 1,80 m; nosotros [el Ballet del Sodre] tenemos que hacer un trabajo extra para que la obra se vea grande; la compañía está absorbiendo diferentes estilos.
—¿Te importa que esta compañía tenga una impronta más local, una impronta latinoamericana?
—Sí, me importa que tenga marca América Latina, pero una compañía latinoamericana nunca va a competir con la Opera de París ni con el Covent Garden, ni el Bolshoi ni el Kirov, ni en cantidad de bailarines ni físicamente, porque no tenemos esa estructura; allá son todos de piernas largas y todos muy parecidos. Acá ponemos énfasis en que tenemos personalidades diferentes, algunos más largos, otros de musculatura más fuerte, pero el cuerpo de baile se ve como uno solo. Lo rico es que en una fila de Giselle ves diferentes personalidades; las bailarinas visualmente no son iguales, pero hacen un solo movimiento de brazo.
—Han bailado en muchos países. ¿Sienten una mirada, un prejuicio de “ahí viene una compañía del tercer mundo”?
—En siete años, la compañía bailó en Omán, Tailandia, Israel, Italia, España; en América, de México para abajo; tercera vez en Buenos Aires; fuimos la primera compañía clásica latinoamericana que se presentó en el Liceo de Barcelona. Uno es parte de este tercer mundo pero uno demostró que se puede ser del primer mundo también. Sólo necesitás disciplina, trabajo y buscar la excelencia. Cuando viene gente de afuera (coreógrafos, repositores, escenógrafos) dicen: “Sí, no te preocupes, ya sé que voy a Sudamérica”. No. Yo quiero que veas que cumplimos el horario, que nunca cancelamos, que el nivel de trabajo es profesional, o sea, que te vayas y digas: “Ah, se trabaja como en Europa o Estados Unidos”.
—Para lograr esto, ¿tuviste que volverte muy estricto?
—No es algo que Julio Bocca quiere, sino que la danza pide. Cuando se abre el telón, cualquier persona quiere ver que la luz esté perfecta, el telón estirado, el traje y los tocados correctamente puestos, los bailarines en forma, buenos técnica y artísticamente. Cuando exigís que los bailarines no estén pensando en la hora, que se preocupen por mejorar… eso ya es “exigencia”, ya es “dictadura”, por decir así. Sin embargo, vos estás en esta carrera porque te gusta, nadie te obliga. Pero tuve que acomodarme. Si gritás mucho, no sirve; si no gritás, tampoco. Uno pega el grito y a las dos horas te consiguen todo. A veces la única forma de conseguir las cosas es así; de afuera me ven como “Uh, uh” [gesto de susto].
—A comienzos de este año hubo un nuevo cambio en la dirección del Ballet del Teatro Colón. ¿Te convocaron?
—Oficialmente, no; sí por gente asociada, pero no como un llamado sino como preguntando a ver si me interesaría. El Colón me tira porque es donde yo empecé y me gustaría que estuviera en ese nivel en que puede estar, pero estoy muy bien donde estoy y tengo ese apoyo que no sé si los directores del Colón tienen. Ojalá Paloma [Herrera, actual directora] tenga ese apoyo y pueda hacer ese cambio de más cantidad de funciones, gran repertorio y contacto con grandes coreógrafos…
—¿Percibís que muchos argentinos no se resignan a que no estés en el Colón y sí estés en el Sodre?
—Sí, tengo esa sensación. Yo amo a mi país; con el público y la prensa fue un ida y vuelta: di mucho y me dieron mucho. Pero yo pude hacer esto [transformar el Ballet del Sodre] porque empecé de cero y con gran apoyo político. Todos los partidos políticos [de Uruguay] están de acuerdo con lo que estoy haciendo; eso es ya un milagro. ¿Quién me dio esta posibilidad? Pepe Mujica: tupamaro, contra el capitalismo, para quien la danza… Y sin embargo, yo le dije: “Quiero trabajar de esta forma. Si es posible, sí; no quiero estar peleando; hay que cambiar la cabeza”. Y me dijo que sí. La ministra de Educación y Cultura [María Julia Muñoz] acaba de anunciar… de ahí a que se haga, podrían pasar muchos años pero... Se va a hacer un proyecto por el que vengo luchando desde hace mucho: una escuela primaria y los tres primeros años del liceo con escuela de danza, clásica, contemporánea, folklórica y tango, más la parte lírica y orquesta juvenil, que es lo que alimenta al Sodre. Para mí eso fue… [suspira de felicidad].
“Sigo amando la danza”
—¿Cuándo sentís que aquel muchacho oriundo de Munro, que muchas veces describiste como intempestivo, que se llevaba el mundo por delante, se convirtió en esta persona reflexiva que es hoy, capaz de esperar y de tomar grandes decisiones?
—A partir de los 35 años empecé una transformación, al pensar una decisión clara en relación con el retiro, con cerrar esa etapa maravillosa y arriesgar a encontrar alguna cosa que quizás no me gustara tanto, a ir a un lugar que ni yo sabía. Fui viendo y desarrollando otra sensibilidad, que el tiempo y el aprendizaje te van dando. Cuando tomé la compañía, no tenía ni idea. Era un grupo de gente grande, todos estables, tenían su cargo de por vida. De esa estructura ahora sólo quedan cinco personas, a quienes estamos ayudando en el proceso de retiro para reordenar la compañía sin dejarlos tirados. Es parte de lo que uno ha hecho siempre: que la danza sea popular y darles posibilidades a más bailarines. La diferencia es que estoy del otro lado y puedo empujar un poco más.
—¿Qué te gusta de la danza hoy?
—Es algo que me nace, es una sensación, un sentimiento. Sigo amando la danza y sigo disfrutando. Cuando se levanta el telón y veo las líneas perfectas que hemos logrado con el trabajo de la compañía me da placer. Me da placer no sólo lo que se ve en el escenario, sino la conducta, como cuando fuimos a España: cómo se comportaron en el vuelo, en el hotel, en el teatro. Eso es parte de ser un buen artista, y disfrutar de eso me da mucho placer en el día a día.
—¿Qué bailarines admiraste y qué bailarines, más allá de los del Sodre, admirás hoy?
—[Vladimir] Vasiliev siempre ha sido un grande... Y de mi generación: Manuel Legris, José Manuel Carreño, la Ferri [Alessandra]. Hoy: [Herman] Cornejo, Marianela [Núñez], Ludmila [Pagliero]: tienen personalidad, técnicamente son muy buenos, artísticamente han crecido muchísimo. Independientemente de que sean argentinos, el trabajo, los logros, son de ellos.