Hace dos años Juana Molina sufrió un percance que lamentablemente es bastante usual para los pasajeros de líneas aéreas: el extravío de parte de su equipaje, justo en la previa de su presentación en el Festival de Roskilde (Dinamarca), un incidente que puso en jaque ese esperado concierto. Pero Juana y sus músicos –Diego López de Arcaute y Odín Schwartz– supieron transformar la crisis en oportunidad: con instrumentos prestados (salvo la guitarra de ella, que sí llegó al aeropuerto de Copenhague), ofrecieron una versión diferente del repertorio planeado. Y salió tan bien que el sello Crammed Discs sugirió la grabación de un EP con cuatro canciones que mantuvieran ese estilo más despojado que Juana y sus compañeros definieron como “punk”, más por lo económico que por la crudeza. Ese EP se llama Forfun y revela que Juana Molina es capaz de moverse con soltura e inventiva en terrenos diferentes, como ha quedado claro a lo largo de toda su carrera (seis discos notables entre 2000 y 2017) y en cada show en vivo que ofrece. El viernes 13, a las 19, habrá una chance de comprobarlo en el C Complejo Art Media (Av. Corrientes 6271), show previo a una gira que la llevará por Bélgica, Holanda, Portugal, España, Francia, Alemania, Suiza, Suecia, Noruega, España e Inglaterra. Terminada esa larga serie, Juana volverá a Buenos Aires para trabajar en un nuevo álbum que pretende terminar antes de fin de año. “Tengo unos cuantos embriones de canciones nuevas que quiero retomar lo antes que me sea posible –explica ella–.Pienso mucho en eso, pero con tanta gira me distraigo un poco. Necesito más concentración para darles forma a las canciones y grabarlas, un tiempo que me permita trabajar sin perder el hilo”.
—¿Buscás diferenciarte en cada disco o preferís ir profundizando en una línea?
—Después de Segundo (2000), que fue el disco que hizo que mucha de la gente que hoy me sigue me descubriera, tuve muchas dudas. Pensaba que si hacía algo parecido iban a decir “uh, otra vez lo mismo”, y que si hacía algo muy diferente podrían decir “uh, pero no es como el anterior” (risas). Me torturaron un poco esos pensamientos, hasta que decidí grabar algo diferente, un disco más despojado. Ojo, Tres cosas (2002) también está lleno de detalles e ideas, pero no se parece mucho a Segundo. Cuando edité Son (2006) ya me había fogueado mucho en vivo, algo que me ayudó a descubrir una manera diferente de tocar e incluso de componer. Y fui aplicando todo eso que aprendí tanto en las canciones nuevas como en las viejas. Yo me entusiasmo mucho con cada tema y siempre le quiero agregar algo. Trato de no dejarme llevar para que suene todo muy recargado. Vamos a ver cómo resulta esta vez, no me animo a pronosticar demasiado.
—Trabajaste con Domino Records y hoy grabás para otro sello que tampoco es argentino, Crammed Discs. ¿Qué beneficios te trajeron esas dos experiencias?
—Cuando estaba con ellos, Domino no era lo que es hoy. El sello explotó gracias a Franz Ferdinand y Arctic Monkeys. Sigue siendo independiente, pero ya no es un sello chico. Crammed es más pequeño pero tiene el beneficio de que soy la artista favorita del catálogo. Tengo una muy buena relación con ellos, algo muy importante porque es muy difícil ocuparme de todo sola. Yo soy muy desorganizada.
—¿Te sentís dentro del mundo del rock o lo ves como algo ajeno?
—Cuando volví de Francia tenía 22 años y me traje una Tascam en la que grabábamos algunas cosas con mi hermana, Inés. Ella tocaba el saxo, yo me había comprado mi primera guitara eléctrica y nos habían prestado unos teclados, me acuerdo. Yo solo podía tocar con Inés, porque me daba muchísima vergüenza juntarme con otra gente. Tocaba con ella o sola, tengo cientos de casetes de esa época. Eran melodías medio mántricas y yo pensaba que con eso no se podía hacer una canción. Esa sensación de temor me duró un buen tiempo. No tenía la personalidad de rockera que me permitiera exponerme. Lo mismo me pasaba cuando me invitaban para que hiciera coros en alguna banda: casi no podía sacar la voz. Pensaba que en la música todo era muy en serio, que todo tenía que ser perfecto. Creo también que esa timidez es la otra cara de la vanidad. Pero en definitiva lo que quiero decir es que para ser rockero lo que hace falta es sobre todo actitud. Mi actitud fue cambiando con el paso del tiempo y ahora, de hecho, me están diciendo que soy rockera.
—¿Te gusta tocar en festivales?
—La verdad, no es lo que prefiero. Lo tengo que hacer por varios motivos, pero en general no me gusta mucho. Nosotros tenemos un set muy inusual, y en los festivales se pierde muchísimo en cada cambio de escenario. Sobre todo discutiendo si así está bien o está mal, si tengo razón o tenés razón vos. Es un embole... Durante años me tuve que bancar que me dijeran que yo estaba enchufando mal mi set, por ejemplo. ¿Cómo un técnico puede saber más que yo de mi propio set?
—Este show del C Complejo Art Media se llama “Friggatriscaidecafobia” por el temor a los viernes 13, una superstición que te tomaste con humor. ¿Tenés fobias reales?
—No, no tengo fobias. Me molestan cosas, simplemente.
—Tengo entendido que sobre todo el ruido...
—Sí, no lo puedo tolerar.
—Pero vivís lejos del centro de la ciudad, en un lugar bastante aislado que te permite estar tranquila.
—Más o menos. Sobre todo porque la gente cuida mucho sus jardines. ¡Demasiado! (risas). Y con todo tipo de máquinas.
—¿Vos no cuidás tu jardín?
—Tengo todo medio salvaje. Hago muy poquito ruido, apenas dos horas por semana de jardinero...
—¿Pensás que ser mujer también te dejaba en desventaja? Muchas colegas tuyas aseguran que las tratan distinto que a los hombres en las pruebas e incluso en los shows.
—Yo tardé bastante en darme cuenta de esa discriminación, pero efectivamente eso ocurre. Cuando hacía Juana y sus hermanas, muchos periodistas me preguntaban si me afectaba tener que moverme en un ambiente tan machista como el del humor televisivo y yo les decía que no, que no sentía ninguna presión especial. Pero creo que en realidad eso existía y a mí no me jodía tanto porque tengo una personalidad particular. Me resbalaban esas cosas. Pero sí me he pasado pruebas de sonido completas discutiendo con los técnicos, sobre todo en la época en la que yo llegaba sola, cargando teclados, guitarras, pedales, pies... Era una especie de ekeko (risas). Y tenía que rogarles que hicieran lo que necesitaba. Eso me anulaba, hacía que tuviera un humor de perros. Hoy ya lo domino mucho mejor. Todos tenemos nuestros propios tiempos para entender cómo manejarnos.
La leyenda de Juana desopilante
A casi treinta años de su aparición en la televisión argentina, Juana y sus hermanas se ha transformado en un programa de culto. Aquel show semanal en el que Juana interpretaba múltiples personajes –todos desopilantes: Judith, la judía intelectual; Gladys, la cosmiatra; Stefi Grasa; La profe de gym– fue un caso único e irrepetible. Hoy, consolidada como música, la hija de Horacio Molina y Chunchuna Villafañe observa aquella experiencia como parte de un pasado que difícilmente pueda reinventar. “Ya no tengo el ímpetu para algo así –argumenta–. Yo miraba mucha televisión en esa época, me nutría de eso. Hoy mi día a día es compltamente distinto, y además las cosas cambiaron mucho, dudo de que se pueda hacer un programa como ese. Hay demasiada corrección política”.
Para Juana, “mucha gente ha perdido completamente el sentido del humor y considera que todo es burla o directamente bullying”. Es un contexto que no la entusiasma y que ve como “una señal clara de hipocresía”.
Sin pelos en la lengua, sostiene que odia la corrección política: “Creo que es nociva y también un síntoma estupidez –subraya la cantante–. Yo creo que si estuviera haciendo humor, el Inadi me llamaría la atención todo el tiempo. Para que haya humor, por lo general tiene que haber una ruptura o una deformación del código habitual. Si no, ¿de qué nos vamos a reír?”.