Se han cumplido cuarenta años del estreno de La tregua, emblemática película del cine argentino de 1974 dirigida por Sergio Renán, con guión de él mismo junto a Aída Bortnik, que cuenta la relación amorosa entre un viudo a punto de jubilarse y una bonita veinteañera. La “versión libre” de la novela del uruguayo Mario Benedetti tiene un elenco de estrellas: Héctor Alterio, Luis Brandoni, Ana María Picchio, Marilina Ross, Juan José Camero, Cipe Linkovsky, Hugo Arana, una pícara y erótica Norma Aleandro; Antonio Gasalla, con su inconfundible mirada; Oscar Martínez, delgadísimo y vestido con pantalones pata de elefante; y muchos que ya fallecieron: Aldo Barbero, Carlos Carella, Lautaro Murúa, China Zorrilla, Luis Politti…
En sintonía con este aniversario, la Academia del Cine de la Argentina lanza, el lunes en el marco del Bafici y en la sede de Village Recoleta, una versión restaurada de la cinta de La tregua. Al respecto, Renán se entrega a esta entrevista, con esfuerzo pero con su elegancia de siempre, superando el desafío de tener que hablar a través de una válvula que lleva colocada.
—¿Cómo fue su vínculo con Benedetti en relación con esta película?
—Con Benedetti, un autor de mi adolescencia, habíamos tenido un contacto mínimo por una versión televisiva que yo había hecho de La tregua, en cuatro capítulos, y que le había gustado mucho. Empezaron los problemas con la versión fílmica. Infortunadamente nada de lo que él me planteaba me parecía bien. Eso significó un distanciamiento entre ambos; él no hablaba mal de la película pero puntualizaba lo que a su juicio debía haber tenido y no tenía. En una nota en la revista Crisis decía que yo era de cemento, imposible de penetrar. Juro que no es cierto: yo no era de manteca pero tampoco era de cemento. Nuestras diferencias diversas tenían un núcleo constitutivo: él era un militante político y yo, lejos de ello. Paradójicamente la vida se encargó de que formásemos parte de una misma lista de sentenciados de la Triple A, que apareció en abril de 1975. Hubo un encuentro colectivo de los que formábamos parte de esa lista y hubo reconciliación con él. Años después, yo filmé Gracias por el fuego; a él le gustó sin duda más que La tregua. Pasados los años, cuando el Festival de Cine de Valladolid le dio un premio, me llevaron a mí para que yo, de sorpresa, fuera el que se lo entregara.
—“La tregua” fue la primera película argentina nominada al Oscar, pero no lo ganó. ¿Qué opina de las películas argentinas en los Oscar, como “Relatos salvajes”?
—En este tema no se suele tener en cuenta algo definitorio: cuáles son las otras películas [nominadas], de modo que si fue o no un hecho de justicia adjudicarle o no un premio no es fácil. El año anterior a La tregua finalistas fueron Gritos y susurros de Bergman y La noche americana de Truffaut, ¿qué me contás? A mí me tocó Fellini en una de sus películas más poderosas y entrañables [Amarcord]. Relatos salvajes está filmada maravillosamente, expone una parte de la condición humana muy inteligentemente elegida, con humor… Pero no vi las otras películas [de la categoría en competencia]; sólo vi Birdman y Whiplash, la del baterista… maravillosas.
—¿Cómo ve, en el presente, la evolución de la clase media retratada en “La tregua”?
—Hay aspectos de la vida cotidiana y laboral que se han modificado. Lo que no se ha modificado es que gran parte del universo está integrado por gente que trabaja en actividades que no le importan demasiado, y que gran parte de la gente que está muerta no está enterada. Eso tendrá en común cualquier versión de La tregua que se haga en cualquier momento histórico. La rutina, el hecho de vivir sin belleza, sin magia, sin amor, es algo que no tiene ni un país ni un marco histórico donde desarrollarse.
—¿Siente que pertenece o está asociado a una cultura refinada, de élite, alejada de lo popular?
—Sí, huyo despavorido de lo que no me gusta, pero yo tengo una gran relación con la cultura popular: soy un tanguero de aquellos, amo el jazz, soy futbolero. No vivo en una nube.
—¿Y cómo se siente en relación con el actual gobierno?
—Ciertos aspectos de la identidad de este gobierno no me representan; a la vez creo que parte de lo que ha hecho es muy rescatable.
—¿Qué opina de las personas y algunos políticos de distintos partidos que acumulan dinero y amasan fortunas?
—Aprecio ciertas ventajas que el hecho de tener dinero supone, pero desprecio profundamente a los que en ese hecho depositan la pasión, los sentimientos que se deberían destinar a mejores cosas.
Pequeñas felicidades
En uno de los fragmentos más sensibles de La tregua, Martín Santomé (Héctor Alterio) y Laura Avellaneda (Ana María Picchio) llegan, empapados por la lluvia, al departamento donde viven su relación. Ella, semidesnuda bajo una toalla; él, prepara un té, la mira, escucha el sonido del agua caer y dice: “Así, exactamente así, es la felicidad”. Sergio Renán reflexiona sobre esa escena: “Para el protagonista, sin duda eso fue felicidad, algo que es absolutamente personal, que, cuando se siente, se siente como una certeza terminante. “Felicidad” es una palabra que suele asociarse a una dimensión poderosa, pero a lo mejor es algo pequeñito, que hace que uno indubitablemente sea feliz en ese momento. Actualmente no abundan esos momentos para mí. Cada tanto tengo problemas con mi cuerpo. Como es bastante sabido, amo la música, y también, como es bastante sabido, soy muy orgulloso. Por lo tanto, emitir este sonido [en relación al dispositivo que le permite hablar] me hace mal. Querría que mi voz fuera melodiosa, y de ser posible, seductora. Todo atentado a la armonía no me hace feliz, pero vivo momentos de felicidad. Estoy ensayando L’elisir d’amore en el Teatro Colón [estrena el 8 de mayo], que tiene pasajes melódicamente maravillosos; sólo sufro por no poder cantarlo, pero disfruto mucho en los ensayos. Además, la permanencia de La tregua, el hecho de que haya tenido una presencia en la vida de mucha gente y que la Academia del Cine la haya elegido como la primera película a restaurar, con todo eso también puedo decir que exactamente así es la felicidad en este momento”.