Cubiertos de resabios de vino tinto, los pechos operados de Cinthia Fernández se bamboleaban cada vez menos. El número de strip dance finalizaba cuando, de repente, el nudo de su malla se desató –es decir, lo desató ella–, y se desató lo que todos sabemos: un replay constante del mismo desnudo, del mismo pubis multiplicado y de cómo Marcelo Tinelli se plantaba delante de las cámaras, tapaba a la bailarina que no estaba demasiado interesada en cubrirse, y de cuando en cuando relojeaba por sobre el hombro como si la curiosidad fuese más fuerte que él o para dejarle en claro al espectador que él quería ver. YouTube, Facebook y Twitter se hicieron eco, hasta el punto que se convirtió en el tema del momento.
En el medio, claro, el debate sobre si estaba bien o no mostrar lo que había mostrado la diminuta Cinthia. En el medio, además, el sumario que abrió la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca) –ex Comfer, futuro vaya uno a saber qué– que implicaría una multa que podría ser multimillonaria –esas mismas multas que no suelen pagarse en efectivo sino en segundos de publicidad.
Por si fuera poco, el debate sobre si fue un accidente o no, como si no se hubiera tratado eventualmente de un hecho fortuito propio de quienes acostumbran a bailar al borde del abismo y de vez en cuando se caen –no en sentido nietszcheano, claro, porque cuando caen a ese abismo, ese abismo difícilmente desee mirarlos. Incluso la posibilidad de que el desnudo hubiese sido adrede para aumentar las ventas de famosa revista masculina, ya que la modelo de rigor cobraría porcentaje de regalías a modo de bonus.
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