ESPECTACULOS
ISMAEL

La última película de Piñeyro apuesta por el corazón

Luego de verse en España, aquí se estrena el 27 de marzo y el sábado próximo cerrará Pantalla Pinamar. El director rescata los sentimientos más nobles y puros del hombre.

Familia. Belén Rueda (Nora), Mario Casas (Félix) y Larson do Amaral (Ismael).
| Gentileza Arena Films

En su libro Hilos del tiempo, Peter Brook dice: “Dondequiera que vayamos, siempre llevamos a cuestas con nosotros la totalidad de nuestras vidas”, frase que se confirma con la última película de Marcelo Piñeyro, Ismael. Estos tiempos en donde la industria cinematográfica se dirige sólo a dos planos, el mainstream y el cine de culto, la filmografía de Piñeyro –que va creciendo con los años-, desde la primera Tango feroz, que ya fue remasterizada en Francia cuadro por cuadro y que volverá a las salas en junio, pasando por Caballos salvajes, Cenizas del paraíso, Plata quemada, El método Groholm, o la pintura de una clase social en Las viudas de los jueves, tiene su sello de autor y cada film retrata el espíritu de una época. Claro que la identificación es bastante más sutil y subversiva de lo que parece.

Los grandes planos de Piñeyro, que filma como nadie esas imágenes, arrancan mostrando la estación de trenes AVE de Barcelona, desde arriba, del costado, de abajo, gente que va y viene, y ves a Ismael (Larson do Amaral, niño actor surgido de un casting), solo, que se baja en Barcelona, toma el subte y llega con una carta en la mano –de su mamá Alika (Ella Kweku)– a un departamento de un edificio en Ciudad Condal. Va en busca de su padre, Félix (Mario Casas), a quien nunca conoció, y se encuentra con Nora (Belén Rueda), una mujer elegante y dura, que después de un breve diálogo se entera, ahí, que ese chico mulato es su nieto.

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Es el inicio de un viaje guiado por la búsqueda de la verdad, los sentimientos, los vínculos familiares, cuyo único motor es el corazón. Desentrañar el enredo de esas vidas, perdonar las culpas de sus protagonistas: Félix nunca asumió ese hijo, Alika, inmigrante sin papeles, tuvo que trabajar duro para mantener al chico y sobrevivir, ya con nueva pareja, Eduardo (Juan Diego Botto), cuando de pronto el pasado se hace fuerte en el presente, y lo cambia todo.

Una historia de amor interrumpida, la de Félix y Alika. Una deuda pendiente que él nunca pudo superar. Profesor de chicos marginales y con problemas, vive en una casa frente al mar en Girona. Su amigo, Jordi (Sergi López), antes músico exitoso, hoy dueño de un hotel al que poca gente va, disfrutador, seductor por momentos, es su vínculo con el mundo. Esta última película de Marcelo Piñeyro, que fue la elegida para cerrar Pantalla Pinamar el próximo sábado, es un acto de fe en el hombre. Apuesta, no al cinismo, no a la modernidad del dinero, a la crueldad del ser humano, es como si todas estas vidas transcurrieran en un plano fuera del sistema, porque en el sistema se funciona, sí, pero sin corazón. No es otra cosa que respetarse la verdad de lo que somos, y no renunciar a la felicidad. Por este trabajo Mario Casas puede soñar con el premio Goya 2014, y es que está fantástico. Piñeyro lo dice todo con sus imágenes, algunos cuadros conmovedores, por ejemplo, el momento en que Félix empieza a conocer otra clase de amor, el de un padre. Ismael es pura emoción, es contar desde una mirada humana, es volver a sentir con el corazón y recordar que estamos para eso. Para seguir el propio camino con coraje.