Durante tres días –viernes 7, sábado 8 y domingo 9– a las 22, vía streaming se estrenará Bossi clandestino, última creación de Emilio Tamer y Martín Bossi. Las entradas ($ 550) se podrán adquirir por la plataforma Tickethoy. Desde el confinamiento de su hogar acepta esta entrevista donde sin máscaras muestra su perfil más sensible, sin que falte nunca el humor. Desde el 2009 con El impostor hasta su debut este año en la comedia musical Kinky Boots, sin olvidar su paso por ShowMatch, el intérprete fue demostrando que sabe mucho más que imitar. Es un perfecto detective, casi una lupa, de lo argentino y sus modos.
—¿Cómo definirías a este nuevo espectáculo?
—Es un encuentro más entretenedor. Será más una performance de una hora y media que una suma de imitaciones. Aunque las que haré serán con mi propia cara. Últimamente lo que hago es stand up. Juego con canciones, imito, hago una nota, habrá invitados por zoom y tocaré el piano.
—Hay gente que desprestigia la imitación: ¿qué sentís cuando te definen como un imitador?
—No me siento mal, pero es como llamar curandero a un médico. Imitar es copiar sin intelectualidad. Componer un personaje, cuando la gente ve a alguien a través tuyo: es un trabajo. Hace tiempo que dejé que mi carrera se base en la imitación. La utilicé y la uso para divertirme, nada más. Es un don. Disfrazarme me dio de comer mucho tiempo. La mímesis es un lindo recuerdo, pero en mis shows hice muchos homenajes. Como recurso cada vez lo necesito menos. Durante dos años trabajé para poder interpretar la comedia musical Kinky Boots. Ser o no ser es el lema del teatro. Me acerqué más a la gente cuando me saqué las máscaras. Este Bossi clandestino tiene que ver con eso: mi mirada sobre la realidad. A mi edad, seguir escondiéndome no creo que sea muy sano para mí.
—¿Lo trasmitirán desde el teatro Astral?
—No. Lo haremos en vivo desde una sala independiente de la avenida Corrientes. Tenemos protocolo para hacer streaming. Habrá tres cámaras, un músico en vivo (tecladista) y respetaremos las distancias. La dirección y el texto son de Emilio Tamer, con quien venimos trabajando desde el 2010. Este show surgió desde la clandestinidad, en nuestras charlas a las madrugadas, sin consuelo por esta pandemia. Él me propuso hacer que la gente pueda recuperar la esperanza y la sonrisa, algo tan difícil en estos momentos tan duros.
—En estos días aumentaron los números de contagios y muertes.
—Sí. Lamentablemente sí. Duro. Nos agarra el pico con 140 días de encierro y va a ser difícil que la gente siga así. Es complicado. Ojalá Dios nos ayude. Confío en las autoridades, tanto en Larreta como en Fernández. Me parece que están haciendo los dos lo mejor posible.
—¿Por qué estudiaste Comunicación Social en Lomas de Zamora?
—Mi papá quería que tuviera un título, contador, ingeniero o médico. Antes tus padres te daban una receta para la felicidad: recibite, tené una mujer, un perro, aprendé el himno, el Padrenuestro, votá a la derecha o a la izquierda y vas a ser feliz. Era una estafa o al menos para mí. Mi padre me propuso que me inscribiera en esa carrera y me dijo: “Sos simpático y desenvuelto, como periodista vas a andar bien. Pero actor no, tenés que tener un padrino y ser muy talentoso. No vas a llegar a nada. Es un ambiente para drogadictos”. Fui tres años a la facultad, pero estudiar, lo que se dice estudiar…
—¿Qué recuerdos te dejaron las clases de actuación con Víctor Laplace?
—En realidad la escuela era de él, pero muchas clases las daba Néstor Romero, con quien aprendí mucho y seguimos en contacto. A ambos les tengo mucho cariño, estuve tres años en EFA (Escuela de Formación Actoral). Tiempos idealistas. Me enseñaron a “convertir lo cotidiano en extraordinario”. Esa frase estaba en el pizarrón.
—El público te sigue: ¿es en gran parte por la televisión?
—No, la televisión ya no convoca. No tengo mucha explicación. Metí dos millones de personas entre el 2010 y 2020. Con Kinky Boots tuve miedo de que no me acompañaran y venían 4 mil personas por fin de semana... La gente me quiere mucho y, a veces, siento que están locos… Pero les doy mi trabajo con amor. Aunque son muchos los que no me quieren, lógicamente. Lo mejor que me dio la vida es el afecto del público.
—¿No te molesta la popularidad? ¿Salías por la puerta central del teatro después de los shows?
—No, me incomoda la palabra “fama”. Famoso podés ser por mala persona. Sí me saco fotos, ya no te piden autógrafos. No me considero alguien especial por trabajar de esto.
—¿Cómo pasás estos días?
—Tengo comida, una casa, partiendo de esto es una ventaja. Soy un agradecido porque sé que hay gente que está muy mal. Particularmente la pasé mal, hay muchos motivos porque veo lo que está sucediendo. Los que te dicen, “estoy bárbaro, crecí mucho interiormente”, para mí es muy raro. No podés estar bien cuando hay personas que se mueren, más pobreza, negocios cerrados y delincuencia… ¿Cómo podés estar feliz? Ojo. No estoy en desacuerdo con la cuarentena. Se politizó con este tema. Estoy de acuerdo con Alberto y con Horacio, siento que dan lo mejor. Creo que no tenemos cura. Es un acto de realidad. Mi abuelo en los 90 me dijo: “Ni pienses en política, ni te hagas malasangre, porque somos una causa perdida. Vas a tener setenta años y vas a estar hablando de lo mismo. Todo será igual, pero con menos cultura. Hacé tu patria: ayudá a tu familia y a los demás. Lo importante es que hoy vivimos en democracia.”
—¿Creés que el humor puede salvar?
—Es esencial. Los médicos, y las fuerzas de seguridad que fueron y son prioritarios, pero también se consumió más arte, como series, músicas, películas, libros, internet, conciertos, monologuistas... ¡Qué injusto que la actividad artística será la última en volver y es la que salvó más cabezas en este encierro! Las artes fueron primordiales en esta pandemia.
—¿Cómo te vinculás con las redes (así sea Facebook, Instagram o Twitter)?
—No soy muy de las redes, tengo pocos seguidores en Instagram. Las utilizo para difundir mi trabajo. Por mí, no las tendría. Si fuera de otra profesión, no me verías ni la cara. Me parece que son una patología colectiva. Las redes a todos nos hicieron un poquito peor. Es un elemento de distracción y de engaño muy profundo.
—¿Por qué la gente se expone tanto… muchas fotos, comidas, mascotas…?
—Creo que hay un vacío muy grande y una necesidad compulsiva de aceptación. No estoy en la comunicación en redes. Mi comunicación es personal. Todo el tiempo, mirame, mirame, aceptame, aceptame. Las respeto, tienen su ventaja, por eso haré un show vía streaming.
—¿Hablarás de Bolsonaro o Trump?
—Prefiero no nombrarlos… Quiero que la gente sea feliz. Este acto de rebeldía es ser feliz por un rato.
LA VIDA COMO ESCENARIO
“Mi carrera –dirá Bossi– se inició en 1974, cuando nací. La vida es una especie de actuación, uno compone roles, actué de hijo, niño que fue al jardín, después al primario, etc. Creo que a los 38 me di cuenta que dejé de actuar y empezó mi vida verdadera. Me psicoanalicé toda la vida…pero por zoom no me gusta.”
Extraña que la madre de Bossi sea de Racing Club y él de Los Andes. “Ella es de ese club –confiesa– porque mi abuelo era un fanático de Racing. Pero nací a cuatro cuadras de Los Andes. A mis cinco años ya estaba jugando allí al tenis. Casi nueve años trabajando en el teatro Astral… es tan querido como Los Andes. También tengo un amor muy profundo bostero. No lo cuento mucho, porque el argentino no siempre acepta. A mi mamá le hubiera gustado ser Mirtha Legrand o Susana Giménez”.
Ama el fútbol y asegura: “Soy muy futbolero… En el mundo es una pasión, dos bandos, los estandartes, vendrá de la cultura romana, del Coliseo… no es un deporte... tiene que ver con una pertenencia cultural”.
Al hablar sobre estos días: “Pasé infiernos, me he acostado a las 9 de la mañana, levantándome a las 6 de la tarde; también me levanté a las 9 de la mañana y me acostaba a las 7 de la tarde… Para un lobo estepario como soy, que desde niño estuve en potreros, corriendo, hasta físicamente me fue muy difícil. Tengo dolores por no hacer deportes. Con el encierro me vinieron molestias que no conocía, pero sobreviví, estudié inglés, piano y ensayaba. Me costó mucho”.