ESPECTACULOS
GRUPOS DE TEATRO COMUNITARIO

Los 20 años del arte que busca darle identidad a los barrios

Cinco grupos festejaron dos décadas de existencia. Representan a sus barrios: Los Pompatriyasos a Parque Patricios, MateMurga a Villa Crespo, Res o no res a Mataderos, AlmaMate a Flores y Los Villurqueros a Villa Urquiza. Aquí explican el secreto: su trabajo con los vecinos.

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Comunidad. Unidos están María Agustina Ruíz Barea, Mariana Berger y Paola Tazzioli, Edith Scher, Juan Francisco Azar, Alejandro Schaab y Aurora Nazarre, y Liliana Vázquez y Mariano Pini. | MARCELO DUBINI

La historia confirma que el primer grupo de teatro comunitario llegó junto al retorno democrático en 1983, y fue de la mano del director uruguayo Adhemar Bianchi, fundador de Catalinas Sur en La Boca. En este 2022 son cinco de los diez grupos comunitarios los que cumplieron veinte años de existencia. Se conformaron por el impulso de la crisis del 2001 y 2002 casi como una forma de lucha artística.

Se descubre la solidaridad, la pasión y ese amor incondicional por sus barrios. Ninguno cobra por su trabajo. El dinero que consiguen luego de numerosos trámites por parte del Estados nacional (INT) y del Gobierno de la Ciudad (PROTEATRO) cubre a lo sumo un 50% de sus gastos totales. Tienen como tradición pasar la gorra después de cada función y con esa colecta sumar dinero para las próximas producciones. Algunos tienen orquesta. Los lenguajes escénicos incluyen además de la música, actuación a cargo de vecinos (no son intérpretes profesionales), escenografías, vestuarios, maquillajes, iluminación y equipos técnicos. Todos integran la Red Nacional de Teatro Comunitario.

Como se descubrirá no todos cuentan con un teatro. Uno de ellos es que el hizo de anfitrión para esta nota: Los Pompatriyasos de Parque Patricios (Avenida Brasil 2640). También se los conoce como Los Pompas y tres de sus cuatrocientos integrantes son María Agustina Ruiz Barrea, Mariana Berger y Paola Tazzioli. Orgullosas de su escenario subrayan que tuvieron: “La necesidad de crear un espacio que nos permitiera constituir una voz colectiva en una Argentina desarmada. Nuestros espectáculos todo el tiempo están mirando al barrio como un espacio poético. Nunca pensamos en claudicar. Es un teatro de la adversidad. Aquello que aparece como una dificultad, nos paramos para pensar y atravesarla.  El espectáculo Lo que la peste nos dejó surgió porque nos tuvimos que mudar. Así descubrimos una historia que el barrio tenía oculta. Es un ejemplo de cómo hacemos del problema una oportunidad y posibilidad”.

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Cada barrio tiene su propia historia, pero tal vez Villa Crespo se asocie a esa escultura de Osvaldo Pugliese y su orquesta. El grupo comunitario de allí se llama MateMurga y es Edith Scher su directora. Son en total ochenta integrantes y tienen su espacio físico en Tres Arroyos 555. Ella asegura: “El sello es la mirada de mundo que el grupo tiene desde su territorio. No podría decir que es Pugliese o Paquita Bernardo, ni el club Atlanta, ni las alusiones al bar San Bernardo. Es una mezcla de toda esa tradición barrial con los deseos y los sueños de las personas que integran el grupo. La llama se mantiene encendida si la producción artística es potente. Lo creativo abre una permanente posibilidad de transformación que es inagotable. Si el teatro comunitario fuera una mera reunión de vecinos bienintencionados se agotaría a corto plazo. Lo que transforma es la práctica artística, el ensanchamiento del mundo cotidiano, la posibilidad de que la comunidad imagine, tenga derecho a la construcción de sus relatos. Lo que mantiene vivo a un grupo de teatro comunitario es la mística. Alimentar ese sentido profundo, trascendente, que tiene el hecho de crear en comunidad. Se sabe que lo que se logra sólo es posible porque hay otros. Encender el fuego de la mística es fundamentalmente una tarea de la dirección, pero el grupo todo lo multiplica.”

Las dificultades de sostener un teatro son muchas, por eso en algunos casos encuentran un ámbito en una sala oficial. Un caso emblemático resulta el del grupo Los Villurqueros. Liliana Vázquez junto a Mariani Pini reconstruyen la historia: “Fue a comienzos del 2002, junto a Mariela Pacheco, quien también venía del teatro quienes decidimos crear un grupo de teatro comunitario, para visibilizar el deterioro de la cultura en el barrio, y la falta de espacios para desarrollarla. Se salió a la calle con la primera intervención, Esperando a Gardel, donde caminábamos vestidos de época (años ´20) hacia el Teatro 25 de Mayo (Triunvirato 4444). Hoy es un espacio recuperado por los vecinos, que se encontraba a punto de ser vendido al mejor postor. Con la pregunta de “¿alguien sabe a qué hora canta Gardel?”, motivamos el juego y las personas firmaron un petitorio para que el teatro fuera adquirido por el gobierno. En el 2004 se aprobó la compra del espacio, y esa fue una de las grandes motivaciones que encontró el grupo para continuar haciendo intervenciones, que luego se convertirían en obras”. En la actualidad son sesenta vecinos que se sostienen bajo el mismo ideal: “Compromiso de los vecinos actores que creemos en el proyecto. Resistencia a las diferentes crisis y debacles políticos sociales que sufre nuestra democracia constantemente. Insistencia en que la única salida es colectiva, ya que nadie se salva solo”. 

Mataderos también tiene su grupo: Res o no res. Con la dirección de Juan Francisco Azar y Estela Calvo junto a veinticinco personas más subrayan: “Hasta ahora hemos escrito nuestras propias obras siempre en relación al barrio. Reflejamos las historias más complejas, las anécdotas más recordadas y queridas por la gente. Quizás la más emblemática es Fuentevacuna que narra, apelando al humor y la fantasía, la histórica huelga y toma del frigorífico Lisandro de la Torre en 1959. Muchos consideran que es la representación más cabal de la historia del barrio. En 2019 fue declarada de interés cultural por la Legislatura Porteña. No tenemos sala y esa es una de nuestras falencias, una dificultad a la hora de sumar integrantes y ofrecer más actividades que convoquen a los vecinos. Ensayamos en dos clubes del barrio que nos prestan sus instalaciones: Nueva Chicago y Sol de Mayo”.

Algo parecido le sucede a AlmaMate, que no es solo el Grupo de Teatro Comunitario sino también su Flor de Orquesta. Actúan en la Plaza de los Periodistas (Entre Av. Nazca, Neuquén, Terrada y Páez). Son cuarenta vecinos en el barrio de Flores coordinados por Aurora Nazarre y Alejandro Schaab, quienes subrayan: “No tenemos sala donde actuar. Nuestras actuaciones son en el espacio público y para eso nos preparamos. Los grupos porteños tenemos dificultades comunes, como tener y sostener un espacio donde desarrollar las actividades, o el acceso al espacio público, cada vez más restringido y cada vez con más disposiciones, para que casi no pueda ser utilizado en forma libre. Quisiéramos expandir la libertad en el uso de los espacios públicos, que para eso debieran estar. Y otro rasgo distintivo y éste creo que es el mayor, y que no es solo cualidad de los grupos porteños, es el enorme respeto y amor que cada Grupo de Teatro Comunitario tiene por todos los otros, de cualquier lugar que sean. Nunca pensamos en nuestro hacer diario en la porteñidad, solo estamos en el territorio que nos tocó y ahí vamos con nuestra canción, nuestra poesía y nuestro arte”.

 

Al mundo sin escalas

Las integrantes de Los Pompas subrayan: “El teatro comunitario así como se practica en la Argentina es muy propio y particular. Somos una referencia internacional. Justamente por estas particularidades hemos sido inspiradores de formación de grupos de teatro comunitario en distintas partes de Latinoamérica y Europa. Ya formamos cinco directores en Holanda, Portugal, Alemania, Francia, Uruguay, Colombia y Ecuador, entre otros”. 

Sorprende Scher de MateMurga cuando dice: “Creamos relaciones muy fuertes con los grupos de Portugal, país al que viajamos en 2022 para hacer funciones e intercambios, pero también con otros que llevan adelante prácticas similares en Colombia, Bolivia, Cuba, Brasil, Uruguay y España”. En cambio Los Villurqueros confiesan: “No hemos tenido la oportunidad de viajar al exterior. En pandemia fuimos premiados por el Ministerio de Cultura de México por nuestra obra Grafa, Memoria de un Pueblo, proyectada en el Festival de los Volcanes, Chiapas. Y hemos armado seminarios en nuestro teatro con Jean-Jacques Lemêtre, director musical del Théâtre du Soleil de Paris, que si bien no es teatro comunitario, se acerca mucho a lo que buscamos estéticamente”. 

Cuando se les pregunta qué fue peor en estos últimos años el grupo AlmaMate no duda. “Las crisis económicas son peores, porque en general traen consigo una rotura de lazos sociales, que es muy difícil de reparar y superar. La pandemia en nuestro caso trajo respuestas desde lo poético, no solo hacia nosotros mismos, sino también hacia el barrio, hacia el vecindario que nos extrañaba y al que extrañábamos. Obviamente requirieron de un gran esfuerzo de todos, pero estuvieron dadas y dieron muy buenos resultados”.