ESPECTACULOS
Balance 2006

Los mejores de la temporada

Marcelo Tinelli, Damián Szifrón, Jorge Guinzburg, Sos mi vida, RSM y Duro de domar hicieron de la televisión del 2006 un año mucho mejor que el anterior. Los progamas periodísticos fueron actores secundarios.

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EL MEJOR DEL AO. Tinelli lleva en su ADN el arte de entretener. Ensaya, yerra, cambia, busca. | Cedoc
A estas alturas del año pasado, y desde este mismo espacio, el reclamo era el siguiente: aflojen con los despachos y los pasillos y hagan televisión. ¿Se acuerdan? El libro de pases daba mucha más tela para cortar que cualquier ficción; los rumores se habían convertido en “el” reality del año; y a la vez que se televisaba el cotilleo gerencial, la programación caía, libre, hacia una mediocridad que ni siquiera tenía el mérito de ser absoluta; una mediocridad mediocre.

Este año el escenario cambió. Con la guerra declarada, se impuso salir a la cancha; lo que no deja de ser una buena noticia. Y si bien hay programadores con más mañas que La Volpe (y con menos interés en jugar bonito, por cierto), es verdad que un partido que se desarrolla sobre el terreno en el que naturalmente se debe disputar tiene otro sabor. Sobre todo si es un partido largo, quizá no muy bien jugado, pero cambiante, dinámico y trabajado. El de la TV argentina 2006 no fue un partidazo, pero tuvo sus emociones, sus fricciones, se dio vuelta varias veces, dejó entrever a tapados talentosos y a consagrados que están para el retiro.

Marcelo Tinelli. Para empezar un recorrido a modo de balance arbitrario, cinco nombres para tomarle el pulso al año televisivo que se va: Marcelo Tinelli, Sos mi vida, Montecristo, Damián Szifrón y Jorge Guinzburg. Empecemos por el principio, por el gran triunfador del año, por el eterno Marce. Así como el largo partido fue cambiante dentro de la pantalla, también tuvo sus “que sí-que no” fuera de ella, en este mismo espacio sin ir más lejos, en el que empezamos pidiendo un poco de moderación para hablar del pase de Tinelli al 13, seguimos sus primeros pasos en “Bailando por un sueño” con recelo, y terminamos rendidos ante la evidencia de un show realmente atractivo.

¿Qué pasó? ¿Nos volvimos locos? Esperemos que no. Esperemos (no por nuestro bien, precisamente, sino por el de la tele) que se trate del recorrido de una persona que lleva en el ADN (como se dice vulgarmente) el arte de entretener, y que no se corta ni un poco a la hora de ensayar y errar, que sigue, que cambia, que siempre busca, incluso con la cámara encendida, la rendija por la que hacer valer su pop-appeal. Tinelli buscó, buscó, buscó y finalmente encontró. Terminó el año infinitamente mejor de lo que lo empezó, porque sus asombrosos números de rating están apoyados en un show encantador, bien producido, planeado con talento y picardía, visualmente asombroso y hasta emocionante. Diez puntos para él, y un punto extra por haberle dado espacio a Iliana Calabró, el artefacto pop de la temporada.

Damián Szifrón. Segundo lugar para Damián Szifrón: se preparó como un atleta de alto rendimiento o como un astronauta para su partido corto y lo ganó por goleada, con corazón y pases cortos, como es debido. Szifrón fue el único que jugó realmente bonito y Hermanos y detectives fue la ficción del año por lejos, digan lo que digan las planillas de la medidora única. Otras dos ficciones se acomodan en el podio con sus altos y sus bajones: por un lado, Sos mi vida, fresca y enloquecida, con una estructura que de tan cerrada se mordió la cola más de una vez, pero siempre con alguna sorpresa, con libertad y gracia, y con (además de los espléndidos protagonistas) dos de las comediantes más geniales (geniales, sí, ¿qué pasa?) de la tele de los últimos años, Griselda Siciliani y Carla Petersen; por el otro, Montecristo, otro de los hitos del partido cambiante de la TV 2006. Arrancó para comerse la cancha, mezclando el clasicismo de la historia de venganza con un triángulo amoroso de alta intensidad y un inédito compromiso político, gesto de avanzada para la ficción televisiva nacional. Pero termina confuso y desinflado, con la historia de amor desdibujada y con la etiqueta de “programa importante” asfixiándolo un poco.

Jorge Guinzburg. Lo que sigue es una trampa: al quinto nombre, que es el de Jorge Guinzburg, hay que agregarle un sexto y un séptimo. Todo el mundo sabe que Top 5 es lo que se suele usar y Top 7 una aberración; por eso la trampita. Pero sería injusto no poner a la misma altura que el Mañanas informales de Guinzburg (y primoroso equipo) al RSM de Mariana Fabbiani (y delicioso equipo) y al Duro de domar de Pettinato (y portentoso equipo). Uno, a la mañana; el otro, a la nochecita; el último a la noche tardísimo, en los tres programas dan ganas de quedarse a vivir; en ellos el zapping se detiene porque, apenas llegamos ahí, se impone una mezcla de alegría y lucidez, aparecen tres conductores que, aun distintos como son, tienen la virtud de hacer sonar a sus orquestas con la música de la inteligencia, y se adivinan personas que se divierten haciendo lo que hacen y que buscan divertirnos a nosotros, cosa muy rara en nuestra inmodesta tele.

Ahí, en esos (ejem) siete nombres, queda encerrado lo mejor de una televisión cuyos puntos más bajos estuvieron dados no por los programas en sí mismos sino por la indecorosa pelea por el rating, con cambios de horarios y alteraciones directamente patológicas. Este fue el año en el que las tardes de Canal 13, con esos ciclos dedicados a personas con dificultades, se anotó sus porotos (bueno, quizá “porotos” no sea la más feliz de las expresiones, teniendo en cuenta el tenor calórico de dicha semilla y por esos efectos colaterales que pueden dañar a la más sólida de las relaciones); el año en el que Canal 9 y América cambiaron para no cambiar nada y se mantuvieron a flote ofreciendo más de lo mismo o casi; y el año en el que Canal 7 lanzó con bombos y platillos una nueva programación que duró lo que un poroto en una canasta, combinando falta de rumbo con apetito mediático. El año en el que los periodísticos fueron actores secundarios, y en el que incluso productos muy sólidos como CQC o La liga no generaron cosas fuera de libreto. Un 2006, en fin, que fue mucho mejor que 2005 (lo que, convengamos, no era muy difícil), y que deseamos fervientemente recordar como una temporada televisiva muuuuucho peor que la de 2007. ¡Brindamos por eso!