Tiene 77 años, y nadie ha desmenuzado a la clase política argentina como él. Es Enrique Pinti, que vuelve de miércoles a domingo con Otra vez sopa al Liceo (Rivadavia 1499). El nuevo espectáculo lo pone otra vez a morder ahí, en esas llagas que negamos, en nuestra historia política a través de las décadas. En el caldo en que vivimos, bah. Pinti vuelve al Liceo y sabe que a su edad esa esquina representa más que un teatro en su vida: “Imaginate, es el teatro que me dio una oportunidad hace 35 años, en 1982. La magia de este teatro es impresionante. La primera vez que entré fue a los 17 años, yo trabajaba en teatro independiente ya. En 1981, cuando queríamos estrenar Pan y circo, nadie nos quería dar un teatro, a pesar de que yo ya era guionista de Antonio Gasalla. El saltó enseguida del café concert a ser símbolo de taquilla. El único teatro que nos abrió las puertas fue el Liceo”.
—De nosotros, los argentinos, ¿qué es lo que te saca de quicio más allá del comediante?
—La repetición. La repetición de los errores bajo distintas formas de gobernar, bajo distintos sistemas. Si yo pensara lo que piensan muchos compatriotas –algunos de mi edad, que no tiene razón de ser, otros más jóvenes (a esos los comprendo)–, que la desgracia es una sola cosa y responsabilidad de una cosa, entonces todo debería haberse arreglado. Es más fácil pensar así, el día que no haya peronismo, por ejemplo, todo se arregla. ¿Cómo se puede decir que hay una desgracia sola? ¡Te fueron cagando todas las ideologías posibles! ¡Civiles, militares, de izquierda, la derecha, el liberalismo, el neoliberalismo, el peronismo de Menem, el peronismo de Perón, el de Evita, el de la loca de la cadena, y esto que tenemos ahora que es Frankenstein, un poco de mierda de cada lado con ministros que dicen “nosénosénosénosé” permanentemente, con un presidente de la República que tiene un discurso que, Dios mío... ¡Que hable Duran Barba! Tampoco les podemos echar la culpa a ellos solos, ya que hace nada más un año que están. Pero repiten cosas que ya viste, o que por lo menos a los 77 años ya lo viví. Si yo supiera cómo se arregla, me gano un Premio Nobel.
—Entonces, ¿es un espectáculo desde el enojo el que estás dando ahora?
—Lo que agradezco es que me mantengo gracias al público. Que tenga más o tenga menos, vivo gracias a lo que la gente deja en la boletería. Los últimos cuarenta años, que fueron los peores del país, fueron los mejores de mi vida. Sería un guacho si dijera que todo es una porquería. Hice lo que quise, lo que me gusta, tengo un buen estándar de vida. Pero veo a mi alrededor. Los caminos son equivocados y son siempre los mismos. En el espectáculo no quiero hablar sólo del pasado. Eso no quita que tengo los huevos hasta la Patagonia del “eso ya fue, hay que mirar para adelante”: hay que tenerlo en cuenta. ¿Cómo se puede ser tan superficial? Lo escucho todos los días por la televisión. “Hablemos del futuro, no del pasado”.
—Pero si nada cambia en lo político a la hora de los errores, ¿qué dice de nosotros como sociedad?
—Ellos salen de lo bueno y de lo malo de nosotros. La política no es fácil. Nosotros tenemos mucho de individualista. No funcionamos en lo colectivo. El colectivo choca permanentemente. No tenemos idea del conjunto, de la sociedad. Queremos subir cada uno por la nuestra, salvo el “usemos la patria” como un concepto patrioterista de cuarta. En lo individual, en los profesionales, artistas, en lo que depende del esfuerzo personal, somos buenos. No necesitamos buenos modelos. Yo, por ejemplo, no hice lo que mis padres, que sí me dieron mucho, querían que hiciera, porque hubiera terminado en un banco. Yo elegí esta profesión, me esforcé. La sociedad no necesita ejemplos. Dicen “si roba el de arriba, ¿por qué no el de abajo?”. No. El de arriba roba porque tiene más a mano la posibilidad de robar, el de abajo tiene que sacar un chumbo. No se trata de que “el tipo que me asaltó me asaltó porque Cristina robaba”. Tenemos una parte de responsabilidad, no de culpa.
—¿Sobre qué dirías entonces que trata el show?
—Yo creo que una explicación tiene que haber. Y Otra vez sopa se trata de eso. Canto canciones de otros espectáculos míos, que eran sátiras a otro momento y se aplican. Yo amo mi país, y amo el trabajo, pero algunas canciones no las canto porque las hice en el 83, 93, 2003, y no quiero que la gente se pegue un tiro. Canto la del hospital que hacía en pleno menemismo. El tango El riachuelo aplica igual que cuando lo estrené. A algunas no me atreví, porque me dan vergüenza. Por ejemplo, La corrupción. Parece que se lo dedicara específicamente a Cristina, o al último corrupto de turno. Uno corre el riesgo, por la edad, de que algunos piensen “se volvió loco”, “está magnificando”. Yo también escuché a los viejos, y entiendo que se pueda pensar eso.
—En ese sentido, ¿pensás en tu legado?
—Para nada. La gente se olvida de todo a los cinco minutos. Hice una nota con una periodista joven y me preguntó: “¿Vos te animas a decir esto en escena?”. ¡Y yo ya lo había dicho en escena! Hablaba de cómo había votado a la Alianza, y le decía a la gente que la votara. A los seis meses me tenía que meter la lengua en el culo. Nunca más dije por quién iba a votar ni nada. ¿Dónde quieren que lo diga? ¿En el baño de mi casa?
—¿Te tienen miedo los políticos?
—Es un país tan surrealista que te hace creer siempre “como ahora, nunca”. Por un lado, te piden que no veas el pasado, porque vas a escuchar a una señora diciendo “Mi límite es Macri” y ahora va y le chupa el ojete a Macri. O vas a escuchar a otra señora diciendo que “nosotros somos la reserva moral de la Cámara de Diputados”, y era la señora Cristina Kirchner junto a la señora Carrió en el programa de Lanata. Entonces, si empiezo a decir todo eso parece que enloquecí, que me cayó un ladrillo en la cabeza. Pero yo me acuerdo. Kirchner, Carrió y Castro en el Día D de Lanata. Está bien, uno cambia. Todos tienen derecho a cambiar. Pero quiero decir que uno se acuerda de cosas y los políticos no quieren que te acuerdes de cosas.