Marcelo Tinelli juntó a los productores y coachs de Patinando por un sueño y arengó: “La cosa tiene que encaminarse, gente. ¡Esto, así, es un desastre!” La escena se dio hace dos semanas en los estudios de Ideas del Sur, minutos antes de grabar el programa, y sorprendió a más de uno. Nunca antes Tinelli había mostrado su disconformidad frente a sus empleados.
¿Por qué lo hizo ahora? “Está disconforme con el casting de famosas y soñadores, con los roces internos que se dan en el equipo y con que los cambios incorporados no funcionan”, explica un productor que presenció el reclamo que el conductor le hizo a uno de sus jefes de producción, Pablo “Chato” Prada.
La razón de las quejas de Tinelli siempre tiene el mismo origen: el rating. ShowMatch sigue siendo un programa líder en audiencia aunque haya sufrido un bajón de 10 puntos. Desde hace 15 años, él es el conductor estrella de la televisión. “El único que con su cara en pantalla hace subir la audiencia”, como coinciden distintas consultoras de mercado.
Pero eso no parece suficiente para Tinelli. Ante un desvío del interés público, lejos de cambiar el rumbo, redobla la apuesta en la misma dirección. Retoma lo que considera su fórmula de éxito. Y si un ciego no rinde lo esperado, prueba burlarse de un gordo. O si no, pasear a la fracturada y enyesada Raquel Mancini por la pista de patinaje, como si fuera un trofeo de guerra. Y de ahí a reirse de enanos que se caen.
¿Cómo llegó Tinelli a convertirse en el domador de este circo patético? Cerca de los 50, este self-made man es un hombre al límite. Tiene que decidir cómo sigue la vida después de la gloria.